—¡Aléjate de mí! —Grité furiosa mientras intentaba empujarlo.

Mi grito viajó por el pasillo silencioso hasta el más allá. Quien había estado próximo a morderme no se había movido ni un poco, pero se río. Supe que se había acabado cuando entendí que no tenía la fuerza para moverlo. Los ojos del vampiro me fulminaron en un rojo color. Volvió a acercarse, pero esta vez molesto.

—¡Por favor! No me toques —Bramé desesperada.
—¡Deja de moverte!

Me estremecí, pero no dude en mover mis manos para hacérselo más difícil. El vampiro no perdió tiempo y me tomó de ambas muñecas para evitar que me agitase más. Mis ojos y los suyos se conectaron casi al instante. Dejé de menearme. Esos ojos eran terriblemente rojos. Como el líquido en mis sueños.

Me sentí desfallecer cuando le vi mofarse de mí. Ahora si que no podía hacer nada para salvarme. Grité de nuevo pero esto pareció que le divertía ya que esbozó una guasona risa.

¿Esto era todo?

Sus ojos escarlata se acercaron en cámara lenta hacia mi cuello. Aguanté la respiración con la vista en el pasillo.  Escuché su boca abrirse y sentí su respiración tocarme. Temblé como gelatina. No quería que sucediera de nuevo

Pestañeé una vez. Más lágrimas recorrieron mi cara y entonces, allá a lo lejos, pude ver quien llegaba. Con un paso tranquilo, pero con una cara de muy pocos amigos, Alexander rugía a quien se había paralizado a unos cuantos milímetros de mí.

Fue tan rápido pero a la vez tan lento. El que intentó morderme me miró furioso y antes de desaparecer en el aire, susurró aquellas palabras que me llenaron de miedo.

—Serás mía, te lo prometo.

Me dejé caer en el suelo de madera, con el corazón en la boca. Aquella situación me había dejado sin fuerza ni ganas de pelear. Observé el largo pasillo oscuro mientras los zapatos bien pulidos de Alexander se acercaban a mí. Temblé por milésima vez comprendiendo que ya no estaba en mi lindo departamento y mi oscuro pero solitario mundo de mi vida ordinaria.

Esta era mi realidad ahora.

Alexander no dijo nada, pero sentí sus helados dedos que me hicieron dar un brinco en el piso. Solté un chillido lleno de miedo, pero me dejé hacer. Me elevó hasta su pecho y no pude evitar enterrar mi cara en su camisa, ahogando así mi llanto sin cesar.

Caminó en silencio por el pasillo, llegando pronto a su habitación. Aún estando ya solas y a salvo, me fue difícil respirar.

El pareció entenderlo, por lo que esta noche no hizo ningún comentario burlón ni desinteresado sobre el periódico o mi vestido. Tan sólo me dejó suavemente sobre su cama y me dejo hacerme una bola sobre el colchón. Mi cabello castaño acaparó la almohada de pluma y nos quedamos así por mucho tiempo.

El silencio entonces se hizo incómodo, pero aún así no lo miré. Saber que estaba sentado al otro lado de mí, me hacía sentir intranquila, pero a la vez, protegida. Aunque era un vampiro como todos los demás, él no había intentado hacerme nada desde el callejón y suponía que al igual que los demás, tenía hambre.

—Perdón —le escuché decir aquello de pronto.

Le miré sorprendida. Aunque él no lo hacía, tenía una mueca de vergüenza en su rostro. Esto le estaba costando. Me reí un poco silencio. Vaya disculpa más torpe.

—Es tu culpa —respondí cuando pude hablar.

—¿Mi culpa? —Esta vez, sí volteó a verme—. ¿Es mi culpa que siempre te metas en problemas?

Le miré con una cara seria. Claro que era su culpa.

—Sabes a lo que me refiero.
—Esclareceme. —Se acercó, retándome—. ¿Fui yo el que te dijo que te fueras de aquí? ¿No, verdad? 
—Tu me trajiste aquí en primer lugar —Chillé—. Yo no quería esto.

Alexander se aproximó a mí. Tenía la cara tan cerca que me hizo enloquecer. Volteé de nuevo hacia la ventana.

