Capítulo 9 - El devoto de Engarama

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—¿Y qué me dice de la habitual banda en los ojos? —tanteó más para ganar tiempo que porque creyera que iba a convencerlo.

—Con otra persona me lo habría planteado, pero no con un piadoso. Si le sirve de consuelo, sus capacidades me han sorprendido gratamente. Estoy seguro de que usted sí superará la prueba.

Shasmel mostró en la anchura de su sonrisa toda la desconfianza que sentía.

—No sé si debo preguntar por los que no la superaron.

—Nada grave. No vamos matando a personas importantes, con contactos y familiares que puedan preguntar por ellos. Eso sería poco inteligente, ¿no lo cree? Si no supera la prueba, regresará a sus dormitorios con algo de…

El discurso calmado del hombre se detuvo de pronto al tiempo que ladeaba la cabeza hacia la izquierda, dando a entender que acababa de sentir algo acercándose. Una fracción de segundo más tarde una sombra asomándose al recodo que había tras él demostró que sus instintos estaban bien entrenados.

El recién llegado era un criado, uno de verdad, y se detuvo en el mismo instante en el que vio a Shasmel de frente. Su rostro se iluminó con una sonrisa sincera, cargada de una sorpresa que dejaba claro que había reconocido al laeto. Ni siquiera le dedicó más que un vistazo al otro hombre, tras el cual se situó con educación, pidiendo mudamente permiso para hablar con el noble cuando su compañero hubiera terminado los asuntos que discutía con él. No comprendía el peligro de la situación.

—Me encargaré de que no vuelva a ocurrir, laeto de Minam —dijo el falso criado con una interpretación digna de aplauso, fingiendo que acataba unas órdenes imaginarias.

Shasmel contuvo la respiración mientras lo veía darse la vuelta, temiendo estar a punto de presenciar un asesinato y sabiendo que no podría hacer nada para impedirlo, pero no sucedió. Observó cómo se alejaba, a paso lento y sin mirar atrás, y no se dio cuenta de que sus pulmones se habían detenido por completo hasta que comenzó a sentir el dolor en el pecho.

Al girarse hacia el criado, que seguía esperando con una sonrisa similar a la de un niño que recibe a una nueva madre, le costó enfocar su atención. Se sentía aturdido, apenas comprendiendo que por mera casualidad acababa de salvar la vida. No sabía si debía agradecerle al sirviente lo que acababa de hacer, si debía explicarle la situación de la que le había salvado, o si le convenía guardar silencio tanto para protegerlo como para protegerse.

—¿Deseaba…? —comenzó, hablando más por aparentar que estaba tranquilo que porque de verdad estuviera preparado para mantener una conversación banal con un desconocido.

—Mi agraciado e ilustrísimo señor de Minam…

El hombre hizo un alto para tomar aire y relajarse. Cada palabra que pronunciaba estaba cargada de gratitud y admiración. En otro momento Shasmel se habría sentido interesado por los motivos, pero en ese sólo quería regresar a su dormitorio y ponerse a salvo cuanto antes, por lo que le hizo un gesto para indicarle que continuara hablando mientras le seguía, a la distancia habitual de respeto, y echó a andar por el pasillo. Era más seguro estar acompañado.

—Mi señor, ilustrísimo señor—volvió a comenzar el otro—, doy gracias a los quinientos más uno por este afortunado encuentro con usted. Tengo información tan valiosa… Tengo tanta información que deseaba compartir con usted desde el momento en el que la conseguí… Si usted me permitiera… Si me considerada digno para explicarle lo que… Quiero decir, no crea que soy un siervo irrespetuoso. Tengo una buena formación y yo nunca espío. No he espiado, mi agraciadísimo… agraciado, quiero decir, mi agraciado señor de Minam.

El hombre siguió balbuceando nervioso y Shasmel asentía mecánicamente mientras su mente permanecía ajena. La agitación del criado no le ayudaba a relajarse, por lo que centró su atención en otras cosas, como la falta de decoración en el subsuelo, el pensar en la mejor ruta para no encontrarse con ningún noble cuando subiera a los pisos superiores y en analizar los errores de dicción del criado. No sólo pronunciaba mal las palabras con «ng» final, sustituyéndola por una suave «de» que lo situaban en algún planeta de Pluum, sino que también tendía a conjugar los verbos de humildad con ashjsta docto, como si hubiera recibido una educación superior o si hubiera servido a algún ilustre maestro de templo. No lo hacía por petulancia, porque en cuanto se daba cuenta de su error, se corregía y volvía a usar los ashjsta serviles, pero despertó la curiosidad de Shasmel.

Sangre azulWhere stories live. Discover now