Corrí despavorida hacia la nada, escuchando detrás de mí aquellos pasos que sonaban divertidos al perseguirme, con algunos susurros que me hacían enloquecer.

Queriendo escapar, maldije una y mil veces a Alexander. Él era el culpable del que todo esto me estuviese sucediendo a mí. Él era el responsable de que estuviese en esa mansión, de tener que mentir, sentirme fuera de lugar y ahora, de que me persiguiesen, corriera e intentase escabullirme.

Seguí huyendo aún teniendo al responsable de mi sufrimiento en mis pensamientos. Jadeaba de cansancio y miraba alguna que otra vez hacia atrás. Aquellos ojos que me seguían de cerca, sonreían. Podía percibirlos. Algo estaba haciendo mal. Respiré con cierta fuerza y, mirando hacia adelante, me pude dar cuenta del porque de su risa. Un callejón sin salida me esperaba al final del pasillo.

¿Por qué rayos habían construido algo así en una mansión? ¿Para qué lo querían? No tenía sentido pensar ahora, no había escapatoria alguna. Tenía miedo de voltear detrás, ya que sabía que alguien estaba parado en medio del pasillo, esperándome con una sonrisa.

El muy maldito me había atrapado. Ya no podía hacer más que enfrentarle.

Volteé, temblando del miedo. La silueta negra, parada en la mitad de la nada, me sonrió mostrando aquellos colmillos blancos que brillaron con la luz de la luna. Mi sangre se fue en picada, seguro que ahora estaba más pálida que él.

—Buenas noches, Nicole —dijo con una voz juguetona.

Me mantuve callada mientras me aferraba a la pared del maldito callejón que me había clausurado mi salida de escape. Pensando en que hacer.

—¿Sabes? Tengo hambre —dijo de pronto, mientras sus ojos rosas habían cambiado a ese color característico que cada vampiro poseía a la hora de la cena.
—¡No puedes! —Titubeé, intentando defenderme—. No debes morderme.
—¿Y por qué no? —Sonrió—. Alexander no te mordió anoche... así que tengo todo derecho de reclamarte, ¿no lo crees?

Me inmuté al oír su última frase. ¿Cómo lo sabía? ¿A caso no respetaban a las mascotas de sus semejantes? Mordí mis labios, intentando decir cualquier cosa para ampararme.

Pero fue entonces ahí cuando recordé lo que me habían dicho, cuando me di cuenta de la terrible decisión que había hecho aquella noche.

«Cada mes, debes de ofrecer un poco de sangre. Es la prioridad de toda mascota. Para poder así afianzar el lazo que los une».

Me dio otro escalofrió. Alexander no me había marcado como suya la noche anterior; así que eso me convertía en una mascota pública.

—No, espera —Intenté justificarlo con lágrimas a punto de desbordarse de mis ojos—. No es así.

El vampiro, que se había acercado, me mostró una sonrisa victoriosa.

—Yo te voy a cuidar muy bien, te lo prometo —soltó, ya más cerca de mí.

No pude respirar muy bien cuando vi su cabello rubio ennegrecido por la oscuridad y aquellos ojos brillantemente rojos amenazándome. Sus pisadas en la madera resonaron con tanta fuerza pero a la vez debilidad que me hacían querer desvanecerme. ¿Así iba a acabar la noche? ¿Sería mordida por otro vampiro? Me puse rígida mientras bajaba la cabeza, dándome por vencida, esperando que aquellos blancos colmillos que había visto en el pasillo, atravesasen mi piel sin delicadeza.

Sentí sus manos acariciar mis brazos. Sentí mi vista nublarse. El helado tacto me hizo tener un escalofrió que me hizo recordar el tremendo dolor que se sentía ser degustada. Respiré con cierta fuerza, recobrando la poca valentía que me quedaba. ¡No dejaría que hiciese aquello! Ni siquiera Alexander.

Colores oscurosWhere stories live. Discover now