—¿Por qué no lo hiciste ayer? —Solté entonces intentando hacerme una con las sabanas. Esto era vergonzoso.
—¿Qué? ¿Morderte? —Preguntó asombrado—. ¿Lo deseas tanto?
—¡No! No es eso... —dije aquello con un tono fuerte sin importarme lo cerca que lo tenía de mi espalda—. Es solo que ya me explicaron por qué debías de hacerlo y ya descifré que pasaba si no lo hacías —dije ahora más bajo, invadiéndome el recuerdo de lo que había ocurrido en el pasillo.
—¿Y por qué crees que estas ahora en mi cama? Tengo a acabar lo que no terminé ayer.

Aquel susurro enojado me hizo tensarme. Sabía que era lo mejor, pero lo cierto es que tenía miedo. No quería que sucediese, pero ya lo había visto venir. Tenía que hacerlo ahora o nunca. Sino, podría volver a correr peligro y eso, era todo lo que no quería. Si volvía mañana al comedor sin agujeros, los vampiros no dudarían en moverse. Y no tendría tanta suerte cómo hoy. Tal vez mañana más se enterarían de que no había sido reclamada hoy y bueno, yo no quería morir.

—¿Me dolerá? —Farfullé aún sin mirarle a los ojos.
—Si no te mueves...
—¡La primera vez me dolió! —Me enfrenté a esos ojos celestes, quejándome de lo que había pasado hace un par de días atrás—. Fuiste brusco y horrible. Pensé que me iba a morir.
—Si no quieres, no lo hago. —Soltó de repente, ahora en un tono burlón—. Pero, bueno, no te voy a proteger todo el día, sabes... tengo cosas que hacer.

Volvimos a conectar nuestras miradas. Alexander tenía una sonrisa socarrona. Yo mordía mis labios sabiendo que ahora él estaba arrinconándome para que se lo pidiera. Bajé la mirada avergonzada. Él estaba intentando que le gritase que lo hiciese.

—Si dejas que lo haga, nadie podrá tocarte.

Observé aquellos ojos que se hacían de repente rojos, mientras esperaba por mis indicaciones. Respiré con fuerza mientras bajaba la mirada y apretaba mis labios. Lo sabía, tenía hambre. Mi respiración comenzó a acelerarse. Entendía que si me mordía no tendría que preocuparme mañana, pero no quería. Era tan difícil.

—Hazlo rápido —dije al final, dándome por vencida.

Escuché una sonrisa traviesa de su parte, antes de que yo cerrara mis ojos con fuerza. Esperé en la oscuridad a que lo hiciera de nuevo, a sentir ese terrible dolor en mi cuerpo; pero en vez de aquello, sentí una presión sobre mis labios. ¿Qué estaba? Abrí mis ojos al instante.

Alexander me estaba besando.

¿Qué? ¿Qué le pasa? Intenté alejarlo, pero sus fríos labios no se separaron y entonces me abrazó. Dejé de respirar. Pasmada por lo que sucedía. ¿Por qué estaba haciendo aquello? El beso se intensificó, sus brazos me atrajeron a él y mi cuerpo se hizo blando. ¿Qué estaba pensando? Mi cuerpo se inclinó a desconectarse y dejar de funcionar. Me dejé hacer con los ojos aún abiertos porque parecía como si una fuerza extraña me impidiese pensar y moverme.   

Me sonrojé e intenté llamar su atención con un leve golpe en su pecho. Alexander, riendo, dejó mi boca abandonada en un hilo de saliva. No pude decir nada, porque pasó de mis labios hacia mi cuello que lamió y besó con gusto.

Recuerdo que me arrancó un gemido y entonces, sacó sus colmillos y los enterró lentamente sobre mi piel. Pegué un pequeño chillido. Por sorpresa mía, él dolor no fue tan fuerte como lo recordaba; pero aun así se oyeron varios quejidos de mi parte. Sentí mi sangre escurrirse y como la lengua fría de Alexander pasaba por ella y la comía con gusto.

Me aferré a su espalda, arañándosela. Caímos juntos entonces en la cama. Teniéndolo encima mío, sentí una vez más como todas mis energías salían disparadas fuera de mi cuerpo. Alex no se detuvo cuando dejó que todo se empapara en sangre y yo me desmayaba de un momento a otro.

Colores oscurosWhere stories live. Discover now