Capítulo 2.

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Con un grito ahogado en su garganta cae sentada en la cama, toma una bocanada de aire tratando de regular los pálpitos de su corazón que late impetuoso a causa del susto del repentino sobresalto que ha tenido dejar de soñar. Cierra los ojos y sigue respirando con esfuerzo, pero aun así no logra calmar el pesar y el nivel de ansiedad que ha despertado el alocado despertar.

Observa la hora, 11:43 de la noche. Siente un hormigueo en su pecho sumamente extraño ya que es la primera vez que lo vive, hormigueo que pasa a ser una presión leve que se hace constante en unos segundos, esto la lleva a masajearse suavemente la zona, pero no se alivia, todo lo contrario, va en aumento.

Siente que le falta el aire aumenta y todas sus extremidades empiezan a temblar, cuyo temblor va esparciéndose por todo su cuerpo como lo hace el agua cuando se baña, es una experiencia horrible, pareciera que va a morir o eso imagina. Sus ojos se humedecen sin motivo alguno y no evita que varias lágrimas recorran su perfecto y dotado de hermosura rostro. Clava su mirada en la oscuridad que reina fuera, en esa noche fría sin ápice de claridad, como tratando de escapar, pero es en vano.

—Keila —pronuncia en voz alta.

Toda agitada se levanta de la cama y corre en busca de su teléfono, totalmente crispada y desesperada. El cuerpo que duerme al lado derecho de su cama se mueve dando señal de verse despertado.

—Carla ven a la cama, hace frio.

—No. Necesito hablar con mi hermana, tengo un mal presentimiento, esta conexión que tenemos es única, puedo sentir cuando algo malo le ha pasado.

—¿Qué le puede ver pasado a tu hermana? Mira la hora que es, ella está con Joel, no tienes por qué preocuparte. Ven a la cama.

—La llamaré —dice la chica y se aleja hacia la puerta de la habitación.

—Haz lo que quiera, yo seguiré durmiendo —susurra su acompañante que se acomoda bajo las cobijas nuevamente.

—Como si te importara lo que hago o dejo de hacer. Deja de mostrar cosas que no son, Silvia, por favor.

—Buenas noches —dice la chica dando por zanjada la conversación.

Un timbre, dos timbres, nada. Camina de un lado para otro con el teléfono pegado a su oído. Los nervios son cada vez mayores, atacan sin piedad sus niveles altos de ansiedad. Detiene sus pasos y pone sus ojos en el desorden que embarga su casa, preferentemente su sala, botellas de licor vacías, latas de cervezas esparcidas por todos lados, colillas de cigarrillos adornando también aquel lugar que se puede designar como basurero y no duda de que hasta un premio podría ganar, si se presentara a competencia. Su vida y su apartamento son como aquel entorno, todo un desastre.

La peli negra no soporta más el desespero y marca al último número al que le gustaría llamar, pero la obligación y necesidad te hacen hacer cosas que nunca tenías en planes o alguna vez juraste no hacerlo jamás.

—Dime Carla —solo de escucharlo le causa repulsión y nauseas, no entiende y nunca comprenderá que le pudo ver su hermana a alguien como él, si es un machista denigrante de todas las faldas existentes en el planeta.

—Pásame con mi hermana, no contesta su celular y me urge hablar con ella.

—Conmigo no está —responde el joven un poco nervioso, tratando de que este no se muestre en su voz—, se fue hace más de tres horas, se supone que debería estar contigo.

La respuesta de él no la convence, su voz lo delata, pero son sus palabras, no le queda otra que aceptarlas.

—Más te vale que esté bien, Joel —cuelga sin decir más nada y vuelve a marcar el número de su gemela sin recibir respuesta alguna.

—¿Dónde estás?

Pregunta con frustración al aire y empieza a hiperventilar. No saber del paradero de su hermana le genera un ataque de ansiedad y la persona que se encuentra en su casa no es de ayuda. Se sienta en el suelo y respira en conteo, como le enseñó un día Keila, sonríe en medio de la crisis y termina llorando. Su vida no tendría sentido sin la presencia de esa rubia correcta, impecable, atenta, intachable, todo lo contrario, a ella, en comportamiento, como en manera de pensar.

A diferencia de su hermana, Carla tiene el cabello negro que cae en rulos por debajo de sus hombros. Sus ojos verdes son como tempestades en medio de una gran calma, bella como el mismo manto perfecto de la noche, tan oscura y sombría, es unos centímetros más alta que Keila, 1.74 cm, para ser exactos. Piel blanca ligeramente bronceada, la cual está adornada por varios y diferentes tatuajes los cuales aumentan cada vez más. Una chica a la que le gusta el arte y como todo aficionado, ella hace de su piel un lienzo.

Le gusta lo arriesgado, lo atrevido, no teme a nada, solo a que su hermana sufra lo más mínimo. Una joven capaz de desarrollar y criar demonios dentro de su cuerpo. Audaz, inteligente, pero, sobre todo, precavida, no da un paso sin ver estudiado el terreno, sublime, pero a la vez tenaz.

Se pone de pie y se tira en el sofá que ocupa un lugar en la sala, luego de retirar varios desperdicios que se encontraban encima de este. Debería poner un poco de orden, tanto en su vida, como en el ambiente que la rodea. No sabe cuánto tiempo pasó, pero se había quedado dormida, el sonido de su teléfono sonando la despertó. Apenas miró el número que la llamada, era más importante saber de su hermana, quizás Keila la llamaba desde ese móvil.

—Habla Carla.

—Señorita Carla —una voz desconocida habla y su cuerpo se pone rígido.

—Si, soy yo, dígame.

—La llamamos del hospital central. Su hermana ha tenido un accidente y su número es el primero en la lista de contactos de emergencia.

Soy lo único que tiene, nadie más acudiría -piensa la joven que se pone de pie rápidamente, todo un manojo de nervios en segundos la atacan.

—¿Ha dicho accidente?

—Si señorita.

Colgó, aprieta sus manos fuertemente y camina hacia la habitación. Intenta coger calma, pero es en vano, Silvia la chica que duerme vuelve a despertar y la observa en silencio.

—Mañana cuando regrese no te quiero ver aquí —dice Carla sin mirarla apenas.

—¿Qué dices? —la chica se incorpora en la cama.

—Si no ayudas, no molestes, no quites, no robes. Así que te quiero lejos de mi vida.

Apenas se ha abrigado lo suficiente para protegerse del frio que hace esa noche, pero se enfrenta al clima que la recibe gustoso fuera de su casa, no le importa, el dolor y desespero que experimenta es suficiente para que su cuerpo se mantenga en caliente, todo ha dejado de tener importancia en su vida, solo interesa la situación de su gemela.

Coge su coche, lamenta no poder irse en su moto, la nieve no le favorece a ese medio de transporte. Pisa acelerador, sin pensar mucho en cómo están las calles a esa hora de la madrugada, sus pensamientos solo están puesto en su hermana, en su rubia, en su chica favorita, en su gemela. Todo lo que realmente le concierne se encuentra en una sala de cuidados intensivos en el hospital, luchando contra el calor y abrigo de la muerte.

TATUAJES. (Editando).Where stories live. Discover now