Kai Capítulo II

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Kai

Tengo frío. Trato de pensar en otra cosa, otra cosa como la herida sangrante en mi costado izquierdo, pero el frío ocupa más espacio dentro de mi interés.
Otro cubo de agua helada sobre mi cabeza, creo que he contado cuatro, o quizás cinco. Estoy temblando y miro fijamente mis rodillas para no colapsar.
El cinto vuelve a resonar contra mi piel, esta vez en mi espalda, lanzando una sensación desagradable de dolor punzante y estridente a mi cerebro. Pasan unos segundos en silencio donde lo único que rompe la paz son las gotas que caen desde mi cuerpo hacia los charcos en el suelo.
— ¡Grita! — me vocifera, como de costumbre. Y como es costumbre ya, no obedezco.
Otro cintazo sin piedad, y otro, otro más. Si tuviese algo en el estómago lo vomitaría, al menos está vacío y es imposible. Dos más, o tres, no lo sé.
— ¡Grita, perra asquerosa, grita! —
Pero no lo hago. Eso le arruina la diversión, y como resultado positivo, no permite que termine de matarme. O al menos, no esta vez.
El frío ya ha terminado de apropiarse de todos mis huesos, haciéndome tiritar y toser. Frustrado como cada vez, me quita los amarres y me tira de la silla de una patada. Acto seguido me arrastra por un brazo hasta mi celda y me encierra otra vez, no sin antes escupirme o algo por estilo. Ya no logro discernirlo. Me desplazo como puedo hasta mi humilde colchón y me vuelvo un ovillo, congelada hasta la médula. "Sigue respirando" me repito a mí misma, como siempre. "Sigue respirando, no te rindas. No puedes rendirte, tienes que respirar, tienes que hacerlo." Y así, en algún punto de la noche, sin estar segura de cuándo, me quedo dormida.

