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Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Créditos de estos al mangaka Nakaba Suzuki.

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Esta alocada historia no posee mucho contexto, jaja, y si mis cálculos no fallan, tampoco sobrepasará los veinte capítulos.

En su momento, esta fue una idea que desarrollé junto a otro escritor, pero el proyecto jamás se concretó :c. Sin embargo, al verla toda polvosa por ahí, decidí retomarla. Consciente soy de que no es la gran cosa, y de que tengo muchas otras cosas en mente que quizá debería trabajar más, jaja. Pero seré honesta, y les contaré que tras pensarlo mucho, consideré apropiado dejar que todas esas historias que alguna vez creé en mi cabeza vieran un poco de luz; no todas son buenas, algunas quizá sean un poco tóxicas (la alocada Beth de hace dos años se creaba unas cosas bien extrañas, jaja) y otras más tendrán detallitos que quizá resulten chocantes, jio. Pero creo que si no las saco, permanecerán siempre en mi cabeza y no podré darle chance a esos nuevos (y desde mi punto de vista, mejores y más bonitos) proyectos que en todo este largo tiempo alejada de ustedes he formado para mostrarles a la nueva Beth.

ACLARO DESDE YA QUE NO PRETENDO NORMALIZAR NINGÚN TEMA, NI MINIMIZARLO SOLO PORQUE ES FICCIÓN. SIEMPRE TRATARÉ DE DARLE A LAS COSAS LA SERIEDAD QUE REQUIEREN.

Sin nada más que añadir, les doy la bienvenida una vez más al perfil de Melizabeth_22, Melilovers. ¡Gracias a aquellos que me han guardado en un rinconcito de su corazón durante mi ausencia!

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Advertencias: Creo que por hoy, ninguna. Solo un poco de angust.

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Elizabeth llevaba cerca de dos horas atrapada en la cocina. La larga barra de mármol —cubierta previamente por un pequeño mantel— era un auténtico desastre de harina, huevos y un sin fin de ingredientes más que había estado ocupando esa mañana para preparar un pastel que luciera más o menos decente.

Ella jamás se había destacado por ser una hábil cocinera; sin embargo, cuando se trataba de consentir al amor de su vida, Elizabeth sentía que podía convertirse en una chef profesional si se lo proponía. Por ello, aquella mañana de domingo decidió levantarse muy temprano de cama, dispuesta a comenzar con la preparación de la receta que su hermana mayor, Margaret —quien era dueña de una pastelería ubicada en la ciudad donde vivían—, le había hecho llegar la noche anterior en un mensaje de WhatsApp, ofreciéndose incluso a hacerle llegar el bizcocho de chocolate a primera ahora si ella así lo deseaba.

No obstante, y aún sabiendo que Margaret sólo tenía buenas intenciones, Elizabeth declinó la oferta con alegre agradecimiento, argumentando que quería elaborar aquella sorpresa con sus propias manos.

Una vez terminó con la decoración del pastel, Elizabeth sonrió totalmente complacida y se enderezó, llevándose ambas manos detrás de la espalda baja para estirarse y así, relajar los músculos que parecían habérsele puesto tensos por haber mantenido, durante tanto tiempo, la misma postura encorvada.

—Ross quedará encantado —se aseguró a sí misma, soltando una sonora risilla que retumbó en sus oídos—. Bien, ahora sólo faltan las chispas de corazones y daré esto por terminado.

Un par de apresurados pasos en la escalera la hicieron poner en alerta y abandonar todas las  acciones que realizaba. Sus ojos dispares —uno azul y el otro naranja— se desviaron al reloj que colgaba de una de las paredes del pequeño cuarto de cocina, comprobando, con una expresión de sorpresa, lo tarde que se le había hecho ya.

Procurando no ponerse mucho más nerviosa, y con un ágil movimiento que no sintió propio de ella, Elizabeth se deshizo del sucio mandil floreado que llevaba puesto, se desató el largo cabello y corrió hasta el comedor, donde un exquisito desayuno —preparado por ella también—aguardaba para ser devorado.

