El Muerto Viviente

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—Detective —llama la oficial Baker mientras se acerca por el callejón C. El sol apenas alumbra un poco del estrecho pasaje—. No debería estar aquí... ¿Quiere morir?

El detective Robert Adams gira la cabeza hacia ella, pero pisa con fuerza la espalda de Jonathan Cooper y le apunta con su arma a la nuca.

—¿Estás celosa Alice? Tengo todo bajo control.

La oficial se detiene justo a lado del detective, y observa al sujeto en el suelo. Tiembla sobre el barro húmedo, y gotas de sudor caen de su enredado y negro cabello. No es un sujeto ordinario como los transeúntes de la ciudad o como nosotros. Es la clase de sujeto que pasará la mitad de su corta vida en las calles y la otra mitad en prisión.

—¿Es el asesino?

—Es posible —responde el detective.

Detrás de ellos, avanzan varios policías y rodean a Jonathan. Robert da dos pasos hacia atrás y enfunda su arma.

—A la estación para interrogar. Ustedes —dice señalando a un grupo—, conmigo. Había al menos tres personas más en este callejón, vamos por ellos.

—¿No quieres que te acompañe? Puedo ser de ayuda.

—Alguien tiene que llenar mi reporte. Estaré bien.

Robert acomoda la gorra de Alice y le jala un pequeño mechón suelto.

—¿Qué le pasó a tu uniforme?

—Salí muy rápido y...

—Sin excusas. Terminaré aquí y nos vemos en la estación.

—Suerte.

—No la necesito.

El detective y los policías elegidos corren hacia el final del callejón. Alice y los que se quedaron caminan con el detenido al otro lado. Una vez fuera del barrio suben a sus patrullas. Ella conduce al frente, y en pocos minutos se detienen detrás de la estación de policía.

Mientras los demás oficiales sacan al acusado de la patrulla, ella es la primera en entrar. En la recepción hay una fila de cuatro personas esperando turno, Alice los saluda y sigue de frente a las oficinas. Tan pronto como cruza la puerta una docena de miradas se posan sobre ella, pero casi al instante se giran hacia otro lado. No importa si fingen leer o si teclean en sus escritorios o si conversan entre sí de cara a la pared, todos la ignoran por completo.

Alice parece no notarlo y se deja caer sobre su silla, enciende su computadora y tras el protocolo necesario, abre el formato de reporte y lo empieza a llenar.

«Arresto en el callejón C del barrio 45 a cargo del detective Robert Adams bajo la orden de aprensión número...»

En ese momento los oficiales que acompañaron a Alice, entran también a la oficina, pero el recibimiento es distinto. Les aplauden y los halagan con palabras como valentía, coraje y trabajo en equipo; al mismo tiempo que se les acercan con toda clase de preguntas sobre el operativo, hasta que crean una bola que avanza hacia el fondo de la sala.

Cuando pasan junto a Alice, varios de ellos extienden sus manos y sus codos de manera que tiran sus papeles y estuches, y una vez en el suelo los patean, dispersándolos por los alrededores, pero la oficial no reacciona. Tiene sus oídos fijos en la conversación.

—Sabíamos que era una misión peligrosa, pero por nuestros compañeros lo que sea. Sí, ese desgraciado está en la sala de interrogación, yo mismo llené el registro. Podría, pero se me ordenó esperar al detective Adams, ya saben, es un perro viejo, pero no hay nadie como él.

Los monstruos del barrio 45حيث تعيش القصص. اكتشف الآن