Con practicada familiaridad, llama a las puertas, deslizándose mientras tararea una melodía en la que había estado trabajando últimamente y que definitivamente era para cantarle a los niños del pueblo, cuando saliera al pueblo para tomar aire fresco seguro se las cantaría, por el momento, solo se conformaba con tararear.

Las tejas de Casita bailaron con felicidad, haciéndola sonreír en todo el trayecto entre puertas, pronto llegó a las de sus hermanos mayores, llamando primero a Camilo con tres golpes algo fuertes, con el sueño tan profundo que su mellizo se cargaba, Mirabel tenía que ser un poco más ruda al llamarlo, en cambio, cuando llegaba a la puerta de Dolores, daba tres suaves golpes que serían suficientes para llamarla a que debía salir de la habitación.

Al terminar, con total gusto se dirigió a las escaleras, bajando enseguida —¡Buenos días, abuelo! —dice cuando pasa al lado del retrato del hombre que solo conoce por una imagen, una rutina típica de ella desde los ocho años.

Mirabel continúo tarareando en un tono un poco más alto, ingresando de inmediato a la cocina para preparar las cosas para la preparación del desayuno, conociendo a su tía Julieta, entraría apresurada a hacer un desayuno rápido para la familia, porque necesitaba continuar preparando la comida para la fiesta de la noche, Julieta había avanzado bastante ayer por la noche, pero aún le faltaba bastante.

La quinceañera hizo una mueca mientras preparaba los ingredientes en el mostrador, la comida pudieron pedir que la preparara alguien más, así como había sido con las quinceañeras de Dolores, Camilo y ella, pero la abuela había dicho que era preferible que para esta ocasión especial la comida fuera únicamente preparada por Julieta, creando una carga más pesada para la mujer adulta que además de preparar la comida que llevaría al pueblo tendría que hacer la comida de la fiesta. Con el transcurso del tiempo, Mirabel se volvió consciente de que la tía Julieta solía caer completamente exhausta al terminar una ronda de comida, a veces lograba atrapar a la mujer suspirando pesadamente, unas líneas más en su frente, ligeras manchas oscuras bajo sus ojos, un par de canas más... Mirabel podía observar como el exceso de trabajo hacían parecer a Julieta más mayor, pero al final, ella como una adolescente no podía meterse en ese asunto, no sin meterse en problemas con su abuela, quien le diría que es algo de lo que no debería opinar y que los Madrigales con dones siempre deben prestar su ayuda a la comunidad. La abuela se lo diría con una sonrisa y tono tranquilo, intentando mostrarse comprensiva, pero Mirabel aprendió que esa era la manera de la abuela de ser dura y firme, pero sin perder los estribos. Por otro lado, Julieta era la afectada, y si algo le enseñaron sus padres, es que los adultos necesitan arreglar las cosas por sí mismos, al menos intentarlo, y si no pueden, entonces pedir ayuda, pero Julieta no parecía dispuesta a ver esto siquiera como un problema, así que Mirabel no era nadie para sacarlo a flote.

Mirabel pronto fue a recoger los platos y cubiertos para ponerlos a la mesa, saliendo de la cocina y deslizándose al comedor para acomodar todo con bastante rapidez y facilidad, solo para dirigirse a la cocina una vez más para servirse un vaso de agua mientras vertía el café ,que dejó calentándose en la tetera cuando fue a arreglar la mesa, en una taza.

—Buenos días —la saludó Julieta con una pequeña sonrisa, ingresando a la cocina —. Gracias por la ayuda, querida —le dice su tía con suavidad y Mirabel solo le devolvió la sonrisa.

—¡No hay problema, tía! ¡Voy a dejarte cocinar! —con eso, Mirabel sale de la cocina, sosteniendo la taza de café en sus manos mientras se dirigía al patio de Casita, visualizado de inmediato a su mami que llevaba una nube oscura sobre su cabeza, justo con su papi a su lado que le sonreía a la pelirroja con cariño por su evidente mal humor mañanero. La quinceañera de inmediato se acercó a sus padres, extendiendo la taza de café a Pepa, quien la tomó de inmediato y bebió un sorbo mientras Mirabel le daba un beso en la mejilla a Félix que le sonrió —¡Buenos días! —les dijo con alegría. Pepa finalmente había dejado su nube atrás.

Arde, mi bella estrellaWhere stories live. Discover now