✩ cielo de estrellas ✩

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Ludmila estaba segura de que las estrellas podían sentir. 

Desde que era muy pequeña se sentaba en el alféizar de la ventana por la noche y contemplaba largamente el cielo, que aunque parecía igual, cada día tenía matices distintos. Veía las estrellas brillar intensamente, a millones de años luz de distancia, preciosas. Siempre habían sido una de las cosas que más admiraba. El cielo, el espacio y el Universo entero estaba repleto de estrellas y planetas, a su vez en infinitas galaxias; algo tan grande, tan magnánimo y tan especial, le daba una idea de lo pequeña que era y de las cosas más increíbles del Universo entero. Mientras admiraba los brillos de sus amigas las estrellas, que a tantísima distancia se veían muy pequeñas, pero su luz llegaba radiante; había muchas, muchísimas, tantas que eran imposibles de contar.

Pero no se cansaba de mirarlas. Cada una era única. Unas más grandes que otras, más o menos brillantes, según lo cercanas o lejanas que estuviesen; unas de brillo blanco, otras azulado y otras mortecino o cálido. Muchas se agrupaban formando las fascinantes constelaciones, y se entretenía dándoles formas o inventándose ella otras nuevas. Cada una tenía un nombre, y estaba segura de que era como si también tuvieran vida. Muchas veces sentía que no estaba sola cuando miraba al cielo; allí estaban las estrellas, siempre mirando, siempre vigilantes, y parecía que con el tintineo de su brillo le guiñaran un ojo o sonrieran; también pensaba que podían hablar entre ellas y que comentaban la vida de quienes pasaban. 

Alargaba la mano hacia ellas, queriendo acariciarlas y estar más cerca de sus amigas. Todo el mundo pensaba que era rara, se refugiaba en sí misma, y lo único que de verdad le importaba era hacer dibujos, soñar despierta y mirar al cielo, imaginando millones de galaxias. 

Un día, decidió que iba a hacer su sueño realidad. Quería volar. Volar alto, muy alto, sentir el viento y ser libre como un pájaro, surcar el cielo, atravesar las nubes, y llegar a lo más alto del cielo hasta rozar las estrellas. 

Estaba convencida de que podría hacerlo, así que un día fue a la montaña, a un risco muy alto que caía en picado hacia el vacío. Allí arriba podía sentir el viento, fuerte y vigorizante en su cara; también sentía la tierra firme bajo sus pies, el suave tintinear de un riachuelo de agua fresca, y el calor del sol sobre su piel.

Respiró hondo, y con una sonrisa de plenitud en sus labios, saltó al vacío. Podía volar.

La sensación de caer, el aire a gran velocidad, estar suspendida en el vacío... Y voló, como una golondrina que se deja caer para retomar altura, jugando con el viento, sintiéndose libre, sobrevolando la tierra. No sabría decir cuánto duró, si apenas fueron unos minutos convertidos en horas de fantasía, quizás simplemente unos segundos de caída. 

Luego, todo se hizo negro. Ya no sintió nada, solo el vacío, la nada, como si hubiera dejado de existir. Todo desapareció, y ella quedó como dormida; en algún lugar entre la nada y el todo.

Cuando despertó, tenía una extraña sensación de ingravidez; no recordaba nada y estaba como en un sueño. De pronto, supo dónde estaba. Estaba en el cielo, rodeada de estrellas.

A su lado, todas ellas brillaban, y ella estaba con todas, como una más.

—Estoy en el cielo... con las estrellas —susurró para sí misma, como sin poder creérselo.

—Ahora eres una estrella —dijo una voz, suave y tintineante. Era una estrella que estaba a su lado, muy hermosa, de sonrisa alegre. 

Había cumplido su sueño. Estaba con las estrellas.

Cielo de estrellas  [✔]Onde histórias criam vida. Descubra agora