Lo último que dije era mentira. Ni loca lo alejaría de mí. Pero eso él no lo sabía y de alguna forma, resultaba ventajoso para mí.

Asintió como un niño pequeño y se dejó caer obedientemente sobre el colchón.

Mi teléfono sonó sobre la mesita de noche. Era un mensaje de Coral, mi excompañera de trabajo.

"Hola. ¿Cómo estás, Madison? Espero que bien.

Te tengo una noticia mala y otra buena. La mala es que el Jefe aún sigue reacio a devolverte el trabajo acá en la sede central, tendrías que rogarle mucho para que cambiara su decisión; y la buena es que hay un puesto vacante en la sede de Malakai. Esta mañana, hice una solicitud para que te dieran el puesto ya que era tu pueblo natal y acaba de ser aceptada. No cobrarás lo mismo que antes, pero es un sueldo decente. Tú decides si aceptas el trabajo o no.

Espero tu respuesta. Un saludo."

Aceptar ese trabajo sería el equivalente a resignarme a nunca regresar a mi cargo original en la sede central de Alcor. Coral lo sabía al enviarme la propuesta. Y si Eisherz no hubiera despertado, posiblemente estaría de vuelta en la oficina rogándole a mi Jefe para que me readmitiera.

Pero en estos momentos, el trabajo en la sede de Malakai era la mejor opción. Estaría cerca del chico de hielo y tendría un sueldo decente para mantenernos a ambos.

Por lo que no tuve que pensármelo mucho para responder su mensaje y aceptar la propuesta.

Debía tomar esta oportunidad como un nuevo comienzo en mi vida.

(...)

Cuatro días habían pasado. Mi tío ya estaba fuera de casa y por fin vivía sola con mi chico.

Eisherz ya podía andar, o volar, libremente en la comodidad de nuestro hogar. Nunca estaba quieto en un solo lugar, se la pasaba de aquí para allá con un libro en la mano o dando vueltas con la laptop en la cabeza.

Había aprendido dos idiomas más en esos días: inglés y ruso. Aún me sorprendía la rapidez con la que asimilaba cosas nuevas. Él era el que cocinaba en casa, y nunca repetía plato. A veces me despertaba por la madrugada y lo pillaba viendo programas de cocina a esas horas.

Le encantaba aprender cosas nuevas y su cerebro nunca se llenaba de información. Siempre tenía espacio para más.

Comer era su actividad favorita, y por la cantidad de veces que lo hacía al día, ya se podía considerar como manía. Si por casualidad le quitabas una de sus cinco comidas obligatorias diarias, estaría gruñendo durante horas.

—Escúchame bien, Eisherz. —hablé mientras introducía lo necesario en mi bolso.— Voy a estar fuera de casa por unas horas y...

—¿Vas a comprar comida? —preguntó. Su cabeza sobresalía por encima del sofá donde estaba sentado, con los ojos brillantes en mi dirección.

—No. Voy a trabajar. —soltó un bufido y regresó la vista a la pantalla— Y me voy a demorar mucho más tiempo que cuando voy al supermercado, así que espero que recuerdes claramente las reglas para cuando no estoy en casa.

—No abrirle la puerta a nadie, tú tienes llaves y nunca vas a tocar el timbre. —comenzó a enumerar— No hacer mucho ruido. No asomarme por las ventanas. No agredir al bicho.

—Se llama Mr. Hugs. —recalqué, acariciando al animal que dormitaba sobre la alacena.

—Eso. —puso los ojos en blanco y estiró su cabeza hacia atrás, mirando de reojo— ¿Algo más, secuestradora?

EisherzМесто, где живут истории. Откройте их для себя