—Lo lamento.

—No.

—¿No?

—No lo lamentes, puedes seguir haciéndolo tanto como quieras, pero si lo haces, no puedes decirme luego que tenemos que dejarlo estar.

—Yo...

—Soné muy brusco, perdón. —Cierra sus ojos con fuerza y cuando los abre, sigo notando la ternura en ellos, solo que se ha derretido por el fuego en su interior—. No quiero presionarte, puede quedar como un beso increíble y lo entenderé.

—¿Y si no lo quiero?

—Entonces podemos fingir que nunca pasó y seguir siendo solo amigos.

—No. —Niego con la cabeza—. ¿Y si no quiero que quede como un beso? ¿Y si quiero que se repita lo que sucedió entre nosotros y quizás más?

Sus labios se separan con sorpresa y puede que sea el frío que me está matando o lo que siento entre mis piernas y bajo mi trasero, no lo sé, solo sé que vuelvo a balancearme lentamente sobre él. Lo hago lento, con cuidado porque seguimos en un columpio inestable, y sin dejar de mirarlo un segundo a los ojos. No quiero que tenga dudas, que me aleje para protegerme. Quiero esto.

—Gwen, dijiste que querías esperar.

—Hablé sin saber. ¿A qué esperaré? ¿A que tu paciencia se agote y me quede con un idiota como Niles porque no supe tomar las decisiones correctas a tiempo?

—No me cansaré de esperarte.

—No lo sabes.

—Sí lo sé.

—Yo sé que no quiero esperar.

Sus manos abandonan mi espalda y bajan poco a poco hasta encontrarse con mi trasero. No tengo idea de qué hará, si detendrá mis torpes movimientos o si por el contrario él quiere esto tanto como yo. Por el momento no hace nada, solo se mantiene ahí y el calor de su piel atraviesa la tela de mis pantalones como brasas ardientes.

—Te pedí esperar porque quería estar segura de que lo que sucedió no fue por enojo —admito con algo de vergüenza—. No quería repetirlo sin tener la cabeza clara, sin asegurarme que no te lastimaría.

—¿Ahora tu mente está clara?

Asiento.

—Sé lo que quiero.

—¿Y qué es eso?

—No quiero a Peter, es probable que nunca lo haya querido. Quiero esto. A ti. Ahora.

Recibo entonces la respuesta a mi duda, sus manos me sostienen con fuerza por el trasero y de pronto ya no soy la única moviéndose. Nuestras entrepiernas se rozan a un ritmo silencioso, nuestros labios se acarician sin unirse y me cuesta pensar en algo que no sea el palpitar que avanza hacia mi vientre.

Muerdo mi labio inferior para no emitir ningún sonido que nos delate y cierro mis ojos al sentir el cosquilleo que me produce el leve encuentro de nuestros sexos. No nos hemos tocado aún, ni siquiera nos hemos quitado una capa de ropa, aun así, puedo sentirlo todo y quiero más de esto. Quiero más de sus labios sobre los míos, de su miembro erecto entre mis piernas y del incendio en su mirada cuando nuestros ojos se encuentran.

—Espera —murmuro con agitación—. No podemos hacerlo aquí.

—Tienes razón, tu familia está a unos metros.

—No, no me refiero a eso. Este columpio se caerá en cualquier momento.

El entendimiento se transforma en una sonrisa en su rostro y sus labios vuelven a encontrarse con los míos. Me besa con una energía distinta, con pasión y con la misma necesidad que estoy experimentando en este momento. No duda ponerse de pie conmigo en brazos y eso es algo que me asombra, aunque hace mucho más que eso. Me enciende.

Maldita dulzuraWhere stories live. Discover now