Excursión

48 9 3
                                    

Noté a través de los párpados cerrados como amanecía. Los rayos de sol llenaban la terraza de luz, y consiguieron que por fin me despertara. Estaba sentada en una silla de la terraza, con un libro apoyado en mi regazo. Me dolía toda la espalda a fuerza de haber pasado la mitad de la noche en esa incómoda posición. A mi lado, el reproductor de música ya no sonaba. Se debía haber apagado en algún momento de la madrugada. Me desperecé, y me levanté, pegando saltitos, y tocando el suelo con las manos para conseguir estirar la espalda. Volví a entrar a mi cuarto, pero pasé de largo. Mi objetivo era ir al baño, darme una ducha de agua fría y conseguir despejarme un poco. Me puse un vestido verde, y me peiné bien, algo poco habitual en mí, pero es que esa ocasión merecía la pena. Antes de salir eché un vistazo al reflejo del espejo. Una chica morena, de pelo castaño me devolvió la mirada. El vestido verde resaltaba los ojos color esmeralda, y las largas pestañas que los enmarcaban casi disimulaban las ojeras, producto de haber pasado varias noches insomne. Sin poder contenerme le hice unas cuantas muecas a la chica del espejo, que, como era de esperar, las repitió. Ya satisfecha, salí del baño, y me dirigí a la cocina.

En la cocina me esperaba mi madre, Sophie. Compartía conmigo esos impactantes ojos esmeraldas, que, según la gente, tenían un brillo especial. A pesar de todavía ser pronto por la mañana, tenía su pelo rubio recogido en un precioso peinado, y estaba vestida de manera impecable. Siempre lo estaba. Estaba preparando unas tostadas, y al verme, me sirvió una generosa taza de café con leche. Yo alargué la mano para coger la taza, a la vez que bostezaba, pero mi madre apartó la taza de mi alcance, obligándome a darle un beso.

- ¿Tampoco has dormido esta noche? - me preguntó, con cara preocupada.

- Bueno, al final me volví a quedar dormida - contesté. Vi las cejas arqueadas de mi madre. Esa frase requeria alguna explicación más, así que me vi obligada a añadir -. En la silla de la terraza, con la música y el libro.

- La música y tú - comentó Sophie.

- Sabes que es lo único que me relaja...

- Pero aún así, podrías intentar dormirte sin necesidad de la música o de ningún libro. ¿Cómo es posible que eso te ayude a dormir? Si en el fondo solo hay más ruido.

- Sí, mamá - dije, resignada. Sabía que era inútil discutir con ella.

- ¿Lo tienes todo para la excursión? - inquirió entonces, cambiando de tema repentinamente. Ese era otro de los muchos talentos de mi madre, cambiar el rumbo de la conversación.

La excursión era una del colegio a un museo. La verdad es que no me hacía mucha gracia ir, porque siempre que iba a una excursión pasaba algo raro, con lo que yo siempre estaba relacionada.

Tras mi respuesta afirmativa, me dio una bolsa con la comida, no sin antes haberme dado toda una lista aparentemente interminable de consejos.

- ¿Mamá, cómo quieres que siga tus consejos si no me dejas ir al colegio? - pregunté, divertida. Mi madre siempre sabía cómo subirme los ánimos.

- Está bien, te puedes ir - aceptó a regañadientes.

Salí corriendo, porque ya iba bastante tarde, y llegué a clase por los pelos. El colegio en sí era un edificio imponente. Estaba construido con piedra blanca, y tenía tres pisos. Culpa de los años que tenía a la espalda, tenía alguna que otra grieta en la fachada, y el blanco de su fachada se había vuelto más bien un color grisáceo. Todos los niños de Maysaar iban a él, y todos los adultos que habían nacido en el pueblo habían ido a él.

El museo al que teníamos que ir, el de historia, estaba cerca del colegio, así que fuimos andando. Durante el camino, mis compañeros de clase no dejaron de hacerse bromas unos a otros, lo que les costó unas cuantas regañinas de parte de la señorita Whitney, nuestra maestra.

LabyrinthusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora