Capítulo III: Hálito

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No se hagan ideas falsas. No fumo. No aspiro nicotina. Es el cigarrillo el que me fuma, el que me absorbe los pensamientos hasta consumirme el alma. Me atrae hasta la muerte como el alcohol, como las mujeres, en especial la que yacía bajo las sábanas mientras yo me entregaba al humo que me desgarra por dentro.

Soy un adicto, un enfermo y un moribundo al mirar por la ventana disipando el neuma en bocanadas de aire espeso. Ella descansaba sobre el somier, etérea y ligera con su piel desnuda dejando entrever el tatuaje en su espalda, uno que no disfruté como quise.

Pensé en ese instante lacónico que no tenía religión alguna, no le debía fidelidad o devoción a nada, que al final todo se deshace, se desusa, se descobija y que sólo me tengo a mí, a mí y estos malditos cigarrillos que beso en lugar de sus labios, estas botellas de las que bebo sin remedio para evitar pensar. Todos mis vicios saben a lo mismo, saben a muerte y a soledad.

Falacio cuando esbozo que me produce goce, miento cuando afirmo que esto es lo que quiero, lo que ocurre es que aprendí a morir hace mucho tiempo. No estoy interesado en la ignominia de las pasiones o a los deseos que me llevan a morir, tal vez exista uno que contenga un saber diferente en su haber, uno que no me deguste a muerte y que no cambiaría por mis lutos, hablo de ella, de su sabor distinto, de sus gestos y delicadeza única, de su desenfreno por las noches y de su manera sinigual de destrozarme el alma.

Siempre regreso a la soledad maligna porque siento que muero más lento, es un lugar seguro para dejarme ir, sus brazos por el contrario me resultan ajenos, tan rebosantes de vida que temo ser atrapado por algo que no sea esta melancolía incesante que cargo conmigo.

Ella sigue ahí en la misma cama y yo por dentro me desangro, me deshierro, me desvivo, me desalmo; porque su cuerpo está aquí, pero no su mente, no su esencia. El devenir llega tarde a mí ser, pensé cuando ya todo estaba hecho, cuando el reloj no da vuelta atrás y las noches no regresan. Ansío revivir aquello deshecho en mí, porque suelo dejar en el olvido las cosas que pasan, así que no le rogué al cielo que el pasado regresara, pero si que algunas noches pudieran repetirse, llenarse de alma otra vez y que no me sea permitido olvidar.

Noches como esa quisiera repetir, eternizar, revivir tantas veces como el paso del tiempo me lo permita.

Cuanto desearía decir que no era yo, pero sí lo era, alguien arrastrando a su terrible destino al alma de una estrella que quizás debió dejar pasar, pero como culparme de este deseo anonadante, si hasta yo mismo me desconocí al verla y aún me desconozco al pensarla. No podía dejarla pasar, o más bien, ella no me dejó pasar a mí de largo, en el fondo siempre he sido yo el cautivado, el cazado y me cuesta aceptar mi condición de presa. Olvido lo hipnótico que son sus ojos, olvido lo suave sus manos, desdibujo su sonrisa en mi mente, pero no lo logro, ella sigue aquí aún.

«¿Qué hace aquí todavía?» me pregunto «¿Por qué siguen sus cosas en mi cuarto?».

Cuando el amanecer llega con toda su furia, los rayos del sol golpean la ventana y nunca queda nadie bajo las sábanas, cuando abro mis ojos estoy solo en mi cuarto, ese pequeño rincón del mundo que creo mío. Pero esa mañana fue diferente, no huyeron las estrellas de la luz que se asoma en mi neuma.

Como cuando la media luna permanece a pesar de los vestigios del día, es una marca en la piel del cielo, un enramaje lunar que traspasa este mal día, porque sólo es eso, una resaca, mañana aquel tatuaje en mi cielo seguirá allí y espero que sea una noche con otro final.

Ella seguía ahí bajo las sábanas y sus cosas seguían tiradas por todos lados, como si ese ser angelical no tuviera intenciones de irse nunca y sus huellas vinieran a llenarlo todo a mi alrededor, todo huele a ella y lo que creo mío ya no me pertenece, ni siquiera yo mismo.

Me invadió un temor, una fobia a lo sempiterno, dijo un ser sabio que no es momento de tomar decisiones eternas, tiene razón aún estoy sentado en la misma cama, pero no sé si sea correspondido al terminar este entramado de pensamientos.

Yo estaba despierto, pero si ella abría los ojos esa mañana, los dos lo estaríamos y todo sería nuevo para mí, porque sería la primera vez que miraría atrás. Encontrarnos bajo el lucero de la mañana sería inconcebible, no encaja con mis pulsiones, pero era lo que necesitaba, no más noches, no más ocasos, es hora de alborear esta alma con algo grato y real.

Nunca fui de vuelta, nunca caminé de regreso, nunca aprendí el camino, fui la clase de mortal que sólo compraba boletos de ida y dejaba todo a la suerte. Nunca experimenté el deseo mirar atrás, pero ya había ido tras mi dilecta una vez y ahora mis demonios afloran ante ese único momento.

El jazz es impredecible, tiene libre albedrío y lo envidio, siempre va y vuelve con sus notas y sus escalas, se descontrola y sabe volver a la calma, ya quisiera ser un jazz para saber regresar a donde empecé, pero no conozco el camino ni la forma de...

No sé cuánto tiempo estuve sentado en la cama, pero regreso a ella luego de eternizar mi mente en mis extenuantes pensamientos.

Sólo tuve que acostarme de nuevo y sentir que compartimos el mismo universo. La veo dormir y siento envidia de lo que sueña, celos de que lo onírico la abrace y lo fantasioso divague en sus pensamientos, deseo estar ahí, atrapado en su psique, porque ahí nunca más hará falta nada.

Lo que tenía era palpable, restos de una estrella a mi lado, respirando tan delicadamente que provocan que acaricie su mejilla mientras aún duerme y deslizo mi mano hasta su espalda descubierta. Que nuestra luz de luna sobreviva esta alborada.

Decidí quedarme una mañana más, un pestañeo basta para quedarme dormido otra vez a la sensación de su calor, aún sabiendo que un día me faltaría o que alguna noche no estaría, al menos existía ese momento y me aferré a él como si fuera lo único en toda la existencia que fuera real.

Al cerrar los ojos, al tapar las ventanas, disipé todo terror, dejé de pensar en ese miedo a olvidarla o lo que es peor de buscarla y no encontrarla. Porque me vi esperando que apareciera en la estación del tren, me vi al acecho en el viejo bar de jazz y me vi frustrado de regreso a casa sintiéndome un tonto, porque aquellos encuentros fortuitos no pasan dos veces.

Necesitaba escuchar otra vez el saxofón, disfrutar con agrado de su belleza innegable, pero entre nosotros siempre tuvo lugar esa incertidumbre, sólo teníamos en común el bar de jazz. Pero eso basta. La abracé en la cama y dejé de lado mis tormentos.

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⏰ Last updated: Oct 28, 2021 ⏰

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