La Academia JYP parece una mansión victoriana antigua de madera, justo lo que fue antes de convertirse en un centro educativo independiente (privado) donde se enseñaba desde preescolar hasta la universidad. Algunas de las torretas principales y decoraciones recargadas que adornaban el deslucido edificio blanco habían empezado a desmoronarse cuando yo estaba en secundaria, y cada año más estudiantes se marchaban a centros públicos. Como la mayor parte del dinero de la JYP procedía de las matrículas y solo había unos treinta alumnos por clase, perder más de un par al año constituía un desastre importante. Por eso, aquel otoño, la junta de administración había contratado a un organizador de campañas de recaudación de fondos profesional que había «impulsado» una «campaña fundamental», como le gustaba decir al director Park. En noviembre, el comité de publicidad de padres y madres había puesto carteles por todo Brooklyn Heights pidiendo contribuciones para salvar la Academia JYP, aparecían anuncios en el periódico regularmente y había planes para organizar una operación de captación de alumnos en primavera. De hecho, cuando le tiré a Yeji el último puñado de hojas aquella mañana, casi me choqué contra el portavoz de la campaña de recaudación de fondos: el señor Yang, padre de un alumno de primer año.

—Buenos días, señor Yang —dije rápidamente para ocultar lo que había hecho.

Él sonrió y nos dedicó a ambos una sonrisa como de avestruz. Era alto y delgado, como su hijo Jeongin, y vi que Yeji simulaba tocar un flautín al adentrarse en el instituto. Era una broma habitual en la Academia que padre e hijo se parecían a un instrumento musical.

Yo sonreí y fingí tocar el flautín también como respuesta a Yeji. Después me dirigí a mi taquilla a través de los grupos de estudiantes que charlaban sobre su fin de semana. Seguramente saludé a un par de compañeros, pero sin duda seguía bastante distraído porque después me enteré de que había pasado justo delante de un cartelón con letras rojas en el tablón de anuncios del sótano, junto al último anuncio relacionado con la recaudación de fondos; lo había dejado atrás sin echarle un solo vistazo:

CLÍNICA DE PERFORACIÓN DE OREJAS DE HAN JISUNG DE 12 A 1 DEL MEDIODÍA, 15 DE NOVIEMBRE BAÑO DE CHICOS DEL SÓTANO

$ 1,50 por agujero y oreja

Han Jisung era entonces mi persona favorita en el instituto. Éramos como la noche y el día: creo que lo más importante que teníamos en común era que no encajábamos del todo en la JYP. No quiero decir que la JYP fuera para esnobs, porque eso es lo que dice siempre la gente sobre los centros privados, pero supongo que muchos alumnos se creían bastante especiales. Y había muchos grupitos, pero ni Jisung ni yo formábamos parte de ninguno de ellos. Lo que más me gustaba de él, antes de que todo cambiara, era que siempre hacía las cosas a su manera. En un mundo de gente que parecía salida de una fotocopiadora, Han Jisung no era el duplicado de nadie, por lo menos aquel otoño.

Juro que no me fijé en el cartel incluso tras pasar por delante una segunda vez, y en ese momento Jisung estaba al lado, mirándome la oreja izquierda como si tuviera un bicho en ella y murmurando algo sobre un botón. Solo me di cuenta de que la cara delgada y pálida de Jisung parecía algo más delgada y pálida de lo normal, seguramente porque no le había dado tiempo a lavarse el pelo; le caía por la frente lánguidamente.

—Sí, unos sencillos —dijo.

Esa vez lo oí con toda claridad, pero antes de poder preguntarle de qué hablaba, sonó el timbre y el pasillo se llenó de repente de empujones y del estruendo de taquillas que se cerraban. Fui a Química, y Jisung se alejó hacia el gimnasio contoneándose misteriosamente.

Yo me olvidé de todo el asunto hasta la hora de comer, cuando fui a mi taquilla a por el libro de Física: ese año tenía muchas asignaturas de ciencias porque quería ir al MIT.

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⏰ Last updated: Mar 07, 2022 ⏰

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SOMM (Hyunmin)Where stories live. Discover now