No tenía los atributos más apreciados por el mundo, no parecía una super modelo, con una cintura diminuta. En su abdomen se dibujan algunas líneas que se pronuncian más cuando ella ocupaba un asiento, pero aquello solo era un sinónimo de su belleza sublime.

Su piel no estaba intacta, tenía una ligera marca, producto del acné que le brotó en la adolescencia, cerca de su ceja izquierda, y no por ello era menos atractiva. Su cabello era quebradizo y no encajaba para definirlo en ondulado, o lacio: era solo cabello que a veces lucía estupendamente genial, y en otras ocasiones, no tanto.

Aun así, Ismael imaginó acariciarle el cabello cuando se describía que Leah corría, o que el viento agitaba su larga melena. Le pareció gracioso recordar cómo antes la había idealizado con el físico promedio de una protagonista perfecta: Rubia, delgada, rostro sin imperfecciones, ojos azules o verdes. Cuando ella era todo lo contrario, y aquello la hacía más preciosa, romper todos los estándares.

A Ismael le gusta creer que Leah cambiaba el mundo, y no el mundo la cambiaba a ella.

Ahora la amaba mucho más de lo que su imaginación le había permitido anteriormente.

Celeste, en cambio, era todo lo que se esperaba de una protagonista atractiva a los ojos de cualquier personaje masculino. Celeste era como una brisa de verano, con rizos dorados y relucientes, tez como la nieve. Leah, con piel como una hoja de otoño capaz de acaparar la atención del lector.

Ismael aún no entendía cómo Celeste había encontrado el amor incondicional en ese joven policía, y Leah no. Pero la pregunta que más se repetía era; ¿por qué no Leah podía ser la protagonista? Era un personaje queridísimo, seguido, claro, por el prospecto amoroso de la protagonista.

Pasó el resto de la tarde leyendo el libro que lo llevaba a Leah. No siempre aparecía, o hacía grandes aportaciones, pero siempre ansiaba su regreso. Justo como en la vida real, donde esperaba sus mensajes en el buzón de wattpad.

Había dado el anochecer e Ismael seguía leyendo sin parar, el suspenso y tensión incrementaba a cada final de capítulo, de modo que no veía la hora de proseguir con el siguiente, y el siguiente, así sucesivamente. Era adictiva la historia, la narración y por supuesto, sus personajes.

Suspiró, se mordió las uñas, pataleó, brincó de alegría, se hundió más en cama, cambió de posición, arrugó el ceño y la nariz, soltó una carcajada, pero sobre todo, el rostro se le enjuagó de lágrimas al llegar a los fragmentos sensibles y detonantes.

Comprendió que, todo lo que conocía de Leah era solo citas cortas del libro. Lo que le había platicado por mensajes, cuando hablaba de su padre, o se sensibilizaba, eran solo citas del libro:

"Mi padre me enseñó desde pequeña el interés por las ciencias. Comencé con astronomía, ya sabes, todo niño pequeño quiere viajar al espacio... Y mis cajas de cartón que simulaban las naves, fueron intercambiadas por libros. Así surgió el gusto".

Aquello lo decía a Celeste y al policía Venzor cuando mantenían una conversación durante una fogata para esos días fríos. Y justo eran las mismas palabras que le había dedicado por mensaje.

"No quiero que te acostumbres a mi existencia"

Le había confesado a Celeste, porque no cabía en ella la esperanza de que sobreviviera, no después de ver que llegaron algunas personas esperando encontrar un refugio, y que se fueron soltando su último respiro.

Ismael volvió a verificar los mensajes. Todo el tiempo seguía un guion, la persona con la que estuvo hablando durante noches no existía. Nunca supo nada real de la persona que administraba la cuenta, todo era parte del libro.

El libro que me lleva a ti (1)Where stories live. Discover now