—Ross, amor, ¡buenos días! —saludó con efusividad a su recién aparecido marido, quien se hallaba bastante bien vestido y olía a su colonia favorita.

—Buenos días —respondió él con simpleza y sequedad, sin dirigirle la mirada y sin plantarle un beso en la mejilla, tal y como solía hacer meses atrás.

Totalmente emocionada y decidida a mantener la paz y el aura positiva por todo aquel día, Elizabeth juntó sus labios y sonrió con tierna sinceridad, acercándose un par de pasos a la mesa cuadrada donde todo el alimento humeante reposaba.

—Mira, cariño, nos he hecho un desayuno especial hoy —anunció ella—. Panqueques, fruta con granola, miel y crema batida, además de un poco de jugo fres-

— Lo siento, Elizabeth —la cortó Estarossa de inmediato, colocando una de sus manos en sus descubiertos hombros para darle un suave apretón—. Hoy no tengo tiempo para esto, necesito salir de casa ya.

En aquel momento, el celular de su marido vibró en su otra mano, atrayendo toda la atención de este. La bonita sonrisa que Estarossa pintó en sus labios al mirar el aparato la alegró tanto como la entristeció; hacia un montón que ella no lo había visto lucir tan resplandeciente, y hacía tantísimo más que no sonreía de esa forma cuando compartían tiempo juntos.

Inevitablemente, Elizabeth acabó aferrando la camisa de Estarossa entre sus manos antes de recargar su frente contra el pecho de este. A pesar de que lo notó un poco tenso al comienzo, su esposo acabó por acariciarla un poco, y ella se permitió aspirar, tanto como pudiera, del atrayente aroma que envolvía al hombre que amaba.

—¿Es necesario que salgas precisamente hoy? —habló ella con voz bajita.

—Lo es —afirmó Estarossa mientras la apartaba con sutileza y se arreglaba la ropa—. Aún así, gracias por tu esfuerzo, Lizzie.

Los ojos de Elizabeth brillaron ante la mención de aquel mote; casi se le había olvidado lo dulce que sonaba la voz de su pareja cada vez que la llamaba de aquella forma tan llena de cariño, confianza y, ella esperaba, amor.

Su emoción la absorbió tanto que solo reaccionó hasta que escuchó la perilla de la puerta ser girada, por lo que rápidamente se encaminó con prisa en dirección de Estarossa.

—Espera, Ross. —Tecleando sobre la pantalla de su móvil, él hizo un ademán con la cabeza, incitandola a continuar—. Tú... ¿no quieres decirme algo antes de marcharte?

—¿Algo? —cuestionó este de vuelta, alzando la mirada para fijarla en ella por segunda ocasión.

—Sí, algo —prosiguió Elizabeth con timidez, llevándose un mechón de cabello tras la oreja.

Estarossa, sin embargo, solo permaneció estático, pasando su mirada de una parte de ella a otra.

—Amm, ese es... ¿un nuevo corte?

Con una sonrisa cargada de amarga decepción, Elizabeth agachó la cabeza y negó. Estarossa solamente rio con nervios y le restó importancia al asunto; luego, agitó la mano en el aire al salir por la puerta.

Pronto, Elizabeth se quedó sola, en medio de un silencio que resultó increíblemente desgarrador.

Sin tener ninguna intención de seguir conteniéndose, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos sin descaro alguno, recorriendo sus pómulos enrojecidos y perdiéndose en su barbilla. Sus delgados brazos acabaron envolviendola en un abrazo que no sirvió para reconfortarla en lo absoluto.

—Feliz aniversario también para ti, amor... —soltó Elizabeth entre hipeos y con el corazón vuelto añicos.

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Srta. Beth. 18 de enero de 2023.

S W E E T - R E V E N G EWhere stories live. Discover now