Capítulo XXV: Invitación

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—Te has puesto romántico, clásico—asentí, despacio.

Interrumpiendo nuestra tranquilidad, al móvil del chico le entró un mensaje. Leí que el autor era una tal "Princesita", el contenido explicaba que lo amaba profundamente y que quería invitarlo a cenar. Por supuesto, enfurecí, le tiré el teléfono al suelo y bramé que la alteza estaba esperando ansiosa que él confirmase su encuentro.

Corrí a la habitación más cercana que encontré, me recosté en el lecho en posición fetal a sufrir por alguien que no interesaba. Él, sin molestarse en tocar, ingresó y comenzó a manifestar el por qué malinterpreté el asunto. Qué ironía, él falló, pero la culpa fue mía por no entenderlo. En conclusión, la complejidad de los hombres es muy irrazonable, al grado que ni ellos mismos la comprenden, así que se refugian interpretando que nosotras somos las difíciles.

—Me devolveré a mi hogar. Por favor, antes dime ¿por qué no esperaste semanas para engañarme? ¿Tenía que ser el primer día de estadía aquí? ¡No tienes vergüenza! ¡Eres lo peor!

Se quejó.

—¡Deja de vociferar, mujer! ¡Hay vecinos abajo! —Susurró con autoridad—. Vamos a hablar, si no te convenzo de seguir conmigo, te irás mañana porque a esta hora la delincuencia está desatada. Sé que eres libre de hacer lo que te plazca, pero no te recomiendo salir por ahí arriesgándote a ser asaltada o violada. Te quiero, no soportaría que te ocurriese lo anterior.

Se recostó a mi lado, coló mi cabello en sus manos y lo acarició.

—Señorita, le prometo que no reviviremos alguna circunstancia similar. Tal vez usted esté desconfiando de mí, quizás su cerebro me pinta como el villano y es injusto, porque sería incapaz de traicionarla. Si accede a cohabitar conmigo, me encargaré de que en mí no consiga ningún inconveniente que nos disperse; sí, correcto, estaremos juntos hasta que la muerte nos separe.

Entonces, me vino a la cabeza la reciente advertencia de Gabriel con respecto a la posible ceremonia matrimonial. ¡Ni loca me casaría! Bueno, si el novio respondiese al seudónimo de Dueño de mi Universo, lo consideraría. En ese instante, degollé mis sospechas de que si aún lo amaba, pues siempre fueron ciertas; ahora, adhiriéndome al problema, me concentraría en deshacerme de Víctor sin que finalizáramos desdeñándonos el uno al otro.  

—Besé a Gabriel—dije, directa. Abrió sus ojos al máximo, ofuscado, confundido, sorprendido. Relamió sus labios, tocó su frente y ocultó su rostro para que no me fuesen visibles las lágrimas que brotaban de sus ojos—. Perdão.

—Sol, que me pidas perdón en portugués no es crucial. ¿Te obligó?  ¿O tú lo consentiste? Pero en español, obrigado.

Le conté como transcurrió todo. Se le disolvió la furia al enterarse que no lo detuve y se le instaló la emoción que podría definirse: estar endemoniado. Cogió el peine que yacía en la peinadora y lo lanzó con cólera, este aterrizó en la lámpara de la mesita de noche, quebrándola. Jadeé, aterrada, le miré adentrándome a la discordia que poseía dentro de sí. Imaginé el mundo turbio, intranquilo, donde existía un caudaloso río cuya agua surgió de todos los pesares tormentosos, así era la personalidad del chico. Es lamentable que la tragedia lo haya subyugado.

—Me decepcionaste, cariño, vaya que lo hiciste. Restando puntos a tu favor, tienes el descaro de contármelo tan fresca ¿qué pretendes? ¿O qué quieres? ¿Elimino esto de mi memoria? ¿Te arrullo y te doy la libertad de engañarme cuando se te pegue la gana? No, querida—ironizó—. Eres una...

Le dije que le diese continuidad a su inconclusa frase, claro, se negó al darse cuenta de que podría ser hiriente. ¿Cómo me llamaría? ¿Acaso mis dudas de que me calificaría con obscenidades eran verídicas? En el caso que lo fuese, no lo aguantaría ni un segundo. Pilar siempre repetía que aguantar groserías desgastaba e incentivaba al aprovechador a seguir su trabajo. Él de mí no abusaría en ningún aspecto, yo se lo impediría.

Depresión de una EstrellaWhere stories live. Discover now