R Y O H E I H A Y A S H I

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Me lo pensé un poco. Había que equilibrar las cosas en la balanza. Podía verlo como un experimento social, acercarme al amigo al que nadie quiere para finalmente conseguir un polvo con el mas guapo y deseado. Si algo llegaba a salir mal, simplemente podría decir que era una apuesta, no tenía nada que perder, y tenía mucho que ganar.

—Está bien, pero solo una semana. Ni un día más.

El trato estaba cerrado. El siguiente día me encontré a Peyan caminando cerca del jardín trasero de la escuela. Con las manos metidas en sus bolsillos como era costumbre en él, lucía triste, algo perdido, y consideré que tenía la excusa perfecta para acercarme a él. No sería necesario exacerbar mis encantos, con alguien como él las cosas se me darían fácil.

—¿Estás bien, Peyan? —pregunté fingiendo inocencia.

El alzó su vista y por primera vez me fijé en sus grandes ojos color miel, eran tan bonitos que me sentí una tonta por no haberme fijado antes en ellos. Tan brillantes, tan expresivos.

—La verdad no. Pero, ¿Qué le va a importar a la reina de la escuela la vida de un idiota? —respondió esquivo, tal vez lo había subestimado pensando que era solo un simplón.

—¿Y si me importas mas de lo que tú crees? —él se me queda viendo, y al fin siento que he avanzado al ver como sus ojos muestran una pizca de ilusión.

—No te lo creería.

—¿Me creerías si te invito a una cita?

Él dijo que si. No sé si habrá sido con la genuina ilusión de que entre alguien como él y alguien como yo pudiera pasar algo mas allá de una conversación, pero el hecho de que aceptara me tenía un paso mas cerca de ganar la apuesta, y un paso mas cerca de Mitsuya.

Nuestra cita era un día Sábado, él insistió en que nos encontrásemos en un parque porque no podría pagarse uno de los restaurantes caros a los que estaba acostumbrada a ir. Ni siquiera sabía que cosa usar para eso, mis trajes de Chanel no se verían nada bien con la caca de una paloma luego de sentarme en uno de esos bancos de piedras que hay en los parques, donde la gente suele sentarse a lanzar migas a los pájaros o a comer comida callejera, y juré al cielo, prometiéndole a Santa Coco que algo de su marca nunca sería manchado por un chorro de mostaza.

Al final me decidí por unos viejos jeans Levi's que una amiga me había regalado para mi cumpleaños anterior y una camiseta Tommy Hilfiger que usaba algunas veces que me quedaba todo el día en casa. Mi chofer me dejó en en parque, y mi guardaespaldas me hizo prometer que no me alejaría más de veinte metros de él. No sería la primera vez que escapaba de su custodia, por que había que admitirlo, no era una chica perfecta, era un desastre, un desastre que usaba zapatos de millones de yenes y bolsos de diseñador.

Peyan vestía un simple pantalón de mezclilla y una camiseta gris con un estampado ligero. Tengo que admitir que al menos se esforzó un poco en no llamar la atención con su ropa esta vez.

Y allí estábamos, mientras me contaba de su amigo Pah Chin, de todo lo que vivió cuando era parte de la Tokyo Manji, y a mi en un principio me interesaba escuchar de aquello por que era divertido saber las andanzas de Mitsuya. Y tal vez fue en ese momento en que mi amor platónico pasó a ser algo irrelevante, por que el chico de los ojos color miel me estaba haciendo reír de una forma que jamás pensé que podría hacerlo.

—Y entonces casi cometo el error de asesinar a Draken —confesó antes de morder el hot dog que habíamos comprado en un carrito en el parque, y que no supe porque no había probado antes por que era mejor que cualquier elegante plato francés que haya probado en mi vida—. Para mi suerte, los chicos entendieron mi desesperación, me perdonaron y me dejaron quedarme.

《 TOKYO REVENGERS STORIES ♡ 》Where stories live. Discover now