2. Rechazo

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La jovencita canturreaba alegremente una tonadilla para niños mientras preparaba un remedio medicinal con el mortero. Agregó cuatro hojas secas más para luego dejar caer un chorrito de vinagre. Rin rió tontamente al imaginarse a sí misma como una bruja preparando pociones.

—¿De qué te ríes, Rin? —le preguntó la anciana mujer que estaba a su lado. La chica le mostró la mezcla viscosa y verdosa que tenía en el mortero.

—De nada, tonterías mías. ¿Está bien así?

La mujer examinó el potaje con ojo crítico.

—Sí, está bastante bien. Ahora sólo hay que dejarlo reposar. ¿Ya entendiste como hacer el medicamento contra las quemaduras?

La menor asintió enérgicamente al mismo momento en el que se paraba y sacudía su kimono celeste. Estiró sus brazos y arqueó la espalda hacia atrás, haciendo sonar un par de huesos. Había pasado mucho tiempo sentada y estaba un poco adolorida.

—¡Rin, Rin! —el pequeño Shippo entró de un salto en la casita, aterrizando en el hombro de la aludida— ¡Kohaku está aquí!

—¿Lo dices en serio? —preguntó con una sonrisa la muchacha. El zorrito le asintió emocionado.

—¡Tienes que ver su nueva guadaña! ¡Es impresionante!

—¿El anciano Totosai le hizo otra?

—¡Sí, sí! ¡Es genial! ¡Vamos! —apuró el kitsune bajando ágilmente de su hombro y saliendo apresurado.

—En seguida vuelvo —le dijo a la anciana Kaede cuando seguía al niño.

—Descuida, tómate tu tiempo.

La chica y el youkai atravesaron un corto tramo de la aldea a medio trote y llegaron rápidamente hasta la casa del monje Miroku y Sango la exterminadora, que era donde Kohaku solía ir apenas llegaba a la aldea. Shippo estaba especialmente emocionado con la visita del joven exterminador; a lo largo de los años se habían vuelto grandes amigos y solían entrenar juntos para medir sus fuerzas. A Rin sólo le gustaba observar y a veces participaba como jueza de aquellos encuentros, cerciorándose de que todo estuviera en orden.

—¡Kohaku! —gritó alegremente Shippo al entrar en la casa sin siquiera pedir permiso. ¿Para qué molestarse? Siempre estaba ahí o en la casa de Inuyasha y Kagome.

—Con permiso... —pidió Rin desde la entrada, llegando poco después que el zorrito.

Kohaku estaba siendo rodeado por sus sobrinos, quienes daban saltitos emocionados pidiéndole que los cargaran y preguntándole muchas cosas. Entre ellos se sumó Shippo, quien no cesaba de preguntar sobre su entrenamiento. Rin sólo le saludó jovialmente desde el lado de Sango, quien estaba tan emocionada como los más pequeños.

Después de un rato de estar conversando sobre cómo la vida trataba al muchacho viajero y de que éste hubiera contestado todas las dudas sobre su nueva arma y su prometedor oficio, Kohaku le pidió a Rin con disimulo hablar en privado. Aprovecharon cuando Sango y Miroku estaban mandando a dormir a sus hijos para poder salir con la excusa de dar un paseo. Shippo les siguió en seguida, todavía muy emocionado como para quedarse quieto.

—Perdona, Shippo, pero tenemos que hablar a solas —le dijo el exterminador con tono discreto cuando éste le preguntó hacia a dónde iban. El pequeño youkai se desilusionó y fijó su mirada apenada en el suelo, farfullando una disculpa. Kohaku le sonrió—. No te preocupes, mañana a primera hora tendremos un duelo, ¿te parece? ¡No podrás derrotarme!

—¡Eso quisieras! —le contestó el niño, devolviéndole el gesto con una pizca de orgullo— ¡Me he vuelto muy fuerte! ¡Nos vemos mañana entonces, que no se te olvide! —se despidió con un puño alzado mientras trotaba a la casa de Kagome.

Little GiftsWhere stories live. Discover now