La Carta del Osito

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Muy señores míos.

Me dirijo a ustedes con el ánimo de que después de mis inesperadas palabras recapaciten sobre la perniciosa conducta que muchos de vosotros manifestáis contra los individuos de mi especie. Sé que a muchos os podrá parecen inverosímil, imposible en el peor de los casos, pero deben creerme cuando les digo que yo no soy persona, sino osito. Sí, como ustedes han podido imaginar, soy un osito de peluche preocupado por el devenir de la sociedad que ustedes tan a ultranza defienden. Recientemente fui testigo de un suceso que a día de hoy todavía me compunge el corazón cuando a mi memoria acude la imagen de aquel osito de peluche tirado por el suelo, en plena calle, al lado de un contenedor de basura. A su rostro cabizbajo, le acompañaban dos ojos inanimados pero tristes; su cuerpo estaba deshilachado y a su alrededor había varias muestras de heridas recientes, quizá provocadas por la crueldad de algún gato callejero. Pero lo peor de todo fue la posición de su denostado cuerpo. Éste, gigante, se mostraba vencido y abatido sobre el asfalto, reclinado sobre la esquina derecha de un contenedor gris. Sin embargo, su espíritu no denotaba reposo, sino un abatimiento inconmensurable, entendible sólo a raíz de las mil calamidades que en su vida debiera experimentar. Y eso es lo que debió transmitirme su memoria, porque mi interior se estremeció hasta tal punto que temblé con la mera idea de terminar algún día en su lugar. Evidentemente, no supe más de aquel compañero caído, ni siquiera logro imaginar cómo debieron sacarlo de aquel lugar, amontonándolo y aplastándolo entre kilos de nauseabunda basura, pero sé que su triste final no es el único y que su ejemplo no es más que una pequeña gota amarga en un mar de infinita e inmisericorde calamidad. Sería de mi agrado pues que vosotros, lectores, hicierais acto de reflexión, y aplicando vuestra supuesta empatía, os imaginarais en la piel de un osito. Imaginad cómo se debe sentir cuando os compran y acto seguido os colman de besos y abrazos, sumergiéndoos en una vorágine de pensamientos ambiguos o contradictorios. Os acompañan día y noche y a veces os cuentan secretos inconfesables. Luego os meten en la cama y os dan abrazos nocturnos. Entonces os olvidáis del dolor de haber sido objeto regalado y pensáis que sois el receptáculo de un amor incondicional. Y justo cuando bajáis la guarda y perdonáis a vuestro comprador, os dejan de lado. Al principio os ponen en estanterías, junto a simples muñecos de la infancia; luego en un armario oscuro y húmedo y finalmente alguien os coge de la mano y os tira en la calle, a merced del frío y la incertidumbre. Si tenéis suerte, o creéis tenerla, otros os recogerán y os meterán en lavadoras, pero a la larga, después de varios abrazos harán lo mismo y terminaréis de nuevo en la calle, pero esta vez con el corazón roto y sin ápice de esperanza. Luego algunos incluso os propinarán patadas y los más crueles os harán fotos, pensando que es gracioso ver a un osito gigante muriéndose en su angustiosa soledad. Vosotros creéis que somos impasibles al miedo y al desamparo, pero desconocéis nuestro realidad, pues los ositos lloramos por dentro y nuestro interior también es capaz de albergar las más oscuras pesadillas. Por eso quiero terminar diciendo que os penséis dos veces antes de comprar un osito. Pensad primero si es lícito hacer de nuestra existencia, mercancía. Y, en segundo lugar, si aún así, os creéis dueños de nuestro destino, pensad con determinación si el amor que vais a darnos es incondicional. Si no lo es, por favor, no nos compréis. Y si encontráis algún osito roto o abandonado, por lo menos tener la mínima decencia que debería tener un ser humano y dejadlo en un lugar propicio, acompañado de otros ositos. Antes de dejar a alguien que tanto amor os a dado tirado al lado de un contenedor, pensad que él nunca lo haría. Y sin más, apelando a vuestra cordura, me despido con un abrazo. Escuchad nuestras palabras o habrá consecuencias nefastas para ambos bandos. Un abrazo.

Firmado, un osito.

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