Valiente

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En cuanto la puerta se cerró, Tony suspiró. No sabía bien a bien por dónde empezar, ni tampoco por qué de pronto había sentido la necesidad de contar algo que lo avergonzaba tanto, a Steve. Precisamente a Steve, quien le gustaba tanto. No deseaba que su relación cambiara, así como estaba, esa amistad tan limpia y amable, estaba bien y no quería que se hiciera trizas.

Se sentó en el borde de la cama y apoyó las manos en el borde del colchón, como si se tratara del borde de una tabla de salvación. Steve caminó unos pasos hacia él, sin atreverse a invadir demasiado el espacio del castaño. Aguardó a que éste hablara. Sabía que el tema tenía que ver con el meollo de esa pelea en la que sus hijos habían estado envueltos, es decir, tenía que ver con el alfa, padre de Peter.

—Tal como te dije antes, no me gusta hablar de este tema —dijo Tony bajito, con la mirada en sus rodillas —. Pero creo que... ya que Peter y James son tan cercanos, necesitaré tu ayuda... para que James comprenda la situación de Peter, en el futuro.

Steve asintió y metió las manos en los bolsillos, ya que no sabía qué más hacer. Tony levantó la vista brevemente, lo miró y volvió a desviarla.

—Lo que pasó hoy... fue mi culpa —dijo —. Es evidente que en la escuela saben que no hay un padre de Peter, uno presente, quiero decir —suspiró de nuevo. —Te mentí, Steve. El padre de Peter sí está en otro país, pero no porque esté trabajando y venga a vernos de vez en vez, o mande dinero o tenga comunicación con nosotros. Soy un omega solo con un hijo. Y eso... es normal que digan esas cosas, los niños sólo repiten lo que los adultos decimos, así que...

—No, no es normal —dijo Steve frunciendo el ceño.

Tony le miró de nuevo y no pudo evitar sonreír, aunque desganadamente. Ya sabía que Steve pensaría diferente, pero el resto de la gente no. Un omega sin alfa... era un desvalido, alguien todavía más inferior.

—Aunque sea verdad que tu alfa se fue, que los abandonó, eso solo habla mal de él —continuó Steve —. Si alguien merece insultos, es él. Ni Peter ni tú...

—Él no me abandonó —le interrumpió Tony y volvió a desviar la vista —. Fui yo quién lo abandonó.

Ciertamente, Steve no esperaba eso. Era una situación inusual, era muy, muy raro que un omega dejara a su alfa... pero si así había sido, entonces, pensó, debía ser por una muy poderosa razón.

—¿Qué te hizo? —preguntó.

El castaño lo miró incrédulo, esperaba un "¿cómo te atreviste?" O un "Pero, ¿qué hiciste?" O en el mejor de los casos un "¿Por qué?" Y aunque la pregunta hecha tenía parecido con esta última variante, tenía una particularidad: Steve daba por hecho que algo malo le había hecho ese alfa, algo que lo había hecho huir. Steve no lo culpaba por algo que solía considerarse una afrenta, una especie de pecado, algo imposible y hasta anti-natura: un omega abandonando a su alfa... ¡qué escandalo!

—Él...

Tony hizo una pausa, ahora era cuando la verdad, cuando su historia, volvía a brotar de la tierra que él mismo le había echado tratando de enterrarla, para que no doliera, para que no lo atormentara. Sintió un nudo en la garganta y volvió a bajar la vista. Steve se dio cuenta y se acuclilló frente a él, estiró el brazo lentamente y con un suave toque le acunó la mejilla. Tony correspondió al gesto levantando le rostro hacia él, tomó aire y continuó:

—Hay una razón por la que odio los cuentos de hadas, y es porque los príncipes azules de estos, son una mentira. Los de verdad, son horribles —dijo —. El padre de Peter, cuando lo conocí, era uno. Hoy ya debe ser un rey... Se llama Víctor von Doom, lo conocí en Alemania, cuando asistí a un congreso sobre ciencia y tecnología. Estaba haciendo mi doctorado y él también.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora