Parte 1

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Evans & Primrose Consulting estaba ubicada en el octavo piso de un hermoso edificio de oficinas en el centro de Austin, la capital del estado de Texas, con sus pisos relucientes y las enormes ventanas con vistas estupendas del campus universitario.

Esa mañana de febrero era un hervidero de actividad, con los teléfonos sonando todo el tiempo, y una sensación de emergencia que vibraba en el aire. Lo que no era para nada usual y tenía de los nervios a cada empleado, sobre todo a Gwendoline Evans.

Su mañana había comenzado como todas, un jugo de vegetales verdes, mucha agua y una hora de spinning mientras revisaba las tareas pendientes de ese día. Luego de una ducha rápida ya estaba en la interestatal de camino a la oficina, cuando el teléfono sonó con la música de una llamada entrante, y no cualquiera, sino la de su hermana, Hayley. Presionó el botón en el volante y la saludó.

Hola, Hayley... —miró hacia atrás y puso dirección a la siguiente salida que la llevaría directo a su destino.

—Hola, Gwen, ¿tienes un minuto? —prefería ir directo al grano cuando de su hermana menor se trataba, ella no toleraba las vueltas innecesarias y si iba a pedirle algo como lo que estaba por hacer... mejor empezaba con el pie derecho.

—Estoy conduciendo, pero dime, ¿ocurre algo? —Algo en su interior se removió, era inusual que la llamara por las mañanas.

—Sí..., no..., bueno... —de un momento a otro las dudas la asaltaron y perdió las palabras que con tanto esmero había elegido la noche anterior.

—¡Hayley! —la llamó alarmada—, ¿qué ocurre? ¿estás bien? ¿el bebé y Dylan están bien?

—Sí, lo siento, no quise asustarte es que necesito que vengas a Minnesota.

—No estás bien si necesitas eso. —Buscó un espacio donde cupiera su Smart y estacionó en modo automático, tomó el teléfono en las manos y respiró hondo para calmarse, su corazón latía descontrolado, de verdad estaba asustada—. Dime qué ocurre, por favor.

—Verás, no quiero llamar a mamá y papá, están de viaje en Europa y te necesito, debo guardar reposo hasta que nazca el bebé, son solo tres semanas.

—¿Por qué? —Las manos de Gwen se pusieron frías como el hielo.

—El doctor dice que el bebé está muy inquieto, tengo la presión un poco alta y recomendó reposo absoluto —su voz se quebró a medida que hablaba, dio un largo suspiro y continuó—, Dylan trabaja en casa desde ayer, pero el negocio...

—¿Me estás pidiendo lo que creo, Hayley Evans? —preguntó entre la sorpresa, la preocupación y mil sensaciones más a las que no supo darles nombre.

—Te necesito Gwen, se acerca San Valentín, mi negocio es una locura de pedidos y todo tiene que estar controlado, las chicas pueden hacerlo, lo sé, pero te necesito supervisando, necesito que seas yo, al menos hasta que pase la locura del día catorce.

Gwendoline tenía una imagen muy clara de su hermana en ese momento, de seguro, estaba en la cama, como madre responsable que ya era, haciendo caso a las instrucciones de su médico, rodeada del millón de almohadas y almohadones que seguro, Dylan le había puesto para que estuviera cómoda, la mesa del desayuno con una taza caliente de té de manzanilla y jazmín, "su favorito", y la computadora abierta, tratando de organizarlo todo, y volviéndose loca en el camino, una caja de pañuelos con olor a menta y otros tantos arrugados y usados desperdigados por el cobertor.

—Por supuesto que voy a ir, sabes que estoy para ti siempre. —Las ganas de abrazar a su hermana en ese momento le impideron respirar hondo—. Déjame arreglar todo hoy y me subo al primer vuelo que salga esta noche. Te aviso en cuanto tengo los detalles.

De vainilla y chocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora