—¿Está lista, soldado?

—Sí...

—¿¡Está lista, soldado!? —gritó.

—Sí... —. Mi voz volvió a temblar.

—¡Con más fuerza! ¡No toleramos miedicas en nuestras tropas! —. Se había puesto en el papel, pero de lo lindo. Pecho hinchado, hombros hacia atrás, voz autoritaria. Todo un jefe de los Seal, la Marina, el ejército o algo de eso.

—Jaja —interpreté con sarcasmo—. ¿Y vosotros qué? ¿Qué enviáis a la miedica porque no os atrevéis siquiera a poner un pie en las escaleras?

—Es usted la más indicada para la misión, encaja perfectísimamente en el papel. No hay nadie mejor. Pero no toleraremos de nuevo muestra alguna de esa boca sucia que tiene. ¿Lo entiende, soldado?

Solté un suspiro antes de pasar por su lado dirección al comedor. Los generales Ethan y Dale cerraron la puerta del garaje detrás de mí.

Nuestros pasos sonaban firmes. Andábamos hacia la victoria, rectos y orgullosos de representar nuestro más grande honor, nuestra patria. De representar nuestros compatriotas, nuestros amigos y familia y todo lo que nos importaba. De ahora en adelante solo importaría la guerra, la batalla que nos esperaba. Nuestras respiraciones, reflejos, nuestra valentía, determinación y todo lo que ¿Qué demonios estáis haciendo? preguntó una voz.

—¿Eh?

Lizbeth nos observaba con una ceja levantada. A su lado Wyatt y Nixi nos miraban igual de confundidos.

Los generales se cuadraron detrás de mí, uno a cada lado, yo en el centro. Por primera vez mi rango no importaba. Me permitían llevarme el reconocimiento. A fin de cuentas, yo iba a ser el héroe de la guerra.

¿Y si soy el cebo? ¿Y si me dejan quedarme con el reconocimiento porque saben que pereceré en la misión? Preguntó una asustada parte de mi conciencia. No podía ser. El miedo no podía vencerme a escasos minutos de la batalla. Tenía que ser fuerte. Pensar en mis padres. En sus sonrisas. Viviría por ellos, y si no lo lograba, si perecía en el camino, al menos me reuniría con mi amado entre las faldas de la todopoderosa muerte.

—¡Todo por mi país! —grité.

—¡Todo por la patria! —vociferaron los generales.

—Reunid a los ciudadanos. Esta soldado merece la mejor de las despedidas —dijo uno de ellos.

Ninguno de los tres espectadores hizo nada. Tenían demasiado miedo, lo veía en sus ojos.

—¡Es una orden!

Lizbeth alzó una ceja, pero temblando como una hoja acabó subiendo hasta la mitad de las escaleras para llamar a los restantes.

—¡Mamá! ¡Chris! ¡Nina! ¡Daiah! ¡Anahi! —. Su voz sonaba más aguda de lo normal. Consumida por el terror.

Tardaron un par de minutos en bajar. La sorpresa era palpable en sus rostros. No sabían que los acontecimientos iban a acelerarse tanto. Que de un minuto a otro empezaría la guerra. Y todos ellos podían ser daños colaterales. ¡El tiempo era oro!

—Tengo que apresurarme —les susurré a los generales.

El General Dale asintió con preocupación.

—Tu valentía siempre será recordada.

—Todo por la patria —reiteré. Y con la mirada de los asustados ciudadanos en mi nuca, con todos sus temores y esperanzas sobre mis hombros, empecé el descenso.

Había jurado que no me sacrificaría por nadie. Lo había jurado por lo que más me importaba en el mundo, por uno de mis dos amores: Wattpad. Pero tenía que hacerlo. El mundo dependía de ello. Y si moría en el proceso al menos le quedaría todos sus amantes (los Hidalgo, los Cash, Jack Ross, Luke Howland, Jared, Simón...), y a mí me quedarían mi otro amor. Nos reuniríamos en los brazos de la muerte.

Seguí descendiendo. La batalla se libraría en los desolados parajes de la cueva. Allí me esperaba ellas. Las más temibles enemigas de la nación.

Las cucarachas.

El corazón bombeaba vida con todas sus fuerzas en mi pecho. Las piernas empezaron a temblarme al llegar al cuarto escalón. Debía ser fuerte. Tenía que rescatar al prisionero. Mi móvil debía volver a encontrarse entre la seguridad de mis manos y la calidez del bolsillo de mis tejanos. Era la única opción. La única salida.

Llegué abajo. Acerqué la mano al pomo de la puerta. Lo hice girar. Media vuelta. Tres cuartos. La puerta se empezó a abrir. Poco a poco. Crujiendo por la lentitud. Primero unos centímetros. Después medio metro. Y en eso que ponía el primer pie dentro de ese inmundo reino lo sentí.

Lo sentí.

Sentí su húmeda y pegajosa textura en mi piel. Trepando por mi espalda.

—¡AHHHHHH!

Y en medio del pánico. Mientras saltaba intentando que esa asquerosa criatura saliese de encima de mí, mientras intentaba salvar mi vida, en ese momento, lo vi. Lo vi. Vi como caía de mis hombros hasta rebotar en el suelo. Inerte. Inerte como toda rata de plástico podía ser.

—¡ETHAAAN TE VOY A MATAR!

Este dejó de descojonarse en la cima de las escaleras cuando me vio subir a toda velocidad batiendo la escoba.

Se.

Iba.

A.

Enterar.


Por cierto, ¿habéis notado que mi mente suele inventarse películas? Si en algún momento estoy en la luna, bailando con dragones, suspendiendo un examen o firmando el tratado de paz entre China y Estados Unidos, dudad. 

 

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