Capítulo 4

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Y eso era lo que Samuel debía explicar próximamente

--Eres el hombre, Willy-- siguió Frank.

--... Y te amamos como el hombre que eres-- terminó Samuel.

Tres suspiros de satisfacción, no dos, no uno, sonaron en las mentes presentes; tres almas volaron libres. Al fin lo habían confesado.

Se amaban.

Los tres.

Los ojos llamaron al silencio. Era el turno de Willy. Permaneció quieto, pero en un momento se movió. Tomando con fuerza las manos de los dos, las apoyó sobre sus rodillas, allí sobre sus vaqueros claros. Miró como cada mano, ambas diferentes, acariciaban con sus pulgares los suyos. La piel apenas bronceada de Samuel; la piel blanquecina, aunque no tanto como la de él, de Frank. Eran sus manos, eran ellos, los únicos, los de toda la vida, y lo amaban a él. A él, a Willy. A él, al mismo él cada uno de ellos. Eso no era normal.

Y por no ser normal era perfecto.

Entendió, mirando cada mano, que él los amaba, sí: no como amigo, no como hermano, quizá ni siquiera como hombre: los amaba como parte de ellos, como una porción, una pieza más, de ese nexo retorcido en la matriz misma de su pureza. Entendió que la angustia, las lágrimas, los temblores, iban más allá de un amigo abandonado por sus amigos; la angustia nacía en las heridas en carne viva de los bordes de su cuerpo al verse cortado con un filoso cuchillo de otras mitades. Era la carne viva, que se infectaba más y más, que no cicatrizaba con el pasar de los días, lo que lo estaba matando. Willy era parte de ellos, tan parte como ellos, en su dulce y puro vínculo de amistad, lo eran del otro. Entendió, sí, que la perfección de los tres era porque no eran tres, sino uno. O dos, pero no tres. ¿Tres son multitud?... eran él y ellos; uno más dos.

Los amaba; lo hacía, supo, desde siempre. Y ese amor, al mostrarse ante él, al ser entendible y claro como el agua, lo llenó de temor, de prejuicios que eran obvios en un mundo donde el amor solo puede tener una sola forma: el hombre, la mujer, la cama, la unión de los cuerpos en la intimidad de sus sexos. En esa ecuación obvia del mundo de hoy, otras clases de unión no tienen lugar, y él lo sabía. La primera reacción ante el hecho fue mirar las manos y sentir en su carne la suciedad de su amor, lo indebido, lo perverso. Mirar esas manos era odiarlos por estar partidos en dos, por no ser uno solo, por ser Samuel y Frank y no un ser de un solo nombre, sin nexo coordinante copulativo en medio.

Quiso soltarlos, levantarse y marcharse, dejarlos para siempre detrás, pero al querer hacerlo, al amagar desasirse, se detuvo.

-No...-

Bajó más la cabeza, tanto que casi llegó a rozar las manos de los tres con sus labios, y temblando, y sollozando sin parar, supo que no podía. No había forma de hacer cicatrizar a las heridas y huir, literalmente; si se iba, las heridas, ya infectadas por tres meses de agonía, lo matarían al sangrar hasta vaciarlo. No podía sin ellos, porque era uno con ellos, porque los tres juntos eran lo mismo, partes de ese ser se podía, y quería, la más perfecta forma de felicidad.

Frank se agachó junto a él, arrodillado en el piso. Nunca lo soltó, nunca dejó de acariciarlo con su dedo pulgar.

--Fue sin querer -- dijo, la emoción una con su voz --pero pasó, te amamos Willy. Y si nos alejamos fue porque... ¡no sé! Sabes quién es Samuel para mí: es mi otro yo, es la persona que más me conoce en el mundo. No podía ni quería que él sufriera por causa de nosotros, así como él tampoco lo quería, por lo cual preferimos distanciarnos de ti a fin de que nadie sufriera.--

--¡Pero yo estoy sufriendo! -- exclamó Willy, sin pensar en lo que decía; sentía cada palabra, nada más.

Los amaba, sí. Los amaba igual que ellos a él.

¿Tres son multitud? // WigeTaXx // Lemmon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora