Un idiota muy mono.

Un idiota muy perezoso, será.

—No sé de qué hablas y, deja de decirme terroncito.

—¿Estás enferma, Mad? —me quedé paralizada cuando la mano de Eisherz se pegó a mi frente y su rostro estaba a centímetros del mío. Su tacto era frío y, como siempre, me puso los pelos de punta.

—No lo está. Pero si sigues así de cerca, creo que va a explotar. —bromeó, Aren.

—¿Eh?

—Estoy bien, Eisherz. —tuve que agregar, al ver la confusión en su rostro. Me mataban sus gestos. Todos y cada uno de ellos, eran demasiado adorables. Y cuando hacía eso de ponerme ojitos... Madre mía. Era super tierno.

Parecía que ya llevábamos unos minutos mirándonos fijamente, porque de repente, Aren negó con la cabeza y añadió:

—Los espero abajo, tortolitos.

—No escapes. —ordené, cuando estaba en el umbral.

—Aunque quisiera hacerlo, no podría... —murmuró antes de desaparecer por el pasillo y cerrar la puerta tras de sí.

—¿Qué significa tortolitos? —preguntó el chico de hielo, provocando que regresara mi vista hacia él.

—Ni idea. —mentí, encogiéndome de hombros.

—Siempre hay una palabra nueva por aprender en el español. Aunque me sepa el diccionario completo, hay muchas que no aparecen. Más tarde la buscaré en internet.

Eisherz dejó de hablar cuando se percató de que tenía los ojos entrecerrados en su dirección.

—¿Desde cuándo sabes que Mr. Hugs era... ese? —pregunté, con un tono de voz autoritario.

Él evitó el contacto visual conmigo, y tragó en seco. Por sus gestos, estaba segura de que la respuesta no me iba a gustar.

—A partir de la primera noche. —masculló.

—¿Qué primera noche? —fruncí el ceño.

—La noche en que salí de ese sótano.

Entreabrí los labios y elevé las cejas, sorprendida.

—¿Cómo?

—Cuando te quedaste dormida, él se transformó frente a mí. —explicó mientras jugueteaba con los dedos— Hablaba el mismo lenguaje que yo, y eso fue un alivio inmenso para mí en aquel momento. Al fin alguien me entendía.

Eso me dolió un poco más de lo que debía, pero no lo mostré.

—Me dijo cómo aprender tu idioma para poder entenderte. —siguió— Toda la noche me la pasé mirando videos que te enseñaban español y series a doble velocidad con su ayuda. Me enseñó que mi cerebro era capaz de aprender cosas muy rápido y, a cambio, me pidió que no te dijera nada.

—Y confiaste en un desconocido más que en mí. —bufé— Yo, que dediqué mi vida a buscar la forma de despertarte.

—No era cuestión de confiar, Mad. Gracias a él, pude entablar una conversación contigo sin estarme preguntando: "¿Qué demonios me está diciendo?"

Sonreí, irónica. Al menos no era la única que pensaba eso en aquel momento.

—Continúa. —ordené, neutra.

—Bueno... Después de eso, no hablamos hasta que nos viste peleando a través de la ventana. —añadió, y a mi cabeza llegaron los recuerdos de aquel momento. Él lo había negado y yo, de idiota, no le había preguntado más.— Se había comido mi queso, y eso me enfadó. Odiaba compartir mi comida.

EisherzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora