Porque eso es lo que era Alba, una anciana loca de Lucerna.

Vanitas suelta su agarre, para regresar a los pies de su camastro y sostener con fuerza las únicas dos maletas que llevará consigo en su largo y tedioso viaje. Se da la vuelta para darle una pequeña sonrisa, escondiendo el cansancio de las eternas noches buscando curas sin resultado, y mostrándole su extraño positivismo con todo ello. Decidió confiar en su amigo.

—Sabes que te apoyo en todo, es solo..., Me preocupo por nada, ¿no es cierto? —Vanitas se ríe, con suavidad, para aproximarse a la puerta que dará fin a su encuentro fortuito.

—Me encanta que lo hagas, Liam, porque así me demuestras que eres real en este mundo. No dejes de hacerlo nunca. —Se vio confundido ante esas palabras.

—¿El qué? ¿Preocuparme por ti, y por todo lo que hagas? Jamás, te lo aseguro. —Ambos comparten una ligera sonrisa, queriendo que aquel ambiente cálido y feliz se mantuviera por siempre. No obstante, una llamada en la lejanía los interrumpe, y Vanitas sabe que es hora de irse, al menos, antes de que el arrepentimiento se acometa a su corazón.

Liam le da una suave palmada en la espalda, instándolo a marcharse deprisa. Los llamamientos detrás de ellos, en la habitación contigua, se hacían más fuertes por momentos y ambos chicos supieron que no disponen de más tiempo.

—Suerte, amigo, estoy seguro de que encontrarás lo que con tanto ahínco buscas. 

Vanitas guardó esas palabras en lo más profundo de su interior, sintiendo un enorme alivio. Por fin escuchó lo que le ayudaba a seguir adelante.

—Volveremos a vernos —le asegura, para finalmente dirigirse a la puerta del cuarto y salir por ella.

Liam escucha como la puerta que daba a la calle se cierra con fuerza, y sabe que ahora si puede responder al llamado. Con rapidez, se coloca una mascarilla y unos guantes de médico (profesión en la que trabajan él y su amigo), para ingresar al cuarto del que aquella voz, normalmente dulce, ahora habla con tono rasposo y áspero. 

Analizó los dos cuerpos convalecientes ante sus ojos, mostrando como en otras ocasiones que el padre adoptivo de Vanitas, que era el que en mejores condiciones estaba, o en este caso, sería más acertado decir que era el que más soporte tenía. Ambas presencias estaban próximas a la muerte, lo denotaba en el aire. Intenta que sus ojos muestren el brillo usual que tenía con ellos, casi no lo consigue.

—¿Dónde está Vanitas? —Los cabellos blancos del hombre se esparcían en la cama, alborotados y sin control alguno.

Liam se muerde la lengua y decide mentir, tal y como le había prometido a su amigo.

—Se ha ido a la casa de Teresa, ¿la recuerdas? Dice que necesita tiempo para estar solo. 

El hombre lo mira sospechoso, pero sin decir nada más, se dedica a sostener la mano de su hijo adoptivo pequeño, mientras cierra los ojos preparándose para la nueva revisión del día.

Liam ruega porque su amigo volviera pronto a casa, no se creía capaz de aguantar mucho tiempo con ellos, solo, y menos con esa piadosa mentira que le aseguraba haber fallado en la confianza de su familia. Porque sí, para él, aquella era su familia y siempre lo sería.



Vanitas no era de las personas que creían en fantasías o cosas por el estilo, pero estaba desesperado, algo que quizás no había admitido delante de su mejor amigo Liam. Había probado tantas cosas en los últimos meses con el deseo de salvar a su querida familia de la enfermedad que los estaba matando, que el deseo de irse a Francia fue prueba de ello.

𝐂𝐀𝐍 𝐈 𝐌𝐄𝐒𝐒 𝐘𝐎𝐔 𝐔𝐏? | vanoé.Where stories live. Discover now