El corazón me golpeó con dureza el pecho, me senté a los pies de la cama observando su cara, la apreté contra el pecho y me tiré hacia atrás para gatear por la cama hasta llegar a la almohada y aferrarme a ella como un niño pequeño que tiene pesadillas.

Al despertarme me di cuenta de que era de noche. Todavía no ajustaba mi cuerpo al cambio de horario. Me vestí y salí a comprar algo de comida rápida, dejé pasar la noche y a la mañana siguiente llamé a un taxi para ir a casa de Jo. Por una parte, seguía sin tener ganas de verla y enfrentarme al porqué no fue a buscarme al aeropuerto, por otra, me moría por abrazarla y ver a mis sobrinos.

—¡Ty!, ¿eres tú? —la voz era de mi cuñado y venía desde la ventana de la cocina.

—Hombre, Steve, sí soy yo —Steve me abrió la puerta, me abrazó y volvió a la cocina donde sacó unas galletas del horno— ¿cuándo te has vuelto tú cocinero?

—Es para Rosie, está enferma en su habitación.

—¿Está Jo con ella?

—No, verás, tu hermana está con Nick desde hace varias semanas en el hospital, —me quedé de piedra— Nick estaba con unos amigos aprendiendo a montar en bici y...

—Termina la frase, Steve, ¿qué le pasó a Nick?

—Un coche salió de la nada y le atropelló. Nick está mejor pero no puede moverse todavía.

—¿Qué?, ¿por qué Jo no me contó nada de esto?

—No quería preocuparte y luego llegó tu carta diciendo que volverías y esperó hasta entonces para contártelo. Siento que hayas llegado y no te encontraras con nadie. Operaban a Nick de la rodilla a la misma hora.

—No pasa nada, —me acerqué a las galletas que Steve había puesto en un plato— le subiré esto a Rosie, si no te importa.

—Claro que no, le gustará conocerte.

Subí las escaleras con un vaso de leche caliente en una mano y las galletas en la otra. Sentía que se me iban a caer al suelo en cuanto viera a Rosie. Ella no me conocía, nació después de que yo me fuera, pero tenía la esperanza de que Jo le hubiese hablado de mí.

La encontré en su cama profundamente dormida, pero la desperté al sentarme a su lado en la cama. No se asustó, me sonrío y me preguntó rápidamente: ¿tío Tyler? Entonces supe que mi hermana no me guardaba rencor, abracé a mi sobrina de dos años y le di de comer.

Después de dejar a la pequeña descansando de nuevo, bajé a la cocina donde Steve, como si conociera mis pensamientos, me dijo que podía darme una ducha y comer todo lo que quisiera hasta que regresara la luz y el agua a mi casa, algo de lo que él se encargaría antes de entrar a trabajar. Y así lo hice. Lavé mi ropa en el lavabo, no estaba familiarizado con lavadoras eléctricas y en el ejército nos habían enseñado a lavar la ropa con poca agua y menos jabón aún. Las escurrí y las dejé secar en la terraza mientras, con tan solo una toalla alrededor de la cintura, me tumbé en una hamaca sintiendo el sol sobre mi piel. Era una sensación agradable. Hacía tiempo que no me tumbaba sobre mi espalda, con los brazos bajo la cabeza y los ojos cerrados. En mitad de una guerra se duerme prácticamente con un ojo abierto y siempre alerta ante cualquier peligro. Eso si lograbas dormir, claro.

Unas horas más tarde, el sol casi se había puesto y mis ropas estaban secas. Justamente terminaba de ponérmelas cuando oí la cerradura de la puerta moverse. Era Jo, que venía del hospital. Se había cortado el pelo y lo llevaba por los hombros, estaba más delgada y aparentaba rondar los treinta, cuando apenas tenía veintitrés. Un año y medio menos que yo. Nada más cerrar la puerta, entró a la cocina sin fijarse que delante de ella, detrás de los cristales que separaban el salón de la terraza, estaba yo.

CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora