01

124 13 4
                                    

01. Prólogo

El teléfono entre los dedos del castaño se está resbalando, las manos le sudan horriblemente aunque parece estar tranquilo. La música de fondo en la línea es un tintineante sonido consecutivo, no sirve de mucho para un rato de espera, pero él cree que es mejor que estar en silencio.

Después la música se interrumpe y él levanta el rostro un poco, tratando de ocultar lo nervioso que se siente por dentro y para que su voz no denote lo angustiado que está.

Línea de prevención del suicidio—es un hombre, tal vez no se habría quejado tanto si lo atendiera una voz femenina, un poco más suave—. Te escucho.

—Hola.

Hola, soy Clint, ¿Quién habla?

—Escuche sobre un Clint hace tiempo—y aunque es cierto, solo quiere ganar tiempo—, ¿Conoces a Jennifer Walters?

Y aunque no puede verlo, él cree que la persona que lo atiende se ha puesto rígido. Claro, cómo no iba a saberlo, tiene un doctorado sobre eso.

Sí, es una amiga mía. ¿Le pasó algo?

—No, solo que es curioso.

—¿Quién habla?

—Un conocido—ahora esto se ha vuelto incómodo, de acuerdo—. Soy Br-, soy Robert.

Disculpa, Bob, ¿Tu llamada se debe a-?

Dios. Nunca nadie lo había llamado de tal forma y lo odia, siente que le están hablando a su padre. Trata de no molestarse por cómo lo han llamado e intenta concentrarse en lo que de verdad importa; las líneas de ayuda para eso sirven, para tratar de ayudar, y el que llame solo para hacer comentarios estúpidos es molesto y hasta cierto punto, una pérdida de tiempo. Pero igualmente, solo quiere tener una oportunidad.

—Nada, solo quería desearte un feliz día de gracias. De aquí a enero la taza de suicidios aumenta y he estado considerando el suicidio otra vez.

—¿Otra vez?

—Sí. Hace dos meses lo intenté pero parece que hasta para morir soy inútil.

No digas eso, seguramente puedes hacer algo más—hay un pequeño silencio de varios segundos de por medio—, ¿A qué te dedicas?

—Soy doctor—contesta distraidamente, dirigiendo la mirada hacia el edificio contiguo, justo enfrente de la ventana en dónde se encuentra—. Cómo sea, ya lo arregle.

Cambiaste de desición ¿No?

—No, ¿Por qué haría eso?—no malgastó dinero para nada—. Contraté un sicario; ahorita mismo indudablemente está espiandome listo para que en cualquier momento se ponga a trabajar, tendré que hacerle una señal y esperara el momento oportuno para poner una bala en mi cerebro y si le doy una señal diferente, todo se cancela y se queda con mi dinero.

Mira a través del vidrio, hay algo reluciente y sinceramente, su ansiedad se disipa al saber que aún sigue esta persona esperando a que se decida.

Bueno, pues solo haz una señal de paz para que no te asesine.

—¿Por qué haría eso?

Tienes una familia ¿No?

—Mi única familia era mi esposa y ella simplemente se marchó cuando ya no pudo soportarme más. Ella solía decir que Florida era para dos, supongo que finalmente encontró al otro, con quién pudiera recorrer Miami.

Sabes, yo también tenía una esposa. Aunque no lo parezca, terminamos en buenos términos. Ya sé que no es tu caso pero me gusta decirlo. A veces viene a Nueva York y pasamos un buen día ¿Sabes?

Clint parece cómodo hablando de eso, ya no se nota incómodo, parece más confianzudo y de alguna manera, logra transmitir un poco de su confianza hacia él, es el mismo tipo de confianza que le hace admitir que realmente está aterrado por su siguiente movida.

—¿Clint?

Te escucho.

—Te-tengo miedo.

¿A qué le tienes miedo, Bob?

—No quiero estar solo.

—¿Quieres que envíe una unidad de primeros auxilios? Puedo hacerlo, suenas agitado.

—No, estoy bien.

No suenas a alguien que está bien, venga, nos llamaste y dijiste que lo vas a intentar "otra vez". ¿Crees qué no nos pones nerviosos?—él piensa que lo que está diciendo no es precisamente algo profesional —. Si mueres yo soy el imbécil que tendrá remordimiento de conciencia.

—Lo siento, solo quería un motivo para no hacerlo.

—¡Por favor, no lo hagas!

—La primera vez que lo intenté me tomé un frasco entero de pastillas y lo único que provoque es que me dieran achaques hormonales. Porque resulta que eran pastillas de Betty para controlar los cólicos menstruales.

Luego, escucha a Clint reír y comienza a molestarse, eso no era gracioso, era humillante totalmente. Que estupidez.

Lo siento, es que fue gracioso.

Clint sigue riendo, su risa provoca que la estática en la línea se vuelva algo rasposo, increíblemente irritante, y cuando por fin deja de hacerlo, suspira profundamente.

De acuerdo, eso apesta.

—¿Eso? ¡Todo apesta!

Escucha, Bob. No sé si lo que te he dicho ha sido de ayuda; está es mi primera semana trabajando aquí y realmente nunca fui bueno para dar discursos motivacionales, pero soy bueno para hablar en general y si de algo estoy seguro es de que no puedes hacerte esto.

Hay un nudo en su garganta cuando vuelve a prestar atención a la ventana del edificio vecino y ve una pequeña luz roja apenas visible. Quiere tirarse al suelo ahora mismo y desaparecer como el vapor en el aire.

Todos hemos tenido malos días, es claro que unos más que otros pero malos al fin de cuentas. Está bien sentirse así y desear la muerte, aunque unos son más ingeniosos que otros, quiero decir, tu contrataste un sicario para que te disparará, yo jamás lo habría pensado. Bueno soy pésimo en esto pero para bien o para mal, lo único que tienes ahora, aquí, es a mi.

—Gracias, Clint.

La mano que sostiene al teléfono tiembla con más fuerza, sus piernas flaquean y el vómito quiere salir. Pero aún así, sonríe un poco, logrando que las arrugas saquen las lágrimas que había estado reteniendo todo este tiempo.

No hay de qué.

Él no responde.

Por cierto, feliz día de gracias para ti también.




















bi || Hulkeye AU!Where stories live. Discover now