AGOSTO 2015

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Recorro las calles tan conocidas de forma decidida, hacia la dirección que tengo en mente. Hace, al menos, treinta y cinco grados. El calor es abrasador, propio del verano del sur... Pero este es diferente: este será nuestro verano, gracias a la estrategia que elaboramos para estar solos en el mundo, después de los meses más raros de mi vida. No dejo de contar los días desde que lo hablamos, de forma metódica. Giro calle abajo, esquivando un perrito que me mira con la lengua afuera. Le hago un mohín viendo cómo la saliva cae sobre la acera. Faltan dieciséis días. Sigo mi camino, bajando por una callejuela en sombra. Contemplo las plantas que cuelgan de las paredes, umbrías. Aquí no habita el sol. Antes lo prefería, cuando ambos bailábamos en la oscuridad. Giro a la derecha al llegar al final del callejón, saliendo de nuevo al sol del mediodía y dejando atrás la panadería donde hacen esos dulces tan deliciosos. Su olor me transporta meses atrás... Sacudo la cabeza, alejando su aroma de mí.

Cuando por fin llego a la tiendecita pequeña, mi piel se alivia de inmediato con el aire acondicionado. Aspiro el incienso tan familiar que asciende como una nube ligera en la estancia. Le hago un gesto a Rosa. Esta me lanza una sonrisa rápida y sigue atendiendo a una mujer mayor de aspecto delicado. Empiezo a curiosear las estanterías y las vitrinas. Necesito algo con lo que recuerdes este punto de inflexión, los días que pasaremos juntos, alejados de todo. Un triunfo por nuestra parte, un nuevo capítulo por la tuya. Quiero algo que te mantenga cerca de mí, por muy lejos que estemos el uno del otro. Levanto la vista hacia uno de los estantes que gira sobre su propio eje. Los hilos y cuerdas que cuelgan bailan delante de mí, y los acaricio mientras dan vueltas y más vueltas. Detengo el estante ante lo que vine a buscar sin saberlo. Sonrío, y cojo varios paquetitos de color negro. Hará juego con tus ojos.

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¡Por fin ha llegado el día! No paro de repetirme lo mismo una y otra vez, yendo de aquí para allá por la estación de autobuses desde hace media hora, desde que me bajé del bus. El tuyo no debería tardar mucho ya. Compruebo la hora en la gran pantalla de la pared. Me he asegurado de tener las manos ocupadas por la maleta y la mochila, así no notarás que estoy temblando. Aferro el asa de la mochila, el regalo bien guardado en ella. Lo noto palpitante, deseoso de salir a tu encuentro. Miro con nerviosismo a las personas que están a mi alrededor... Por un momento me invade una sensación de alerta. No hay chicas de mi edad por aquí, y mucho menos que estén solas y, para colmo, con una maleta abarrotada con pegatinas de mil colores. Pongo la mochila sobre ella, tratando de disimular la falta de sobriedad de una chica de veintidós años, sin éxito alguno, claro, y le echo un vistazo a la hora una y otra vez. Por fin, un autobús gigante aparca en la zona cuatro. Vuelvo a echarme la mochila al hombro y sujeto con firmeza el asa de la maleta, manteniendo mi equilibrio con ella, pues ahora estoy temblando a niveles de escala siete. Empiezan a bajarse los pasajeros para coger sus equipajes. Pronto, se forma un amasijo de personas intentando coger sus respectivas maletas. Recuerdo lo rápida que he sido para evitar esa aglomeración cuando salí de mi bus, y agradezco ese momento de lucidez por mi parte, ya que no son muy frecuentes. Me empieza a sudar la mano con la que tengo cogida la mochila y la vuelvo a poner en la base de la maleta. Mochila arriba, mochila abajo... Ahora sí se nota que estoy temblando. La gente empieza a venir hacia la zona donde estoy parada y me aparto un poco, y sin mucha agilidad, pues la maleta pesa lo suyo. Cuando alzo la vista de nuevo, veo que eres uno de los que se acercan, y la sonrisa aparece en nuestras caras casi al mismo tiempo. Me pareces más delgado, y eso que solo hace un mes que no te veo. Nos encontramos en medio de abrazos y besos. ¿Abrazo o beso? Dudo un instante, hasta que avanzas y me envuelves en un abrazo. O quizá he sido yo la que ha dado dos pasos y te he abrazado. O puede que me lo esté imaginando como un posible escenario en mi cabeza. Puede que esto no sea real, que nos hayamos quedado de pie, como hipnotizados, con el caos afectuoso a nuestro alrededor. Noto el latido del regalo desde el interior de la mochila, y siento que algo malo va a pasar. La maldición. Ya no hay nada que se pueda hacer. Siempre estará ahí, aferrada a la carne... Oscureciéndola y manteniéndola viva a la vez. Suavizo la sonrisa, sabiendo que, después de esto, nada será como antes.

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⏰ Last updated: Apr 27, 2022 ⏰

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El Hilo OscuroWhere stories live. Discover now