—Gracias por lo de anoche, Emma—dice guiñando un ojo para luego dirigirse hacia su habitación, entrar y cerrar la puerta. Ahora sí siento que el corazón se me va a salir, ¡¿qué rayos hice?!

Miro a Matt, que toma otro sorbo de café de la taza y me invita a que me siente al lado de él. Sigo por toda la sala, tomo asiento en el sofá y me quedo callada por unos instantes. Incómoda, empiezo a mirar a todas partes.

—Está bien, Emma, puedes preguntar—dice Matt sereno. 

¡Gracias a Dios! Me acerco más a él y empiezo a susurrar. 

—¿Acaso nosotros... lo hicimos anoche... con Joseph?—pregunto, a lo que él casi escupe el café que tiene en su boca y suelta la carcajada más fuerte que le he oído desde que lo conozco. Me empieza a hervir la sangre, ¿acaso cree que esto es gracioso?

Entonces, niega con un movimiento de cabeza. 

—¿Tú qué crees?—dice divertido. 

Lo golpeo en el hombro. 

—¡Ustedes dos se ven muy complacidos!—exclamo escupiendo las palabras. Decido bajar la voz, no quiero que nadie me escuche—. ¿Y qué fue eso de Joseph agradeciéndome? ¿Qué hice, Matt? ¿Soy tan buena así en...?

Me tapa la boca con su mano antes que pueda decir una barbaridad. Cuando se cerciora que ya no voy a hablar más, quita su mano, se levanta de su asiento, camina hasta la pequeña cocina de las suite y sirve café de una máquina en otra taza. 

Luego, se acerca a mí con la taza y me la entrega. 

—No lo hicimos anoche, Emma—responde haciéndome que suspire de alivio como nunca antes en mi vida lo he hecho—. Y definitivamente no estuvo Joseph involucrado. 

Suspiro más. 

—Pero—dice, toma un sorbo de café, traga y me sonríe—. Sí sucedió algo anoche y por el gesto de confusión que traes, me doy cuenta que no te acuerdas. 

Abro mucho los ojos. Claro, algo tuvo que haber pasado para que yo cargue su camisa encima. Debe ser de él. 

Tomo un poco del café que me revitaliza por completo y hace que la jaqueca se alivie en gran medida. Después me acomodo en el asiento, me acerco un poco más a él y ruego con la mirada que me diga qué es todo lo que he hecho la noche anterior. 

—¿Segura que quieres saberlo?

¿Qué, acaso parezco insegura?

—¡Sí!—grito con fuerza. 

—Conste que te pregunté—dice Matt poniendo la taza, que ahora está vacía, sobre la mesa que tenemos enfrente. Me contempla unos segundos y abre la boca para hablar—. Anoche me besaste y me dijiste que era muy lindo. Y sí, en ese orden. 

Ahora lo estoy mirando con la boca muy abierta y no recuerdo cómo cerrarla. Estoy petrificada, atónita, pasmada... todas funcionan y si hay otro sinónimo para ellas, agradezco incluirlo en mi descripción. 

Matt anticipa que voy a dejar caer la taza de café, así que me la quita sutilmente de las manos para después ponerla sobre la mesa. Entrecruza los dedos de ambas manos y decide solo observarme pacientemente hasta que reaccione. 

Pero no parece que mi cuerpo va a reaccionar pronto. Ni siquiera he podido quitar la posición de mis manos con la que mantenía sostenida la taza de café.

Pasan unos segundos, espero hasta que mi cerebro transmita estímulos nerviosos a todo mi cuerpo y entonces cierro la boca. Parpadeo dos veces y me preparo para hablar. O gritar, supongo.

Factura al corazón © DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora