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➤ NIAMH ADELAIDE
La feria había regresado. Sí, esa feria en la que nos conocimos, la misma donde nos confesamos nuestros sentimientos y en donde le pedí permiso para convertirme en su amada novia.
Porqué sí, yo sé lo pedí. Oigan, no es mi culpa que ellos piensen que tenemos todo el tiempo del mundo, así que me adelanté unos cuantos pasos puesto que no me sentía conforme con responder "algo" cada vez que me preguntaban qué éramos.
O simplemente no poder celarlo. Perdón, pero mi novio es muy atractivo y no me sentía con la libertad de celarlo sino teníamos los términos aclarados. Aunque con el tiempo lo comenzamos a ignorar, cada vez que alguien se le encimaba al otro nos comenzábamos a reír cuando llegábamos a la casa.
Nuestros celos eran efímeros, no porque no nos importara el contrario, más bien porque nos tenemos la confianza suficiente como para no dudar de la fidelidad entre nosotros.
Bueno, regresando a lo inicial, Axo me dijo que me tenía que arreglar para ir a dicha feria.
Me coloqué un vestido simple de mezclilla y baje a la cocina, abrazando el paquete de papel contra mi pecho. Estaba nerviosa, hace unas horas me habían dado los resultados de mis exámenes.
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Al llegar se sentía las mismas vibras que la primera vez, a excepción de algo, no había nadie.
— ¿Por qué no hay nadie? — tomo la mano de Acho y lo voltee a ver.
— Yo lo pedí — frunzo el ceño fuertemente — Quise que solo estuviéramos tu y yo — toca la punta de mi nariz de forma tierna.
Avanzamos, conmigo siguiéndolo, hasta el juego tan reconocido: laberinto de los espejos.
— ¿Ya te dije que te amo? — cuando lo vi me volví a enamorar de él.
— Nop — hace un puchero con sus labios.
La mayoría de veces en la que la gente llega a hacer un puchero, me dan ganas de golpearlo para que deje de hacer esa cara tan estúpida. Con Axo era todo lo contrario, ojalá tener un cuadro de ese momento exacto, de hecho, el fondo de mi pantalla era él haciendo una mueca, cara con la que me podría hincar para rezar.
— Pues te amo cariño — bese sus labios para después comenzar a caminar en busca de la salida.
Al llegar, a lo que yo pensaba que era la mitad, nos topamos con una mesa pequeña con rosas -mi flor favorita en este mundo y el que sigue- y una cajita pequeña al costado.
Mi chico se detiene abruptamente, agarra la cajita y se hinca frente a mi.
— Somos muy chiquitos, lo sé más de sobra, pero desde hace aproximadamente dos o tres años me di cuenta de que tú eras mi chica, la chica con la que quería compartir mi vida. Nos conocimos de una manera muy extraña, muy peculiar, pero desde ese día, todos los días que yo te veo me enamoro más y más de ti. Eres el complemento que mi corazón buscó por tanto tiempo y del que no quiero separarme nunca.
