El protector (parte 2)

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Acerco la nariz a milímetros de la putrefacta superficie, aspiró profundamente olfateando casi la totalidad de los sectores de la herida. Para su alivio esta no olía "negro y amargo" 

En su mente se formó una imagen "rojo y agridulce" para para su gusto no había septicemia, el can tendría alguna posibilidad.

 Se rió con fuerza ante esa novedad, aún a pesar de los años que llevaba curando ese tipo de heridas, no dejaba de sorprenderlo el fenómeno de la sinestesia, la capacidad que tenía el cerebro, en este caso, de transformar el olor de la herida en colores y sabores. Casi sin pensarlo, quizás lo hizo sólo para asegurarse, volvió a olfatear la herida, otra vez la misma imagen "rojo y agridulce" sólo que está vez le vino a la mente como un agregado "pimentón rojo dulce".

 Pimentón rojo dulce, el recuerdo lo golpeó como un mazazo, la boca se le llenó de saliva.
Era el condimento que ella solía ponerle a los guisos y salsas, cocinaba tan rico, había hecho del uso de condimentos un verdadero arte, el lo había intentado una infinidad de veces, pero jamás pude emular ninguna de sus recetas, pero ella ya no estaba, se había ido, dejándolo sólo con el trabajo de la protectora. La extrañaba, pero aún le guardaba un inexplicable rencor, aunque no fue su culpa, el haberlo abandonado.

 En realidad casi todo lo había abandonado, la salud, las fuerzas, la vista, en fin, todo lo natural que se aleja de alguien cuando va envejeciendo. 

También lo habían dejado casi todos sus amigos y familiares, quien desea relacionarse con un "loco" que deja todo por ayudar animales indefensos, y que generalmente termina oliendo mal por su actividad. Así es la realidad, a menos que seas exitoso, en ese caso, tu olor, carácter, o lo mierda que fuese es pasado por alto.

 Continuo sacando gusanos un rato más. La explosión de un cohete tempranero, como solía llamarlos, ya que todavía no era la medianoche, le recordó que debía abrir la puerta del patio, para que los perros que allí estaban, se refugiaran del estruendo de la pirotecnia, en el interior de la vivienda.

 Entraron de forma estrepitosa dándole exageradas muestras de cariño, haciendo que los gatos huyeran a esconderse, o treparse a los muebles, y los perros de tamaño chico (estos siempre los tenía adentro) empezarán a ladrar a lo loco.

—¡No sean tan cargosos! —Les pidió mientras los acariciaba. —Ni que los hubiera salvado de una muerte inminente.

La algarabía se terminó en pocos minutos, algunos perros se fueron al patio delantero, a ladrarle a lo que pasara (una costumbre que tenían y que nunca pude erradicar de su conducta) otros se echaron cerca suyo y otros comenzaron a lamer la sangre y los gusanos que chorreaban del freezer.

— ¿Pueden dejar esa asquerosidad? —Los retó, mientras golpeaba las manos un par de veces para alejarlos.

Lo miraron con expresión de "¿Qué te pasa? si no estamos haciendo nada"

 Fue al baño a buscar un trapo de aseo y limpió los costados del freezer y el piso, de lo contrario los perritos seguirían con su repugnante festín ( nunca hiba a entender el porqué de la fascinación de los canes por la carne agusanada).

Continuará...

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