Isabela suspiró, claramente resignada a perder está ronda y no preguntar más —. Necesitamos ayuda Lulu y yo para mover tu armario, ya está atardeciendo, así que la mayoría ya se ha retirado por hoy, pero queremos hacer eso y ya para que puedas recuperar tu ropa —le explica con una sonrisa. Mirabel mira a su alrededor, notando a los niños dormidos a su alrededor —. No te preocupes, Susan dijo que vendrá a despertarlos, dejara a An y Toni con sus mamás y se llevará al resto —aseguró con tranquilidad. Mirabel entonces asintió, levantándose de su sitio para acompañar a Isabela.

Mientras caminaban, Mirabel dirigió su mirada al otro árbol que solía estar un poco más apartado de casita en la colina, solo para notar que sus padres, sus tíos y la abuela estaban parados bajo él, al parecer discutiendo (si el ceño totalmente fruncido en la frente de su mami era una señal). Debía ser una discusión de adultos, así que no era algo de lo que debía preocuparse a menos que sus padres o el tío Bruno se lo contaran, por lo que tranquilamente continuó siguiendo a Isabela.

[...]

Pepa miró a su madre con el ceño fruncido, apretando la mandíbula con fuerza mientras golpeaba rítmicamente la punta de su pie derecho contra el suelo.

Llevaban aquí, ¿qué? ¿30 minutos? ¿media vida? Y ella sólo quería ir a ver a sus hijos, pero su mamá de repente los había llamado y bueno, es su madre, independientemente de todo lo es, además no los citó por separado sino juntos, así que Pepa no tuvo mucho problema... Pero ahora sí.

Su mamá los había reunido lejos de los oídos de los niños, les había pedido hablar y había usado el "por favor", así que aceptaron. Y su mamá, ella ofreció una disculpa a todos ellos, aturdiendo a todos por un momento. A todos menos a Pepa, quien alzó una ceja, por la notoria ambigüedad de la disculpa.

—¿Exactamente por qué lo sientes, mamá? ¿Por exactamente qué cosa estás disculpándote? —cuestionó Pepa con el ceño fruncido y una ira silenciosa ardiendo en sus venas.

—Yo... Por todo —susurra Alma, agachando un poco la mirada, pareciendo arrepentida, pero al mismo tiempo, abatida y aturdida.

—No puedo aceptar esa mierda —escupe Pepa de inmediato, sin esperar a que alguno de sus hermanos, su cuñado o su esposo respondan. La miran con consternación (a excepción de Félix), pero con honestidad le importa poco —. Es una estupidez disculparte por "todo" si en realidad ni siquiera enfrentas las disculpas correctas que debes de dar por lo que hiciste —un nudo se forma en su garganta cuando sus ojos se encuentran con los de su madre, pero eso no impide que continúe —. Tienes una larga lista de lo que deberías disculparte, mamá, y tenemos el maldito derecho de escuchar cada maldita disculpa de lo que hiciste de tus labios. Cosa por cosa. Porque nos lastimaste y un simple "perdón por todo" no nos sirve de nada si no comprendes lo que has hecho.

—Lo entiendo, Pepa, te juro que lo hago —le respondió su madre con un poco de tristeza y cansancio.

—Espero que sí —murmura Pepa con amargura —, y espero que también entiendas que no muchos de nosotros vamos a perdonarte. Me incluyo en ese grupo —agrega con más calma, sosteniendo con fuerza la mano de su marido —. Y debes estar preparada para lo que cada uno debemos decir cuando te disculpes, porque nos dañaste, mamá, y no puedes reparar eso —mordió su labio con fuerza, sintiendo una punzada en su corazón —. Casi no duermo, ¿sabías? —su voz tiembla mientras sus ojos se llenan de lágrimas. Félix le da un suave apretón mientras Bruno la observa con tristeza —¿Sabías que no he dormido casi nada porque si cierro los ojos sueño que mi bebé está muerta en mis brazos? —cuestiona a su madre duramente. Los ojos de Alma se abren con horror, Julieta se estremece y agacha la mirada, totalmente cohibida por el recuerdo —. Estoy despierta observando que su pecho suba y baje, que esté respirando. Porque estoy aterrada de qué ella ya no esté ahí. Que si desvio mi mirada sólo un momento la voy a perder y eso es todo tu culpa —escupe sin remordimientos —. Es tu culpa, porque si tú no nos hubieras inculcado tanto en nuestra cabeza que la maldita vela nos protegía y darnos a entender que incluso era más importante que nosotros, Mirabel no se habría acordado de tus palabras y hubiera salido para alejarse del peligro, ¡Pero siempre nos inculcaste que lo más valioso era la vela y los regalos, y eso mató a mi hija! —gritó sin ningún remordimiento. No, no le importaba que tanto esas palabras lastimaran a su madre, no importaba porque no se comparaba en nada al dolor que Pepa sintió cuando su hija murió, no sabe que un fragmento de su alma se había escapado, que el mundo se había vuelto dolorosamente gris y que se sintió a punto de morir —. No tienes una maldita idea del dolor que sufrí y, si bien eso no es lo único, con solo esa explicación puedo decirte que no te perdono y jamás lo haré. Eres mi madre, te amo, pero no puedo perdonarte eso —con determinación, seca las lágrimas que derramó durante su discurso, decidiendo que tuvo suficiente por ese momento.

Arde, mi bella estrellaWhere stories live. Discover now