A la mañana siguiente, sin estar consciente de la hora, abro los ojos. Trato de moverme pero todo me duele, hasta respirar, así que desisto y me quedo tirada mirando a la pared. Sin nada en qué pensar excepto recuerdos horrorosos, me debato entre los intrincados espacios oscuros de mi mente, y me dedico a preguntarme por qué estoy aquí, por qué existo, cuál es el motivo de que siga sin rendirme a un dulce viaje hacia la nada, hacia un final tranquilo lejos del dolor. Pero algo, o mejor dicho alguien, interrumpe mi disertación silenciosa llamándome desde la puerta. Al principio no atiendo, se escucha lejano y distante como si fuese una alucinación. Luego se convierte en algo insistente y cercano. Una voz continúa repitiendo mi nombre desde la puerta, y levanto la cabeza con algo de trabajo para ver de qué se trata.
Una enfermera está ahí, parada del otro lado, reclamando mi atención. No podría pararme aunque quisiera para llegar hasta ella, y tampoco me importa preguntar qué desea de mí. Ella, al notar que al menos la miro de vuelta, pasa unos papeles por el suelo desde su lado hacia el mío, sin esperar que yo diga nada.
— El director pidió que te hicieran llegar esto, es un regalo para ti —
No da otras explicaciones antes de marcharse. No es que fuese a pedirlas de todos modos.
Pasa un rato sin que consiga obligarme a moverme para alcanzar los papeles. Finalmente me decido, la curiosidad es mayor que el cansancio de mi cuerpo debilitado, así que me desplazo lentamente y con trabajo hasta llegar al "regalo". Jamás había recibido nada parecido en este lugar. No tengo la menor idea de qué pueda ser, o por qué alguien me enviaría alguna cosa a mí. Sin embargo, aquí está. Los desdoblo y para mi sorpresa son unos dibujos de mi rostro. Tengo expresiones extrañas en cada uno, son dos en total. Me quedo fascinada. Los miro con atención, detallando cada trazo. La tarde me sorprende en el mismo lugar, obsesionada con mi propia imagen y con la interrogante de quién podría haberlos dibujado, y más que eso, enviarlos para mí. La duda y curiosidad no me dejan en paz, y llega la noche sin que pueda parar de pensar en al menos diez teorías sobre aquellos dibujos, su procedencia y finalidad. La única conclusión a la que logro llegar es que debo interrogar a la fuente directa del problema, y por primera vez en todo el tiempo que llevo aquí me decido a dirigirle la palabra al director del hospital.
Guardo los dibujos debajo del colchón como si fuesen un pequeño tesoro, y me siento a esperar que venga otra vez. El silencio, la ignorancia que precede a la espera es lo más tortuoso de todo. ¿Vendrá, se estará acercando ya? ¿Puede que esta noche me deje en paz? No lo sé, me hago las mismas preguntas cada noche y siempre consigo una respuesta distinta. En la oscuridad, los gritos lejanos de otros reclusos parecen sacados de películas de terror. Sus conversaciones con la nada, sus explosiones de improperios o simplemente sus amenazas lanzadas al aire son suficientes para minar cualquier cordura que pueda restarte luego de estar cada hora de tu existencia mirando hacia pareces vacías, barrotes oxidados y un minúsculo pedazo de cielo entre líneas de rejas. Sin decir nada, sin que nadie te hable, esperando el momento de la tortura que como siempre no estás segura de si llegará, o peor aún, si es que llega de qué se tratará. Obligada a sobrevivir por ese instinto determinante que nace de lo más profundo de tu ser y no te permite rendición alguna. Sin ayuda posible, sin tregua, sin descanso, sin alivio. Solo la misma agonía que se repite sin cesar, como un círculo vicioso que te encierra para no soltarte jamás.
Siento los pasos acercarse con lentitud. Puedo escucharlos por encima de los gemidos y gritos que lanzan desde todas partes del pasillo. Mi cuerpo tiembla involuntario y un gemido ahogado se forma en mi garganta. Aterrada e indefensa, sentada en el suelo, observo fijamente las sombras, tratando de encontrar algún apoyo que jamás llega. La puerta se abre y ni siquiera lo miro, el golpe cae desde arriba con algo duro y pesado, directo a mi hombro que produce un sonido seco y horrible. Y el dolor, el dolor que nunca me abandona, me abraza como un viejo amigo una vez más. Otro golpe, en la espalda, me tira al suelo de lado. Otro en las costillas, en los brazos que uso para taparme el rostro. Sus jadeos asquerosos que me penetran los oídos, el sudor que gotea hasta mi piel desde su frente. Más golpes, no se detiene. Y mi silencio solo alimenta sus ganas. La sangre se me escapa entre las comisuras de los labios apretados que me niego a abrir. Tengo los gritos trabados en la garganta y no los dejo salir, no le daré el gusto aunque me cueste la vida. En algún punto se detiene y me arrastra hasta los barrotes, amarrándome las muñecas a ellos con nudos apretados que me abren la piel. Se coloca detrás y me abre las piernas, a pesar de que forcejeo repleta de ira y asco. Soy más pequeña, soy más débil, y mis intentos parecen un chiste inútil ante su voluntad de torturar. Penetra mi cuerpo con el suyo y retengo la bilis en la boca, llena de odio y agonía. Es doloroso y me asquea, pero sigo sin  producir el menor sonido. Las lágrimas me recorren la cara amparadas por la oscuridad.
— Si gritas todo terminará — farfulla entre sus cochinos jadeos — ¡grita! ¡Pide clemencia y grita! —
Pero no lo hago. No sucederá. Preferiría morir. De hecho, deseo morir con cada fibra de mi ser.
Termina encima de mis nalgas y me desata, dejándome caer al piso y pateando mi cara antes de salir, entre satisfecho y frustrado.
— Vas a gritar para mí, aunque tenga que quebrar cada hueso de tu cuerpo, o arrancarte la piel a tiras — me dice y cierra la puerta con llave otra vez.
Escucho cómo se aleja y solo entonces me permito vomitar, entre espasmos grotescos, la mezcla de ácidos y sangre que retenía desde el comienzo. Intento llegar a mi colchón pero a mitad de camino me golpea la inconsciencia.

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⏰ Last updated: Oct 31, 2021 ⏰

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