Mi Hada Madrina es una Niña

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—¡Deseo que me escuches por una vez en tu mágica vida!

Me arrepiento al instante de haber levantado la voz. No por sentir la garganta irritada, como recordatorio de haber pasado los días previos al baile de fin de curso metida en la cama con tos y fiebre alta. Ni tampoco por el ceño fruncido que me devuelve mi reflejo, lo que ayuda a que el maquillaje se deposite en mis líneas de expresión.

—Nixie, yo... —Apenas tengo tiempo de girarme antes de que las lágrimas se acumulen en los ojos esmeralda de mi diminuta hada madrina.

Me levanto del tocador para abrazarla, pero con un batir de sus pequeñas alas vuela alto; lejos de mí.

—Lo siento, Nixie. No quería gritarte, es solo... —Suspiro y paso una mano por mi cabello, despeinando mi flequillo por completo— No tengo ni una hora para terminar de arreglarme antes de que Gabby pase a recogerme, si es que sigue queriendo ir conmigo al baile.

Las dudas florecen en mi mente como un campo de margaritas al inicio de la primavera y recuerdo el momento en que la chica más popular del instituto se acercó a mi taquilla para apartarme el pelo de los ojos. Tú y yo juntas, en el baile. ¿Qué me dices? No dije nada, solo me limité a asentir con la cabeza. Mis labios entreabiertos llamaron la atención de sus ojos café, y tuve suerte de haber sido capaz de escuchar la hora a la que pasaría por mi casa para recogerme por encima de los latidos de mi corazón.

Hoy hace un mes exacto de nuestra primera y única conversación, y de no ser por todas las miradas de complicidad que nos intercambiamos cuando nos cruzamos en los pasillos creería que se trataba de un sueño. Pero no lo era. Había sido muy real.

Y había sucedido sin que Nixie utilizara sus poderes de hada madrina.

Sin embargo, llevo desde el lunes sin pisar el instituto: cinco días sin ser víctima de uno de esos guiños de ojos que detienen mis respiraciones. ¿Y si asume que no voy a ir al baile y se lo ha propuesto a otra chica?

—Me arrepiento mucho de haber gritado, de verdad —retomo mis disculpas—. ¿Podemos amigarnos y continuar convirtiéndome en una princesa?

Eso le roba una tímida sonrisa a mi amiga. Desde que le confesé que iría al baile de fin de curso una luz muy especial iluminaba su mirada. Nixie había querido ser hada madrina pensando que convertiría a mujeres tristes en princesas. En vez de eso, se encontró conmigo: una adolescente que deseaba con todas sus fuerzas aprobar educación física, a pesar de ser incapaz de coordinar las manos para hacer malabares con más de una pelota de tenis.

Por supuesto, yo no quiero ir al baile disfrazada de princesa y hacer el ridículo delante de la chica que me gusta y el resto del instituto, por eso me había enfadado con mi pequeña y única amiga.

—¿Te pondrás un vestido rosa? —Pregunta con la boca pequeña.

—Sí, me pondré un vestido rosa —cedo, sabiendo lo importante que es para ella.

—¿Con falda de tul?

La ilusión inunda su mirada y yo asiento, incapaz de resistirme, suplicando para mis adentros que no me convierta en una nube de algodón de azúcar.

—¡Por fin! —Bate sus alas, iridiscentes y semi transparentes, con emoción.

Aunque no es hasta que está situada sobre mi cabeza que comienzan a nacer perlas diminutas que reflejan la luz, llenando la habitación de arcoíris mágicos. Los polvos de hada resplandecen con más fuerza cuando se depositan sobre mi cabello despeinado, mis brazos desnudos y mi camisón de tirantes.

Es entonces cuando, a pesar de lo que yo realmente deseo, la magia de mi hada madrina me convierte en una princesa recién sacada de un cuento.

—¡Estás preciosa! —Exclama fascinada por su propia obra de arte.

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