—Mamá, me voy a casa de Rachel a ver una película.

—¿A qué hora llegarás?

—Entre medianoche y las ocho de la mañana de mañana.

—Nicolás —mi madre enarcó las cejas y noté cierta, como solía decir yo, próxima regañina materna.

—Vale, vale.

—Señora Tyler, vamos a ver una película. No sabemos cuándo terminará y quizá después nos quedemos hablando —intervino Sam. Él y sus buenos modales cuando menos te lo esperabas.

—¿Entonces no te hago cena, Nico?

Negué con la cabeza.

—Qué pena, esta noche Dolly venía a cenar.

—Yo también quiero ver a mi hermana, pero en otro momento. Hasta luego, mamá.

Con algo de pesar, le di dos besos. Sabía que le ponía triste que me alejara, pero yo ya había hecho mis planes.

—Qué tierno ha sido eso, Nicky —me dijo Sam ya fuera de casa.

—Oh, por favor; es mi madre.

—¿Sabes que habéis hecho ese sonido de cuando dos personas se besan? Es como cuando restriegas un globo por una pared.

—¡Por favor, Samuel Fellowgreen Johnson! —grité en medio de la calle conteniéndome de darle una bofetada.

Él se limitó a encogerse sobre sí mismo y me miró de una forma que sabía lo que quería decir. Sam odiaba que dijéramos su nombre completo en voz alta. Recuerdo que de pequeños a Sam le decían el Enano Verde porque de pequeño era bastante bajito —ahora ya no— y solían meterse con su altura. Para mejorar la situación se apellidaba Fellowgreen, cuyo apellido no tiene ningún significado en especial. Lo único es que Green es verde y un graciosillo de la clase no tenía otra cosa mejor que decir:

—¡El pequeño enano verde! —en inglés Little Green.

Eran tiempos oscuros, por no hablar de Nicky.

Fuimos a por una pizza a un restaurante de comida rápida de Churchill Square, en Brighton, y después de eso, recorrimos medio barrio hasta llegar al final de Warren Street y divisar la casa de Wáter. Rachel se encontraba en la entrada de la puerta, sentada en el bordillo.

—Hola, chicos.

—Hola, Rach —le devolví el saludo.

Sam se limitó a mover la mano: parecía verdaderamente herido por el recordatorio de su mote y me sentí culpable. Aunque, pensándolo mejor, había empezado él.

Rachel iba como siempre. Llevaba su liso cabello recogido en una coleta. Incluso la oscuridad de su pelo castaño destacaba entre las apagadas calles de Rottingdean. Seguía sin dejar ver sus cejas por el perfecto flequillo que también le cubría la frente. Entonces, Wáter apareció bajo el umbral de su puerta y nos marchamos cuanto antes.

Le tendí la pizza a Sam, que no le quitaba el ojo de encima y no pudo resistir la tentación de abrir la caja antes de llegar. No obstante, fue Rachel quien cogió una porción y Wáter y yo la imitamos al instante, de modo que cuando llegamos a la casa de Rachel ya no quedaba pizza.

Ella vivía en Crescent Drive South, casi al final de Woodingdean. Su casa era de solo un piso, a diferencia de las nuestras, y algo más pequeña, aunque lo cierto era que me gustaba. Su casa, digo. Vivía con su tía desde que teníamos trece años porque sus padres se habían ido a vivir a Alemania y ella no quería, así que en su momento se había rebelado.

¿Atracción o repulsión? [COMPLETA]Where stories live. Discover now