Capítulo diecinueve: Estoy enferma

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En el momento en el cual llegue a mi casa, me bañe, me cambié de ropa y salí a la carrera. Mis tíos no estaban en casa y pude hacer todo sin dar explicaciones. Pedí un taxi y baje corriendo por las escaleras mientras me hacía una cola y tenía una barrita de cereales en la boca, atrincada por mis dientes.

Abrí la puerta y me subí.

—Al aeropuerto, por favor —le dije y la chica asintió con la cabeza a través del espejo retrovisor.

—¿Eras la novia de Pablo Gavi? Es que te pareces un montón.

—Sí —dije.

—Eres superguapa. Por las fotos se ve que eres guapa, pero en persona lo eres aún más.

—Gracias —le dije.

Durante todo el camino nos la pasamos hablando e incluso riéndonos como si nos conociéramos de toda la vida.

Al llegar al aeropuerto, salí corriendo después de entregarle un billete de cincuenta euros y decirle que se quedará con el cambio.

Me metí en el aeropuerto y miré para todos lados, pero la gente comenzó a agobiarme. Corrí como una loca de un lado para otro y vi en el panel que el vuelo en el cual venía Gavi, ya estaba aterrizando.

Después de preguntar, correr y demás, llegué al sitio por el cual iba a salir Gavi. En el momento en el cual las puertas se abrieron y salió él, me fui contra él y salté, hasta rodear su cintura con mis piernas y aferrarme a él con ambas manos.

—¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que deje de sentir esto, Gala? —dijo sin ganas y enterré mi cabeza en su cuello —. Ojalá la vida hubiera firmado un contrato invisible, el cual nos condena a estar juntos por toda una eternidad.

—Pero es que amar no siempre es suficiente, Gavi —le dije y sus brazos rodearon mi cuerpo —. Somos muy distintos...

—Gala...

—..., pero yo te quiero. Pero te quiero demasiado que soy incapaz de atarte a mí. Porque si te ato a mí, sería de persona egoísta y no me considero una persona así —le dije mientras lo miraba directamente a los ojos.

—Átame, Gala. Átame, por favor —me dijo y lo besé, fundiéndome con él en un beso lleno de lágrimas mientras me sostenía por el culo.

—Tengo... que... contarte... una... cosa... —le dije entre beso y beso.

—¿Vas a mandarme a la mierda otra vez?

—Jamás... podría... mandarte... a... la... mierda —le dije entre beso y beso, pero en el último se nos escapó una sonrisa.

—¿Y a dónde me vas a llevar? —me pregunto mientras salíamos del aeropuerto.

—A un sitio muy importante para mí —le dije y nos subimos a un taxi.

—¿Ah, si? —me preguntó —. ¿A la pista de patinaje? Porque no sabía que patinabas.

—Bueno...

—Si no es porque tu mejor amiga sube eso a la historia e inmediatamente se hace viral en las demás redes sociales, no me entero de que patinas.

—Estoy muy oxidada.

—No. Yo hago eso y me abro la cabeza.

—Y yo tomo un balón y soy incapaz de meterla en la portería.

—A mí me gustaría que me metieras un gol.

—Idiota —le dije y comenzamos a reírnos.

Llegamos al hospital, saqué de mi cartera la tarjeta de acceso al quirófano que está cerrado y que solo yo y Fernando tenemos acceso y nos sentamos en la galería, mirando para abajo.

Amor de contrato #1 Where stories live. Discover now