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Jaemin caminaba por los pasillos del Departamento de Humanidades como si fuera un modelo en la pasarela ante los ojos de los estudiantes a su alrededor. La mochila colgada en solo uno de sus hombros, manos de dedos largos y delgados sosteniendo libros prestados de la biblioteca, cabello castaño cayendo suavemente a la altura de sus cejas y una sonrisa que lograba derretir corazones entre otras cosas lo hacían verse como si estuvieran grabando una publicidad y no simplemente yendo al aula 64, al final del pasillo.

En cuanto desapareció por la puerta del salón, el murmullo se elevó como si un centenar de palomas estuvieran pululando. El nombre de Na Jaemin pasaba de boca en boca, tanto por chicas como por chicos, como si fuera una celebridad.

Con cuatro años estudiando la carrera de Letras, era conocido por varios alumnos como un ángel caído del cielo. El guapo e indiscutiblemente amable ayudante de cátedra del amargado profesor de Griego I, el señor Park. Mismo que suspiró al escuchar los mismos susurros que se originaban cada clase cuando Jaemin llegaba saludando cordialmente a todos y dirigiéndose a la esquina cerca del escritorio principal, sintiendo las miradas furtivas de los alumnos sobre él mientras el profesor trataba de recuperar la atención en la explicación.

Esperando que los alumnos comenzaran con los ejercicios, Jaemin sacó de la mochila su laptop con intención de trabajar en el proyecto que le estaba dando dolores de cabeza hacía días. Largó un pequeño suspiro de sólo pensar que debía terminarlo para la próxima semana y lo único que había logrado era escribir un mísero párrafo de lo que tenía que ser un ensayo de cinco páginas como mínimo. Maldijo la hora donde decidió elegir un tema donde había tanta información general y poca sobre los detalles que buscaba. Estaba a nada de cambiar el tema por uno menos interesante y aburrido, lo que implicaba no sólo recolectar información de nuevo, sino también un golpe en su orgullo.

En silencio y aparentando una tranquilidad que no tenía, tomó uno de los libros que había llevado y comenzó a revisarlo, adentrándose aún más en este cuando leyó en el índice algo útil. Una pequeña sonrisa de satisfacción apareció en su rostro sin poder evitarlo cuando encontró justo lo que estaba buscando.

La voz del profesor Park pidiéndole ayuda lo sacó de su concentración en su momento de victoria, avisando que ya era su momento de trabajar. Se levantó de la silla y comenzó a pasar hábilmente por los bancos, preguntando si alguien tenía alguna duda. No pasó mucho tiempo para que una voz conocida lo llamara.

Suspiró, acercándose a la misma chica de cada clase mientra veía cómo murmuraba sin disimulo con sus amigas, como si fueran niñas de quince años viendo a su amor platónico (lo cual no estaba tan alejado de la realidad si no considerábamos que en vez de quince, tenían veinte años). A veces las actitudes de las personas a su alrededor lo hacían sentir como si siguiera en la escuela y odiaba esa sensación como si fuera algo pegajoso en su piel.

—¿En qué necesitas ayuda, Eunbin?

La chica lo miró y sonrió coqueta, batiendo las pestañas y tirando su largo cabello negro hacia atrás como un látigo mientras le señalaba un ejercicio de su cuaderno lila con unas uñas demasiado largas y extravagantes para el gusto de Jaemin. Todos sabían, incluido él mismo, del flechazo que tenía por él desde el primer día de clases y ya no sólo no se molestaba en ocultarlo, pero lo llamaba inventando dudas que no tenía para obtener un poco de su atención. Jaemin sólo podía pensar en lo ridículo de la situación, pero lo ocultó como siempre con una sonrisa mientras ignoraba todas las señales desesperadas de la chica y le daba una explicación que claramente ella no estaba escuchando. De todas formas, ambos sabían que no necesitaba explicaciones extras en la materia en la que resaltaba como mejor promedio. Ni siquiera se molestó en preguntarle si había entendido cuando fue a ayudar a otros que realmente necesitaban una mano.