16 de noviembre

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"You know, I'll always be here, right?"

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Atsumu ha escuchado hablar de él antes.
De la boca de las cocineras, del jardinero, de los sirvientes, de algunos guardias de seguridad.

Todos en el castillo real lo cuchicheaban, creyendo que lo hacían a sus espaldas, como si Osamu, Atsumu, y el resto de los escasos niños que vivían en el palacio fuesen sordos.

Los adultos siempre hacían eso. Subestimaban la inteligencia de los infantes, pensando que eran temas demasiado complejos para que ellos siquiera prestaran atención. Como si su cerebro no pudiese ir más allá de canciones infantiles y jugar a las atrapadas en el enorme patio del palacio.

Olvidan que los niños son curiosos. Es su motivación para tomar la mayoría de sus decisiones del día a día.

Atsumu había llegado a comer musgo sólo por conocer el sabor, ¿Qué los hacía pensar que los rumores no terminarían incitándolos a él y a su gemelo, a investigar a fondo?

Y luego, cuando veían que sin querer los niños habían descubierto más de lo que deberían, volvían a tomarlos de estúpidos, intentando matar todo rastro de su curiosidad con más mentiras.

"Si, hay un niño escondido en una de las habitaciones del castillo. Pero no pueden conocerlo. Existe una razón por la que los reyes encerraron a su propio hijo y lo apartaron de todo el mundo..."

Ja. Como si meterles miedo funcionara.
La diarrea de tres días provocada por el musgo, no los detuvo ni a él, ni a Osamu, de comerse el labial de su madre porque olía bonito (El color también era apetecible. Rojo, como las fresas).

Así que, si había otro niño en el palacio, uno que ellos no conocían, querían comprobarlo con sus propio ojos. Podrían invitarlo a jugar con los demás, y entonces serían un número par. Eso haría que las partidas por equipo sean más justas.

[...]

La leyenda se corre entre los mismos infantes. Se deforma, como si fuese un juego masivo del teléfono descompuesto.

Sakuatsu weekWhere stories live. Discover now