—Pero no puedes andar por ahí diciéndole a la gente que su mascota morirá al día siguiente, mi cielo.

—Es inevitable, mamá. Sólo digo lo que está pasando en las visiones. —defendió con ligera molestia—. Incluso llegan a ser difusas, apareciendo en desorden y luego ¿yo debo decifrarlo? ¡Es su futuro, que ellos lo hagan! De todos modos, cualquier cosa que diga o haga es culpa mía. Siempre lo es.

—Si trataras de ver algo positivo en tus visiones...

Y ahí iba de nuevo. Bruno hizo el esfuerzo de no rodar los ojos ante las palabras de su madre, obligándose a sí mismo a prestar atención nuevamente a su plato de comida, jugando una vez más con la cuchara entre sus dedos.

Ya sabía lo que diría, incluso del revés. Era lo mismo de siempre, el discurso inútil de los últimos años. Lo tenía harto.

Y en cuanto Alma terminó de hablar, Bruno respondió de la misma manera, casi automático, que lo intentaría.

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—¡Se lo repito a diario pero no quiere entender! A este paso me convertiré en un loro. O peor, creo que ya me convertí en uno.

—Bruno, no ofendas a los loros. —intentó bromear Julieta. El chico curvó sus cejas, tomándolo en serio, caminando a su lado con la canastilla llena de comida—. Perdón, sólo quería hacerte reír. Ahora, hablando en serio, ¿porqué supones que no puedes ver algo positivo en tus visiones?

—Porque simplemente no lo hago, Julieta. Sólo aparecen al azar.

—¿Ya lo has intentado?

—Hasta el cansancio.

Julieta lo observó preocupada, puesto que sí lucía cansado. Su postura, caminata y ojeras lo delataban aún más. Inmediatamente la culpa trepó por sus piernas hasta invadir su pecho y sujetó con firmeza la canastilla entre sus delgados brazos.

Se dirigían hasta la plaza central del pueblo, donde ella tenía su puesto de comidas medicinales, curando a quien lo necesite. Y fue Bruno quien se ofreció acarrear las canastillas junto a su hermana.

—No tienes que venir conmigo si te sientes cansado, hermano. Puedo con esto sola.

—¿Quieres decir que no me necesitas? —soltó, sin las agallas suficientes para observarla. Julieta entró en pánico.

—¡No dije eso! —detuvo sus pasos, obligándolo a imitarla—. Por supuesto que eres de ayuda, sólo no quiero que te esfuerces demasiado. Luces exhausto.

—Estoy bien, en serio.

Mintió. No le gustaba mentirle a su hermana, ella era la única quien aún lo trataba como antes. Y odiaría perder su confianza.

Pero una mentira piadosa no le haría daño. No quería preocuparla por cosas tan insignificantes —según Bruno—.

Como ya era habitual, varias personas del pueblo no lo saludaron, sólo a Julieta, pasándolo de lado. Susurraban a sus espaldas, alejándose de su presencia, ignorándolo, como si fuera nada.

Maldita sea, nunca se acostumbraría a tanto rechazo.

¿Realmente se lo merecía?

«Tal vez», pensó Bruno. Después de todo, sólo les causaba miseria. Eso se lo dejaban muy en claro.

Si no podía ayudar con su don, al menos intentaría ayudar a sus hermanas con sus tareas. De manera indirecta, él también estaría involucrado en ello, ¿no? Así dejaría de sentirse tan inservible. O eso esperaba lograr.

El Innombrable | Bruno Madrigal | ✔️Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin