Estuve leyendo un largo rato más (en el que misteriosamente acabé en Wattpad) cuando mi estomago rugió con fuerzas.

Alcé la vista instintivamente para ver la hora en el reloj cuando un rápido movimiento captó mi atención.

Pegué el puñetero grito del puñetero siglo de la puñetera y maldita existencia. Chillido que pareció no afectar a la cucaracha que trepaba por mi pared a toda velocidad y que siguió avanzando impasible ante mis gritos.

Fue un visto y no visto, de repente me encontraba tirada en la cama en una postura de lo más extraña (no sé porque siempre acabo con dolor de espalda...) y en el otro subía a toda velocidad las escaleras hasta llegar a la planta de arriba.

Me quedé parada en la puerta, el corazón latiéndome a mil por hora. Mi pecho hinchándose y deshinchándose a toda velocidad. Me tomó unos segundos coger las fuerzas necesarias para incorporarme de mi postura de persona que no corre en su vida más que para perseguir profes por el instituto para reclamar revisiones de exámenes. Jeje.

—¡No me lo puedo creer! —exclamé con todas las fuerzas que les quedaban a mis agitados pulmones tras el sprint.

Ya estaban todos mirándome cuando me dirigí a ellos. Pizza en mano y bocas llenas. Malditos bastardos.

—No me habéis avisado —escupí con indignación e incredulidad al ver solo tres porciones restantes. Y encima vegetales, lo que quería decir que no las habían dejado conscientemente pensando en mi persona, sino que habían sobrado. Nadie más que papá toleraba esa bazofia (con todo el respeto del mundo y lo que queráis, pero ¿quién demonios le pone verduras a la pizza? A la pizza).

—Has ignorado las dos llamadas —contestó mi querido progenitor.

—¿¡Cómo?! ¿¡Cómo?! —exclamé—. ¡¿Y cómo se supone que voy a escucharlas si avisáis en la primera planta y yo estoy en el puto sótano!?

—La boca... —murmuró Ethan por lo bajo. Le lancé una furiosa mirada. Soltó una risita mientras se regocijaba del trozo de pizza de pepperoni que tenía entre sus manos.

En casa había una serie de normas sagradas, la de las dos llamadas era una de ellas. Para todo (comer, salir de casa, poner una lavadora...) había dos llamadas. Si pasabas de ellas o no las escuchabas por estar con los cascos o cualquier cosa era asunto tuyo, se empezaba a comer sin ti, te dejaban en casa y se iban, ponían la lavadora, se hacían la foto familiar... (no es coña, un año hicimos la foto sin Ethan). Pero, el hecho es que normalmente las llamadas se hacían en un lugar donde fuese humanamente posible escucharlas ¡y en una cueva eso no era malditamente posible!

—Tienes razón —murmuró papá—. ¿Quieres pizza? —preguntó con una tierna sonrisa.

—Veneno querrás decir... —se escapó entre mis labios—. ¡Agh! —exclamé con frustración instantes antes repasar con la mirada a todos los miembros de la mesa barajando mis opciones.

Como si de una película de humor se tratase, o de terror (depende de cómo se mire), los ojos de Nina empezaron a abrirse. Y abrirse. Y abrirse.

—¡Una cucaracha! —chilló con tal histeria que Lizbeth, a su lado, tuvo que llevarse las manos a las orejas.

A partir de ahí todo fue un caos.

Nina se subió al instante encima de la silla, los mellizos empezaron a correr como dos energúmenos gritando a todo pulmón y los gemelos (por más machitos que fingieran ser) empezaron a retroceder hasta acabar pegados contra la pared, muertos de asco.

Papá se levantó de la silla de golpe solo para quedarse parado y Wyatt alzó a Nixi en volandas para colocarla encima de la mesa al ver que estaba aterrorizada. Le dijo algo que nadie salvo ella entendió. Cosas de entender lenguas germánicas. Nixi parecía demasiado aterrorizada y a la vez sorprendida por nuestro espectáculo como para prestarle atención.

Yo por mi parte salí corriendo a la velocidad de la luz hasta subirme, al igual que Nina, en una silla consiguiendo que Lizbeth, la única serena, me mirase desde su asiento con una sonrisa divertida en el rostro.

Y de repente una escoba apreció de la nada para aplastar el bicho. Detrás de mí Ethan vomitaba al sentir el crujido que hizo. Y Nina al sentir el olor de la sustancia que salía del mayor.

—Menuda panda de miedicas me he buscado... —murmuró Heather apoyada en la escoba como si de una lanza se tratase.

Esa noche dormí en el sofá. Demasiado cagada como para volver a la cueva. ¿Y si había más cucarachas? Ni de coña ponía un pie allí. 


Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


Ocho más unaWhere stories live. Discover now