—¿Te apetece venir a mi casa un rato? Solo está Stacy y no tengo ganas de pelearme con ella. Al menos, no yo solo.

Resoplé y me pasé la mano con la que no sujetaba el teléfono por el pelo. Por un lado, hubiera querido decirle que estaba muy inspirado y no podía abandonar el proyecto en ese momento. Después me di cuenta de la mentira que aquello suponía, así que accedí:

—Estoy allí en cuanto pueda.

Regresé a la habitación para cambiarme de ropa, pero mi madre me interceptó a medio camino.

—¿Vas a salir, Nico? —me preguntó en un tono raramente desenfadado.

Asentí y aproveché para sincerarme y explicarle cuál era el plan: pasar la tarde en casa de Wáter. Ella agachó la cabeza y se llevó una mano a los labios con el ademán de morderse las uñas o deshacerse de un padrastro. Arqueé las cejas en señal de confusión y pregunté:

—¿Todo bien, mamá?

Ella se apresuró a responder un fugaz sí que fingí creer y reemprendí el camino. Una vez cambiado y a punto de llegar al vestíbulo, la voz de mi padre volvió a la carga:

—¿Te has peinado? ¿Cómo llevas el pelo?

Unos años atrás hubiera esperado a que la voz de mi madre me alcanzara y la hubiera dejado hacer y acicalarme el pelo a su gusto, pero, en su lugar, me acerqué al espejo de cuerpo completo que se erguía junto a la entrada y me pasé las manos por encima como si fueran un peine.

—¡Está genial!

Y antes de poder escuchar su respuesta, abrí la puerta y me marché.

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Cuando llegué a casa de Wáter fue él quien me recibió, pero lo primero que escuché fue una voz aguda que preguntaba:

—¿Quién es?

Mi amigo resopló, agobiado. Él se giró hacia el final del pasillo, donde había una puerta a medio abrir. Era su hermana.

—Es Nico, Stacy.

—¿El pintor? —entonces vi una pequeña cabecita que se asomaba por una puerta al final de la casa.

A Wáter se le suavizó el rostro y sonreí para mis adentros. Qué genial, me dije. Que la hermana de Wáter me conociera como el pintor hizo que se me encogiera el corazón. Aquella niña de siete años era adorable.

—Sí, Stay —respondió Wáter con una sonrisa torcida y seguidamente dirigió su mirada hacia mí—. Es Nico, el pintor.

La niña bostezó a medida que salía de la habitación. Se puso de puntillas para cerrar la puerta y anduvo hacia nosotros. Stacy llevaba puesto un tutú y zapatillas de bailarina. Estaba realmente bonita. Su cabello iba recogido en un alto moño; sin embargo, un rebelde mechón de pelo se cruzaba por su rostro y ella lo escondió tras la oreja. Cuando la niña llegó hasta nosotros, puso los brazos en jarras, apretó sus labios y nos miró.

—¿Qué pasa, Stacy? —pregunté amablemente.

Stacy no respondió y miró a su hermano.

—July quiere que le ayudes a limpiar, por eso te ha hecho venir.

Yo, que me había agazapado para escuchar mejor a la niña, enarqué las cejas mientras Wáter se rascaba la nuca. Después, volví a mirar a Stacy.

—Adiós —la niña se encogió de hombros y desapareció por el pasillo.

—¿Y bien? —pregunté.

—Yo iré a por la escoba y el recogedor... —empezó a murmurar Wáter mientras iba a la cocina.

Sacudí la cabeza y le seguí.

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Wáter era Wáter. Lo conocía demasiado bien como para no saber que era un completo desastre. Su madre apenas pasaba tiempo en casa y él se veía obligado a hacer todas las tareas. Aun así, no es que lo hiciera especialmente bien. Cuando entramos a su habitación, aquello parecía un vertedero.

—Pero ¿qué haces aquí dentro? —le pregunté mientras él recogía algunos papeles del suelo y yo permanecía bajo el umbral.

—Nada —se encogió de hombros—. Ayer mi madre entró y me ha obligado a limpiarlo.

—Si yo fuera ella, no haría eso.

—¿Limpiarlo? —se volvió hacia mí.

—No —respondí acercándome mientras contemplaba las paredes de su habitación. Podía ver una gruesa capa de polvo sobre el rodapié—, entrar aquí.

Wáter no me contestó y continuó cogiendo papeles arrugados y metiéndolos en una bolsa de plástico.

—¿En qué puedo ayudarte? —le dije al ver que no sabía por dónde empezar.

—Yo recogeré los papeles y todo eso, tú puedes... pasarme un ambientador.

—¿Pasarte un ambientador? ¿Solo piensas en eso?

—¿Qué más quieres que haga? —agazapado que estaba, se levantó del suelo.

—No sé, pasar la fregona, hacerte la cama, airear tu cuarto, etc...

Él me miró, arqueando las cejas y arrugó la frente.

—Como tú digas.

Entonces, mi amigo se marchó y cuando regresó lo hizo con la fregona, un cubo y un par de trapos y guantes. Me coloqué un par y él hizo lo mismo. Me acercó la fregona y empecé a escurrirla en el cubo. Wáter, por el contrario, continuó recogiendo los papeles que había esparcidos por el suelo.

—Mira que yo soy un desastre, pero lo tuyo me supera —comenté.

Él se detuvo en seco y suspiró, pero no de alivio.

—Cállate y ayúdame.

No le contesté y me dediqué a pasar la fregona por el poco espacio vacío.

—Nico, ¿has pensado en hablar con alguien más sobre lo de Halloween?

Arqueé las cejas y lo escruté con la mirada.

—Mm, no. No me interesa que nadie más descubra lo que me pasa. No me puedo imaginar en qué punto me pondría eso.

Wáter se encogió de hombros.

—En la fiesta hubo bastante gente y puede que alguien te viera.

—El problema es ese, creo que todo el mundo me vio. Pero al mismo tiempo es como si nadie supiera de qué le hablo y con nadie me refiero a vosotros, mis amigos. ¿De verdad que no visteis con quién me liaba?

Pero Wáter negó con la cabeza.

—Entonces, ¿te traigo el ambientador?

Wáter me miró entornando los ojos, cogió un trozo de pizza que había por ahí suelto y me lo lanzó.

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¿Atracción o repulsión? [COMPLETA]On viuen les histories. Descobreix ara