Risa

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Una explosión revienta sus oídos. El asfalto se levanta, la gente grita y todo es confusión, miedo, horror. Era rabia antes pero ahora Sirius se levanta del suelo y mira a su alrededor y sólo ve cuerpos. Cuerpos de gente desconocida pero cuerpos al fin y al cabo, muertos por todas partes. Está acostumbrado a esa visión así que solo gira y gira, buscando a la única persona que sabe que no va a encontrar. Un dedo lo saluda desde el suelo, un solo dedo que parece burlarse de él con la misma expresión de desprecio, y asco con la que le miraba Peter tan solo unos segundos antes. Y Sirius Black, mejor amigo de los recientemente fallecidos Lily y James Potter, de Remus Lupin y, supuestamente, de Peter Pettigrew, empieza a reírse.

Es una risa cascada al principio, que va creciendo poco a poco hasta hacerse incontrolable, histérica. No lo vio venir, nunca lo vio venir. Peter, Colagusano, ¡Colagusano, por Merlín! Pero el daño está hecho y Lily y James están muertos y ese hijo de puta le ha tendido una trampa, una trampa tan bien hecha que no la ha visto venir ni de lejos ni de cerca.

Se queda allí, riendo como un poseso. Se resiste a huir porque sabe que ya es tarde para hacerlo, porque sabe que el Ministerio estará en ese mismo lugar en menos de lo que termina de reír, porque sigue riendo cuando ellos llegan y él deja que se lo lleven. Porque ya da igual, porque ellos ya están muertos y nada de lo que él diga o haga va a traérselos de vuelta ni va a conseguir que el resto del mundo piense que no fue él el traidor que se los entregó a Lord Voldemort.

Los aurores lo rodean y le quitan la varita sin dificultad, no necesitan ni hechizarlo para que se vaya con ellos. Pero a ellos no les parece raro, porque Black es un asesino, porque Black es un traidor, porque Black es un mortífago y ha vendido a los mayores enemigos de Quien-no-debe-ser-nombrado para que sean asesinados y porque está demente de tanta maldad como le corroe por dentro. Porque sigue riendo.

Se lo llevan tal cual y tal cual lo presentan a juicio habiéndolo condenado ya de antemano. Black no se defiende, se queda ahí mirando al jurado, a los testigos y a los reporteros con gesto ausente y una sonrisa en los labios, como si ellos no estuvieran realmente ahí y él estuviera en otro lugar, en otro tiempo, con otra compañía más agradable. Como si James estuviera a su lado y juntos estuvieran discutiendo cuál de todos es el más estúpido. Los mira con suficiencia, con resignación en sus ojos, ya a un nivel más profundo, con pena, con sarcasmo.

Cuando lo sacan del tribunal penal a Black se lo llevan los dementores y su sonrisa ya ha desaparecido, lo que provoca que los asistentes se relajen un tanto. No es fácil estar en presencia de semejante asesino demente.

Se lo llevan a Azkaban y lo marcan, lo meten en su celda y se olvidan de él. Se relajan, celebran la caída de El-que-no-debe-ser-nombrado. Ya están a salvo, ya no puede escapar. Nadie ha escapado nunca de Azkaban y él no va a ser el primero. Los dementores harán su trabajo, como siempre, y Sirius Black no volverá a reír.


Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora