CAPÍTULO 5. ¿Un posible protector?

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—Puesto que sois Romeo no os abriré la puerta principal, milord. ¡Subid por el cedro y llegad hasta mí! —Caroline lo miró con sorna.

—¡Por vos conquistaría la estrella más lejana, dulce dama! —John trepó por el árbol con la misma agilidad de un chimpancé—. Y si me consentís que os haga el amor esta madrugada, os bajo la Luna y os la entrego.

—¡Palabras, palabras y más palabras! Yo quiero hechos, no palabras. —Pese al malhumor, su amante conseguía calentarle el corazón—. Primero os reísteis de mí, milord, y luego me dejasteis a merced de ese abominable marqués.

     El hombre dio un salto y aterrizó en el balcón al lado de Caroline.

—Lamento que os hayáis sentido abandonada, amor mío.

     John la cogió del codo y la guio dentro de la habitación. Una vez allí la abrazó y le dio un beso apasionado sobre los labios.

—Vine hasta aquí corriendo entre las sombras en cuanto Winchester me dejó —continuó diciendo con el ímpetu que le proporcionaba la lujuria insatisfecha—. Perdonadme, milady, pero no quería desenmascararos o mostrarme frente a él tan desesperado como me sentía.

—No debisteis padecer tal temor —y, efectuando un gesto dramático, Caroline le expuso—: El marqués no solo sabe que soy mujer, sino que también me ha reconocido como la baronesa de Stawell. ¡¿Entendéis, milord, cuál es el acuciante motivo de mi desesperación?!

—¡¿Se lo confesasteis?! —John, desconcertado, clavó la vista en los ojos metálicos de Caroline.

—No, milord, no fue necesario. ¡Lo supo desde el primer momento!

     La baronesa caminó hasta la cama, y, agotada, se tiró sobre ella mirando el techo. John la siguió. Se retiró la casaca —todavía llevaba la misma vestimenta de la salida— y se le recostó al lado.

—Según deduzco, amiga mía, durante toda la noche Conrad Blake se dedicó a burlarse de ambos. —Molesto, John le agarró la mano y le entrelazó los dedos.

—¡Sí, milord! ¡Winchester es un falso, un putañero y un libertino! Me preguntó qué había hecho con Bridget en el burdel y los ojos le brillaban ante la posibilidad de que hubiésemos mantenido relaciones sexuales. ¡Además se tomó la libertad de besarme y de pedirme que continuáramos la aventura los dos solos!

—¡Así que el muy cretino se libró de mí para acostarse con vos! —El aristócrata se colocó sobre ella, posesivo, y le recorrió el lóbulo de la oreja con la lengua.

—¡Exacto, milord! Nos tomó por idiotas. ¿Entendéis, entonces, el motivo de mi disgusto?

—¡Pobrecilla, cuánto habéis tenido que soportar por obra de ese rufián! —John, fuera de sí, le abrió la bata y plantó la cara entre los pechos desnudos de Caroline con una pasión irrefrenable.

—¡No podéis imaginar cuánto, milord! —Lo besó con la misma necesidad: entretanto le quitó el pañuelo que llevaba alrededor del cuello y le desabrochó el chaleco y la camisa—. ¡Ese hombre es un desaprensivo! ¡Me hizo sentir como si fuese una vulgar ramera!

—Yo os haré olvidar al marqués, mi amor. —John se hallaba tan deseoso de volver a probar su húmedo calor que solo se desabotonó la calza—. ¡Os juro por mi vida que jamás volveréis a pensar en él!

     Le enredó la lengua en la aureola izquierda, succionándola, y luego repitió el procedimiento con la derecha. Así, provocó que Caroline se estremeciese sin control. A continuación descendió por la suave piel del estómago y del vientre, fascinado con el sabor afrutado y por el aroma a lilas que desprendía.

DESTINO DE CORTESANA.Where stories live. Discover now