Capítulo dieciocho: Te quiero

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—Hemos terminado —dijo y salió de la pista, dejándome sola allí.

Me moví, dejándome llevar y luego, cuando Gabriel rozó mi cuerpo, lo aparté rápidamente, porque el contacto de su piel con la mía, me había dado un chute de electricidad y anhelo que no podía soportar.

—Tengo que hablar con él —me disculpé y salí corriendo, quitándome los patines y caminando descalza hasta la oficina.

Toqué la puerta y entré sin esperar ni siquiera a que me respondiera.

—No deje de patinar porque quería joderte la vida —le dije con la respiración acelerada y frunció el ceño —. Quería competir. Joder que si quería. Sabes que mi sueño siempre fue ese, pero tengo una enfermedad cardiaca y a lo largo de los años mi médico me ha prohibido infinidad de cosas y si hoy vine aquí es...

—Respira —me cortó y se levantó.

—Y si hoy vine aquí es porque me enteré de que, más o menos, a mi corazón le queda un maldito mes de vida. Y, sí, quería sentir lo que era estar otra vez en la pista. Quería sentirme libre. Quería volver a sentir lo que era estar en una pista y fluir. Me voy a morir...

—¿Cuántas personas saben esto, Gala?

—Mi madre se llevó el secreto a la tumba, así que lo saben mi médico, ahora tú y yo.

—¿Beatriz?

—Mi tía no sabe nada y es mejor que no sepan nada.

—Gala, por Dios, tienes que decirlo.

—No y no me mires con pena, por favor. Por favor, no lo hagas.

—Gala, ¿vas a recibir un corazón nuevo? ¿Con un corazón nuevo vivirás? —me pregunto y me limpié las lágrimas.

—Si, pero no hay un corazón para mí. Llevo dos años y medio buscando un corazón que sea compatible con el mío, pero ninguno lo es. Hace una semana, más o menos, me dio un infarto de la rabia que sentí que la chica, que tenía la misma condición que yo, estuviera recibiendo un corazón.

—¿Y no crees que deberías de ir a visitarla?

—¿Para qué? ¿Para ver cómo ella tiene una vida por delante y yo, y yo solo veo como vivo el día a día como si fuera el último?

—Gala, ¿el futbolista sabe que no estás con él por un corazón? Me enteré de que lo dejaron.

—No quiero atarlo a mí.

—Amar no es una atadura, Gala. Amar es sentir, pero jamás es una atadura. ¿Cuándo vas a aprender a mirar un poco por tu felicidad, mucho más después de que me acabas de decir que vas a fallecer? ¿Un mes? Pues vive ese mes a su lado, pero date el gusto de verlo sonreír. De ver a Elena sonreír. De compartir con los seres que quieres. Cuéntales lo que te pasa.

—No. No quiero que me miren con lástima.

—Gala, siempre supe que eras terca en la pista, pero nunca imaginé que fuera de ella también. Por Dios, ¿te das cuenta de lo que estás ocultándole a tu familia?

—La gente se muere de repente, ¿no?

—Si, pero cuando Beatriz se entere de que tu corazón dejó de latir por culpa de una enfermedad cardiaca, va a comenzar a poner demandas y le vas a destrozar la carrera a las personas que solo están callando para que tú tengas la valentía de salir y gritarle al mundo que tienes una enfermedad. Nadie, Gala. Nadie va a mirarte con pena, porque no eres la primera persona que necesitas un corazón. ¿Sabes? Hay millones de personas en tu misma situación o con cáncer, sida o cualquier otra enfermedad. Y muchos de ellos viven, sonríen y se dan la oportunidad de gritarle al mundo que tienen una enfermedad, pero porque eso jamás lo van a limitar.

—Que no —dije.

—Deja de ser tan terca, mujer.

—No le quiero dar la razón a mi abuela —dije —. Hace unas semanas, esa señora, porque ni abuela merece que la llame, me dijo que me iba a morir de un infarto de tanta grasa.

—Pero tú no tienes sobrepeso. Además, estás en forma para poder patinar.

—Déjalo. Sé que he engordado.

—¿Y? Todo el mundo lo hace, Gala. Todos. Unos bajan, otros suben. ¿Y? Estás muy bien. Giras, vuelas y lo haces increíblemente bien. Y déjame decirte que un peso no define absolutamente nada. ¿Sabes? Hay personas que pesan poco y tienen mil enfermedades y hay otras personas que pesan más y no tienen ningún problema de salud. ¿Sabes? Hay gente que intenta bajar de peso y por más que lo intentan no lo logran, y lo mismo pasa con las personas que intentan subir de peso y no lo logran. Estás bien. Cada cuerpo es un mundo y no hay que discriminar a nadie por nada, porque todos, Gala, todos somos iguales. Con diferentes virtudes, porque a mí no se me da la medicina y tú le has salvado la vida a un niño. A mí se me da bien dibujar y a ti no. Cada uno es un mundo, Gala. Vamos, ve a buscarlo. Ve a decirle a tus amigos, a tu tía y a él que estás enferma. Vamos, ve.

—Carlos...

—Vamos o te llevo a rastras —me dijo y puse los ojos en blanco —. Cuando le grites al mundo lo que te pasa, soltarás la mochila y podrás correr una maratón sin tanto peso.

—Te detesto.

—¿Acaso piensas que yo no lo hago? —Sonrió.

—Gracias —le dije.

—Gracias por confiar en mí —dijo y le di un abrazo.

Y entonces entendí el «todavía no es tu momento» de mi madre. Claro, todavía no había luchado por lo que sentía. Nunca lo había hecho y tenía que hacerlo antes de morir.

Salí corriendo de la oficina y bajé las escaleras.

—Gala —me gritó Elena, pero cogí la mochila.

—Te quiero —le grité y salí corriendo, chocando con Carla, pero me dio igual y salí.

—Ey, Gala —Pol me cogió del brazo.

—¡Suéltame! —le grité.

—¿Qué? Ya no tienes a tu novio, perdón, exnovio, porque ni él ni yo te duramos.

—Menos mal que tú no me duraste, porque tenía los ojos en el culo contigo. Anda y comete una mierda.

—¿Sabes por qué te puse los cuernos? Porque nunca te abriste de piernas.

—Y menos mal, porque tengo tanta mala suerte que me pegas algo. Anda, suéltame o te dejo estéril, gilipollas —le grité y me soltó.

Mi mano viajó hasta su cara.

—No me vuelvas a tocar en tu vida. ¿Entendido? En tu vida, imbécil —le grité y me puse las playeras corriendo.

—Eres una psicópata.

—Uy, si, no sabes cuanto —le dije —. Desaparece de mi vista, asqueroso —le dije y luego salí corriendo.

Corrí por pleno Madrid con la ropa de patinar, las playeras y un abrigo puesto. Saqué el móvil y llamé a Gavi. No me respondió. Lo volví a llamar.

—Diga —respondió Pedri.

—¿Dónde está, Gavi? —pregunte mientras corría.

—Gala, no es un buen...

—Pedri, pásale el móvil a Gavi —le grité.

—A sus órdenes —dijo y le pasó el móvil a Gavi.

—Tengo que hablar contigo. Tengo que hablar contigo, Gavi. Y no puedo esperar.

—¿Estás bien?

—Estoy bien, Gavi. Necesito hablar contigo.

—Estoy en Barcelona, pero cojo un vuelo inmediatamente para Madrid —dijo.

—Estaré en el aeropuerto —le dije.

—Vale.

—Gavi.

—¿Si?

—Te quiero —le dije y colgué sin esperar respuesta.

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Nota de autora
Al final me dio tiempo jeje de corregir.

Amor de contrato #1 Where stories live. Discover now