—¡¿Qué no piensas decir nada?! —Isabela la sacó de sus pensamientos, cierto, la niña de oro seguía hablando.

Isabela —la voz de Dolores sonó suave como siempre mientras estaba de pie a unos pasos de ellas, pero Mirabel conocía a su hermana y sabía que había una advertencia escondida ahí —¿No tienes que ir al pueblo a realizar tus tareas? ¡hmm! —soltó su chillido característico, y Mirabel no pudo evitar esconder su sonrisa agachando el rostro al suelo cuando Isabela miró furiosa a Dolores, solo para después irse sin decir nada —¿No es temprano para que te metas en problemas, chiquita? —le preguntó con cierta diversión.

—La princesita de oro me odia —resopló haciendo un puchero, cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Princesita de oro? —le peguntó su hermana mayor con curiosidad —¿De dónde sacaste el apodo?

—Félix una vez nos contó un cuento a Camilo y a mi sobre una niña que era una princesa que era totalmente perfecta y amada por todos —contó Mirabel mientras se acercaba a su hermana y tomaba su mano, entonces ambas comenzaron a caminar para ir a la puerta a la que inicialmente se dirigía —. Isabela es perfecta, así que, Cami la llamó una vez "princesita de oro" y yo, ¿"niña de oro"? —se encogió de hombros, en su mente Isabela era eso.

Su hermana solo tarareó, entendiendo el punto —. Bueno, quizás deberíamos olvidarlo, ¿no? Hoy es el día de mamá, ¿no? —le dijo Dolores con una suave sonrisa. Mirabel asintió en respuesta, recordando cuál era su objetivo hoy, así que asintió a su hermana con una sonrisa y pronto ambas llegaron a la puerta de Pepa. La niña de ocho años tomó una bocanada de aire y dejó ir la mano de su hermana —. Pienso que deberías entregar tu regalo a solas —le susurra su hermana con cariño. Dolores sabía lo que Mirabel quería hacer hoy, después de todo, estuvo hablando con su hermana mayor de eso durante horas y hoy era el día en que lo haría. Lolo le dio un suave empujón en su espalda en dirección a la puerta, solo para después alejarse de ella por el pasillo, seguro iría a buscar a Cami quien estaría en la cocina preparando el pastel que hicieron anoche.

Mirabel hinchó su pecho, armándose de valor abrió la puerta, entrando a la habitación de Pepa. Hay algunas nubes grises en la habitación, pero ella entiende la razón de ellas, cuando su tía cumplió años fue un día lleno de nubes grises, fue el primer cumpleaños de la tía Pepa sin el tío Bruno... y en el que no se llevaba bien con Julieta. Así que a pesar de todos estar en la mesa y que abuela los tuviera sentados para "celebrar", al final Pepa no había podido estar en la mesa y se fue su habitación, así que sus hermanos y ella hicieron pijamada con Pepa y Félix, nubes grises siempre sobre ellos mientras lloraba. Desde entonces, Mirabel sabía que Pepa llevaría una nube en su cabeza en su cumpleaños, se animaba mucho con ellos, pero eso no se llevaba lejos su tristeza. A Mirabel siempre le dijeron que era una niña demasiado inteligente para su edad, y era verdad, por eso logró llegar a una decisión.

—¿Nubarronita? —escucha la voz de Pepa y sus ojos marrones van de inmediato a ella, quien estaba frente a su espejo, colocándose su último arete de sol.

Mirabel sonrió, rápidamente corrió hacia Pepa quien se puso de rodillas abriendo sus brazos con anticipación y pronto le dio un fuerte abrazo. Mirabel amaba los abrazos de Pepa, se sentía segura y protegida en ellos, no importaba si estaba lloviendo o nevando sobre ellas, el abrazo de Pepa era cálido, calmaba cada miedo y duda, hacia que un día malo cambiara a uno bueno. Aún está fresco el día de su cumpleaños número cinco en su memoria, jamás olvidará lo triste que se sintió, lo sola que se sintió y luego Pepa estaba con ella en la guardería, abrazándola con fuerza mientras Mirabel lloraba, Pepa, quien no se apartó de su lado, quién luchó por ella, quien cuidó de ella, quien no dudaba en cargarla en sus brazos para calmar sus miedos, quien besaba su frente con cariño, quien le decía una y otra vez lo especial que era, quien cepillaba sus rizos, quien rió con felicidad cuando usó la falda amarilla por primera vez, quien lloró de felicidad cuando la escuchó llamar a Camilo y Dolores "hermanos", quien le leía cuentos antes de dormir junto a sus hermanos, quien le tarareaba canciones cuando la arropaba en su cama, quien la regañaba y le indicaba lo que había hecho mal, pero quien después suspiraba y levantaba sus castigos mientras le sonreía cariñosamente unos días después. Julieta dejó de ser su mamá cuando tenía cinco años, nunca podría entender como pudo dejarla, pero no importa, ha dolido mucho tiempo, dolerá, es una niña inteligente y lo sabe, pero también sabe, que aunque Julieta dejó de ser su madre hace mucho tiempo, ella ya tiene una verdadera mamá.

Arde, mi bella estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora