Las abejas no pueden volar

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Me quedé inmóvil junto a la escalera mientras la linterna de aquel intruso inspeccionaba el salón a su antojo. Solo tenía que accionar el interruptor que había a mis espaldas para encender la luz y descubrirlo; sin embargo, el miedo me tenía literalmente paralizada. Me temblaban las piernas, respiraba con dificultad y sentía el pulso acelerado en el cuello.

Aunque apenas pasaron unos segundos antes de que mi torpe intruso se delatara, el momento se me hizo eterno. Mi mente tuvo tiempo de barajar distintas hipótesis sobre sus identidad y sus terroríficas intenciones.

El golpe seco de un traspié contra la pesada mesa de roble hizo que el asaltante profiriera un alarido.

_¡Coño! ¡Qué daño! ¡Mi pie!

Aquel timbre inconfundible y su forma única de soltar tacos sin que sonaran mal, con su voz femenina y musical, me dejó perpleja.

No podía ser ella.

Era sencillamente imposible.

Accioné la luz.

_¡Sorpresa!

_Pero… ¿qué haces tú aquí? ¿Cómo…?

Quería bajar las escaleras volando y abalanzarme a sus brazos. Quería comérmela a besos.

Alessia corrió a mi encuentro subiendo las escaleras estrepitosamente con sus tacones de aguja.

¡Mi mejor amiga había venido a verme desde Estados Unidos!

Nos abrazamos durante más de un minuto, balanceando nuestros cuerpos de un lado a otro, riéndonos de forma histérica y propinándonos besos sonoros en las mejillas. Al ver que mis pies casi no se movían del suelo, reparó en el vendaje de mi tobillo. Y, después, en mi aspecto ojeroso y en las heridas de mi rostro.

Yo también me fijé en su piel bronceada, en su melena rubia matizada por el sol, en su ropa ceñida de Barbie California y en sus uñas pintadas de rosa pastel.

_¡Estás impresionante, Alessia!

_Gracias -contestó torciendo la boca en un mohín_. Tú, en cambio, estás… estás…

_Estoy horrible.

Reí divertida, consciente de lo poco que me importaba mi aspecto en aquel momento. Mi amiga estaba conmigo. Había cruzado medio mundo para venir a verme… Todo lo demás me parecía irrelevante.

_¿Qué te ha pasado, Sheylita?

_No es nada. Solo unos cuantos rasguños y un pequeño esguince. Me caí en una trampa para animales, pero ya estoy bien…

Alessia me siguió hasta mi habitación y se sentó a mi lado en la cama. La miré emocionada.

_¡No puedo creer que hayas venido! Déjame pellizcarte para asegurarme de que no estoy soñando.

Alessia emitió un alarido y dio un respingo.

_¡Capulla! Se supone que debes pellizcarte a ti misma.

_Es que no quiero hacerme daño… ¡Estoy herida!

Las dos nos reímos y nos abrazamos de nuevo antes de iniciar una guerra de cosquillas. Caímos sobre la cama vencidas por la risa.

Tener allí a Alessia era estupendo. Después de todo lo que había pasado, no podía imaginar un regalo mejor. Ahora solo necesitaba algo más para que mi felicidad fuera plena. Pensé en Besco y mi corazón se nubló. No solo no podía hablar de él con mi amiga o presentárselo. ¡Ni siquiera estaba segura de que yo misma volviera a verle!

_Te noté algo triste cuando me dijiste que tu tío era horrible y que estabas sola en un caserón en mitad del bosque. Así que pensé en darte una sorpresa. Quería haber llegado el día de tu cumpleaños, pero no pude; mis padres insistieron en que pasara antes por casa… Necesitaba repostar -dijo frotando sus dedos pulgar e índice_, así que me vi obligada a hacer escala en Barcelona.

Sonreí con resignación al recordar a sus padres y su facilidad para compensar con dinero el tiempo que nunca dedicaban a su única hija.

_El día que me llamaste por teléfono -continuó Alessia_ estaba a punto de coger el avión. Temía que escucharas la megafonía del aeropuerto y por eso tuve que colgarte pronto.

Me sentí estúpida al recordar la tristeza que me había invadido en aquel momento pensando que mi amiga pasaba de mí.

Aquella fue mi mejor noche en la Dehesa. Acurrucadas en la misma cama, nos sorprendió el alba entre risas y confidencias de amigas. Nos pusimos al día de todo lo que nos había pasado desde que nos separamos en Barcelona. Ella rumbo a California y yo… a Colmenar. Las diferencias entre ambas eran casi tan abismales como las de nuestros destinos. Y, sin embargo, nuestras almas no podían estar más unidas.

Ella me habló de hermandades de instituto, de chicos bronceados y de fiestas con ponche, de días de sol y playa, de barbacoas… y de más chicos bronceados.

Yo le hablé de las rarezas de mi tío y del carácter extraño aunque afable de la gente de Colmenar, de la original Lorena, de las meriendas con María y de las ocurrencias de la tendera del pueblo. Le hablé también del miedo que había pasado los primeros días y de cómo, poco a poco, había empezado a acostumbrarme e incluso a disfrutar de
aquel lugar.

No mencioné a Loreno. No quería estropear nuestra primera noche con mis peores temores. Desconfiaba de él, pero todavía no tenía suficientes pruebas que confirmaran mis sospechas.

Tampoco le expliqué nada de Besco. Tuve que morderme la lengua en varias ocasiones para no ceder al impulso de confesarle a mi mejor amiga que estaba loca y perdidamente enamorada de un ser sobrenatural y misterioso. Por desgracia, no podía hacerlo. Le había dado mi palabra. Aunque se tratara de una confesión inocente entre amigas, mis labios estaban sellados.

Antes de abandonarme a un sueño profundo, reparé en un detalle que la emoción me había hecho pasar por alto.

_¿Cómo has entrado en la Dehesa?

_Con la llave -respondió mi amiga entre bostezos.

Me incorporé hasta sentarme en la cama. La miré perpleja, esperando una explicación.

Los ojos de Alessia brillaron en la oscuridad.

_Ya sabes, la que hay en la fachada, escondida tras una piedra.

Negué con la cabeza.

_Quería darte un sustito… -reconoció con una risilla traviesa_. Este caserón se presta mucho a eso. Es más terrorífico de lo que me habías explicado por SMS. ¡Y ya sabes cuánto me gustan las historias de miedo! Imaginé que habría alguna llave oculta en algún sitio.

Al ver mi cara de sorpresa siguió con su explicación.

_Todas las casas aisladas guardan una cerca. Los propietarios las esconden en sitios estratégicos para no tener que darse la vuelta si las olvidan. Primero la busqué bajo el felpudo y en la maceta de la entrada… pero después reparé en una piedra que sobresalía en la fachada, a la altura de mi mano. Al tocarla, noté que estaba suelta. Solo tuve que sacarla y voilà! Allí estaba la llave.

_No me lo puedo creer…

_¿No te lo dijo tu tío?
—No…

_A lo mejor ni siquiera él lo sabía. Está bastante oxidada… Es posible que esa llave lleve décadas escondida ahí. Tal vez la pusieron tus abuelos.

La explicación de Alessia tenía mucho sentido, y poca importancia, si nadie más hubiera entrado a hurtadillas en la casa. Sin embargo, después de todo lo que había pasado, no podía dejar de pensar en que Loreno no era el único sospechoso.

_¿Cómo es que sabes tanto de casas de campo?

_Vamos, Sheyla, es de cajón. ¡Sale en todas las películas de terror con casas perdidas en el bosque! Siempre hay una llave escondida, un fantasma y amigos que desaparecen de forma misteriosa…

Un bostezo frenó en seco sus palabras.

Segundos antes de escuchar sus ronquidos, estuve a punto de suplicarle que no se le ocurriera darme más sustos o desaparecer de forma misteriosa.

El bosque de los corazones Rotos©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora