6. Al caído, caerle

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—Recuerden que por seguridad los ascensores se bloquean hasta que venga un perito certificado a avalarlos —gritó el administrador cuando vio que unos cuantos estaban presionando el botón del ascensor—. Qué descansen. —Se alejó hacia su propio apartamento sin prestar atención a la queja generalizada de los vecinos.

—¡¿Qué?! ¿Hay que subir nueve pisos por las escaleras? ¿A esta hora? —protestó Ricardo.

—Ay, no te quejés. Qué verguenza que todo un brigadista se queje por un poco de ejercicio.

—Soy brigadista, no bombero de Chicago Fire...

—Lastimosamente —susurró su mujer pensando en lo bien que se le veía el uniforme a Taylor Kinney.

Su marido la miró preguntándose por qué el terremoto no había abierto una grieta en el piso que se la tragara.

—Yo no puedo subir —la voz de Camila interrumpió los violentos pensamientos de Ricardo y las lascivas ideas de Cecilia. 

—No te preocupés, corazón, no es tanto ejercicio, además vos estás joven y bella —respondió la mujer para animarla.

—No es por eso... Papi, ¿bajaste las llaves del huevito... perdón, el carro?

—No, hija, ¿por qué?

—Prefiero dormir ahí que subir otra vez y morir por culpa de las réplicas. 

—¿Qué réplicas? —preguntaron las gemelas asustadas.

—Siempre después o antes de un terremoto fuerte hay réplicas. Si los edificios no se caen por el terremoto, sí puede dañarse la estructura y caerse con una réplica, así sea más suave que el terremoto.

—¿Eso es verdad? —preguntó Luna mirando a su padre.

—Eh... No. No es cierto. O bueno, sí pero el porcentaje es muy muy bajo, y háganme caso que eso me lo enseñaron en el curso de brigadista.

—De hecho, es más peligroso dormir toda la noche dentro de un carro —agregó Luis, quien no pudo evitar escuchar la conversación y tratar de calmar a la hermosura asustada.

Todos voltearon a verlo sorprendidos por que metiera la cucharada, a excepción de Lina. Ella solo tenía un gesto de tener ganas de pegarle un mordisco, pero lo disimuló lo más que pudo para que nadie se diera cuenta.

—Hola, Luis. ¿Y su mamá? —preguntó Cecilia.

—Está donde mi abuela, que tuvo un accidente y ella tuvo que ir a cuidarla.

—Ay, ojalá se mejore tu abuela —dijo Lina con la voz más dulce que era capaz de dejar salir.

—Lucho, ya tengo sueño —se quejó una niña que estaba dándole la mano. La hermanita de diez años a la que adoraba más que a nadie en el mundo.

—Bueno, qué pena por haberme metido en la conversación, pero es que... en algún lugar leí que es muy peligroso dormir entre un carro... Buenas noches —se despidió apenado por la imprudencia.

—Igual no iba a permitir que durmieras acá abajo —aseguró Sebastián mirando a su hija. 

—¡Adiós, Luis! ¡Qué descanses! —gritó Lina arruinando lo bien que hasta ese momento había disimulado el amor que le tenía al muchacho. Todos los vecinos voltearon a mirarla y la muchacha pensó en la misma grieta que su padre, solo que deseó que se la tragara a ella.

Todos los  vecinos empezaron a subir por las escaleras y la familia Rodríguez —y los Pardo— los siguieron. Cuando todo el alboroto se calmó, todos estuvieron de nuevo en sus camas y se escucharon ronquidos a lo lejos, Camila sentía que su cama se seguía moviendo y se despertaba cada cinco minutos. No  pudo dormir en toda la noche y varias veces pensó en buscar las llaves del huevo y bajar a dormir ahí. ¿Qué tan peligroso podría ser? Después de todo, nadie le dio una buena explicación de por qué no debía hacerlo, ni siquiera ese muchacho metido al que nadie le pidió su opinión. ¿Sería costumbre de pobres meter la cucharada así en las conversaciones de los demás?

El infierno tiene un solo baño - ONCWhere stories live. Discover now