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A quien lea esto le sorprenderá saber que el espacio exterior no siempre fue tan tranquilo y solitario como lo conocemos. Existió una vez, mucho antes de que alguien fuera capaz de caminar sobre la tierra, donde las estrellas se tiñeron de colores y la aurora boreal que une Canadá con Alaska resplandeció de alegría.
Lamentablemente, por más extraordinario que haya sido este momento de gloria, solamente hubo una criatura viva para presenciarlo.
Es ahí donde comienza nuestra historia, sobre una roca fría y gris cuestionablemente habitable flotando en el espacio a millones de años luz de donde nos encontramos ahora, ocurrió un suceso catastrófico del que todavía no se tienen detalles, pero que si dejó evidencia de su paso por nuestro universo cuando dio origen a un pequeño ser de altura promedio y ojos tan grandes como las lunas de Saturno. Este mismo par de ojos que desde el primer momento expresan curiosidad por todo lo que los rodea, son quienes lo llevan a aventurarse y eventualmente a aprender una de las lecciones más importantes que existen, incluso antes de que supiéramos que se denominaban lecciones.

Su vida era tranquila, y no existían las horas o las puestas de sol, mantenía sus ojos abiertos hasta que su cerebro se apagaba como un relojito a batería; supo que era algo natural cuando se dio cuenta de que hacía lo mismo todos los días, y que físicamente no podía evitar que esto ocurriera o comenzaba a sentirse agotado. Conocía la pequeña roca flotante de principio a fin, había hecho su camino al rededor de ella cientos de veces, alternando dando saltitos en su trayecto, a veces rodando en su lugar, incluso intentó arrastrarse para darle un poco más de emoción al asunto. No se quejaba, sin embargo, porque era lo único que conocía. Pero también porque en su interior tenía un sentimiento de pertenencia, adorando cada momento que pasaba girando en círculos sin tener nada que hacer, simplemente por el hecho de que se sentía en casa.

Esto era lo que sabía: a veces la gran esfera amarilla brillante estaba cerca, y otras veces estaba lejos. Que sus ojos comenzaban a cerrarse cuando el silencio se volvía aún más silencioso, y que estaba completamente sólo. Hasta el momento no se había preguntado si se suponía que hubiera más como él, de todas formas su rutina no le dejaba espacio para incluir a alguien más si lo hubiera. Que no había, eso lo tenía seguro, porque se dedicaba a memorizar los detalles sobre cada rincón que encontraba y hasta el momento lo más vivo que había encontrado era una estructura que parecía echar raíces sobre el suelo y de la que crecían cosas ligeras y pequeñas.

Había desarrollado cierto gusto por mirar el vacío, eligió cautelosamente un lugar para sentarse con las piernas cruzadas y permanecer hasta que su sistema dejaba de funcionar automáticamente. Le gustaba el hecho de que todo en su mundo parecía descolorido y repetitivo, salvo por los puntos deslumbrantes que adornaban la oscuridad del espacio. Allí su vista jamás había sido aburrida o repetitiva, porque siempre había puntos nuevos con distintos tamaños en diferentes ubicaciones, y siempre variaban en cuáles brillaban más y cuales lo hacían menos. Estaba conforme, si, a pesar de que sus huellas casi cubrían toda la superficie de tantas veces que la había recorrido y ese pensamiento lo perseguía hasta que cerraba sus ojos.

Lo inesperado sucedió en una de estas muchas veces que se dirigía a su lugar especial después de mucho tiempo de hacer nada, corrió tan rápido que sus piernas se confundieron y acabó con el rostro sumergido en un pequeño pozo que había divisado en su segundo día de estar allí. No era profundo y estaba relleno de una sustancia liviana y transparente que humedecía sus dedos cuando intentaba tocarla y se encargaba de desaparecer por su cuenta después de un tiempo, o si agitaba las manos muy rápido. Se levantó sin aire, con las rodillas cubiertas de tierra y su visión obstruida por este líquido peculiar.

Ahora, si no estaban enterados, es muy importante mencionar que el mundo de nuestra pequeña criatura acostumbraba a ser completamente gris. Sí, tan fría y gris como lo es un meteorito flotado en el espacio, dura y áspera, sin emoción ni nada de brillo como las demás esferas que lo rodeaban y que le gustaba admirar por largos periodos de tiempo. Había una en particular que se llevaba todos sus suspiros, una de tonos cálidos y cubierta de muchos anillos.
Es por eso que fue una sorpresa para él cuando logró enfocar nuevamente restregando los puños sobre los ojos, y se dio cuenta de que algo en su campo de visión no se veía como las veces anteriores.

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⏰ Last updated: Jul 28, 2021 ⏰

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