I

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«Dios, por favor, ayúdame a que mi competencia en el negocio llegue a la quiebra. Has que no puedan tener ganancias este mes. Te lo imploro, por favor»

La oración se coló, resonando fuerte y clara en el interior de su mente, logrando que se congelara en el acto. Sus manos se detuvieron, su espalda encorvada punzó de dolor por permanecer más tiempo del necesario en esa incómoda posición y el sudor chorreando de su rostro gracias al esfuerzo físico hizo su camino cuesta abajo desde su frente hasta la punta de su nariz.

Cuando la pequeña gota cayó, Xie Lian, el una vez Príncipe Heredero, se incorporó de pronto, estirando los brazos por encima de la cabeza para destensar los músculos. Tuvo cuidado de no golpear el sombrero de bambú sobre su cabeza, lo necesitaba para protegerse de los últimos rayos de sol.

—Muy bien, eso es todo por hoy. Vayan a casa para descansar, muchachos —anunció su jefe. El resto de los trabajadores suspiraron de alivio. Xie Lian entre ellos.

Dio pasos cuidadosos para salir del arrozal, debía ir con calma, las posibilidades de resbalar y caer en el lodo eran bastante altas para su caso. No quería arruinar el esfuerzo de sus compañeros.

—Gracias por su ayuda el día de hoy, nos vemos mañana —escuchó Xie Lian a su espalda, mientras usaba un trapo abandonado para secarse las manos mojadas y el sudor. Sí que fue una jornada larga la de esta tarde.

«Por favor, por favor, sólo esta vez, si mi rival fracasa prometo darte incienso y ofrendas todos los días»

Xie Lian desechó la tela con una exhalación, al tiempo que recogía sus pertenecías, acomodaba sus túnicas para vestir sobre su brazo y se despedía de los demás con una inclinación de cabeza sencilla. Estaba ansioso por llegar a su lugar de descanso para quitarse su ropa de trabajo y darse un baño. Lo necesitaba para retirar el cansancio de hoy.

«Serán diez... no ¡veinte inciensos diarios! Encenderé veinte inciensos para ti durante toda una semana. Así que dios, por favor...»

Cortó la comunicación.

Al parecer, esta persona era bastante insistente.

«Lo siento, no puedo darte lo que quieres» pensó el dios.

Era común que este tipo de oraciones llegaran hasta él ¿y por qué no lo serían? Conocido como un dios de la desgracia, atraía sin duda a la gente equivocada. Gente maliciosa, avariciosa, o egoísta y sin una pizca de integridad. Estaba más que acostumbrado a escuchar sus oraciones malintencionadas.

No por ello significaba que le gustaran.

De camino a su destino, se limitó a disfrutar de la leve brisa de verano que refrescaba este atardecer caluroso. Le venía bien a su rostro sonrojado por el sol y por su tarea de cultivo con la plantación de la cosecha del día. La banda de seda en su muñeca, Ruoye, se apretaba de forma ligera, inquieto por llegar para poder jugar. A veces se comportaba como un niño.

Para cuando divisó su pequeño santuario —el sitio donde pasaría la noche— el sol ya se encontraba oculto, dando paso a una brillante y redonda luna. Apunto de entrar, notó a una persona salir de ahí: un hombre de mediana edad que se inclinaba repetidas veces, con ambas manos juntas, mientras retrocedía. Parecía murmurar cosas que Xie Lian no se molestó en interpretar.

Al dar media vuelta reparó por fin en el chico que esperaba de forma paciente junto a la entrada a que se retirara. El hombre bien vestido alzó ambas cejas.

—Joven, ¿está aquí para rezar al Dios de la Desgracia? —soltó él.

Xie Lian le dio una sonrisa incómoda.

When Two Pieces CollideWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu