No sé que soy, pero sé que llevo en la sangre el instinto asesino y cruel que me convertiría en una verdadera bestia si lo exploto para sacar su máximo potencial, aunque sigo con la duda de hacerlo, sería un completo peligro, y lo que me preocupa es involucrar a los que me importan en esto.

Jamás me perdonaría que algo malo les sucediera por mi culpa.

Continúo en vagos pensamientos hasta que una camioneta negra aparca cerca de la entrada al Zamoc y Maksim Lombardi sale de esta luciendo unos vaqueros rasgados y una camiseta blanca de manga corta. Puedo detallar que también tiene un enorme lobo tatuado en el brazo izquierdo, además de otros tantos dibujos en tinta negra en su piel.

—¿Qué tal todo, preciosa? —me saluda con un beso en la mejilla—. ¿Dan mucho trabajo? —me pregunta señalando a los volks.

Maksim es una persona muy amable, sociable y amistoso. La verdad se me hace bastante complicado verlo como criminal también. Es decir, no es como que tenga una etiqueta o estereotipo de cómo debe lucir un mafioso, pero Killian a simple vista luce como un hombre cruel y poderoso, mientras que Maksim lo hace como el más platicador y lindo joven que luce una expresión adorable todo el tiempo.

—No tanto, sólo necesitan práctica —murmuro mientras nos movemos frente a la mesa llena de armas—. A propósito, ¿sólo hay hombres en la Bratva? No he visto a ninguna mujer por aquí además del servicio del Zamoc.

—Las hay, pero son muy pocas —ladea la cabeza—, es una vida bastante sanguinaria para estar entre las filas de la Bratva, sobre todo siendo mujer, se tienen que esforzar el doble para enfrentarse al machismo y misoginia del negocio.

—Pero, ¿si pueden pertenecer si quieren? —cuestiono.

—Claro, entre los volks de Killian hay unas cuantas mujeres, tal vez te las topes más adelante cuando entrenes a otro grupo —acaricia su barbilla—. De hecho, las mujeres que actualmente son de la Bratva fueron entrenadas por Edelina: la madre de Killian.

—¿Enserio? —pregunto, sorprendida.

—Claro, fue una de las mujeres más importantes de la mafia —explica—, aunque después de la muerte de su esposo dejó los negocios del tráfico atrás. Durante sus mejores tiempos se ganó el respeto de la hermandad: peleaba y asesinaba mejor que cualquier otro hombre, es de esas personas que imponen poder donde quiera que se paren.

Asiento y no hablamos más del tema. Al terminar el entrenamiento Maksim y yo nos encaminamos al comedor, después se nos unen los volks de confianza de Killian.

Es la primera vez durante mi estancia en el Zamoc que voy a comer con personas que no sean Killian. El rato transcurre tranquilo, los rusos hablan de algunos negocios a los cuales no les presto mucha atención.

Al terminar, Maksim me envía a mi habitación, y no mucho después, aparece Killian luciendo una camisa negra con los primeros botones sueltos. El pantalón le resalta las piernas musculosas y se me complica ignorar la fragancia varonil que me despierta un cosquilleo en el cuerpo.

Se acerca con una media sonrisa logrando que me levante. Su cercanía me sigue afectando de una forma poco racional y al llegar a mí, dejo que me tome la barbilla para pegar sus labios a los míos sin decir nada. El contacto libera una oleada de calor y cuando me suelta mi corazón martillea a un punto preocupante.

—Vamos a salir —me dice, acariciando mi mejilla.

Hay gestos tan tiernos y normales que a veces se me olvida que es mi secuestrador. Asiento atontada haciendo que sonría, porque cuando hace cosas de este tipo, ni mi voz encuentro. Me toma la mano y salimos del lugar, las camionetas abandonan el bosque y llegamos a la acaparada ciudad que luce inmensos edificios y calles preciosas. Aún no sé en que parte exacta de Rusia estamos, ya que, aunque hay nombres de las calles, eso no ayuda mucho teniendo en cuenta lo grande que es el país.

Nuestro auto se detiene y me sorprendo al encontrarnos frente a un centro comercial.

—¿Me trajiste para que te mida tu ropa? —le pregunto sonriendo y niega.

—Más bien, yo vine a medirte la tuya.

Bajamos y al entrar al lugar, me dirige directamente a las tiendas de ropa, en las que sólo entramos nosotros, mientras su gente se riega por el lugar.

—Escoge algo de ropa —me pide—. Estaremos saliendo continuamente, y la ropa deportiva que tienes no es muy acorde.

Me paseo por las estanterías.

—¿Cuál es el límite? —le pregunto.

—No lo hay.

Medio me da indicios del tipo de cosas que debo elegir, y escojo un montón de prendas incluyendo pantalones, shorts, blusas y jerséis. También varios pares de zapatos, y mientras lo hago se me viene a la cabeza mi madre y mi hermana.

¿Qué pensarían si me vieran haciendo esto ahora? Dejando que un mafioso ruso que me tiene secuestrada me llene de comodidades.

Ignoro el pensamiento y al terminar, subimos a una camioneta de nuevo. Killian y yo vamos en los asientos traseros. No estamos abrazados o algo parecido, pero su muslo choca contra el mío, y el tacto, aunque sea a través de la ropa, me quema como una hoguera.

Mi vista baja y se clava en el dorso de su mano derecha, donde la tinta negra se plasma en su piel con la cara del lobo que se mantiene sereno, con ojos azules brillantes, los cuales me recuerdan al tono de mis ojos.

—¿Puedo preguntarte algo? —le hablo a Killian.

—Dime.

—¿Por qué el animal representativo de la Bratva son los lobos? —indago, recordando los tatuajes de los volks.

Lo medita un momento antes de responder.

—Los lobos son animales considerados como símbolo de crueldad, la Bratva también —explica—. Son animales astutos, inteligentes, leales, poderosos y violentos a la hora de defenderse, pero, sobre todo, unidos. Nacen y mueren por y para la manada al igual que los volks de la mafia rusa. Todos saben que de la Bratva sólo se sale muerto, de una manada de lobos también —hace una pausa—. Algunas culturas los consideran como las bestias más espantosas de las batallas que encarnaban las matanzas y asesinatos, y siempre emergerían como el ganador. Nosotros hacemos lo mismo.

Tiene una forma de hablar muy correcta. Siempre con un tono neutral sin dejar de impactar por lo varonil que es su voz, o la seguridad que denota cada palabra, tanto así, que, si me asegurara que el cielo es verde, le creería.

—Entiendo —suspiro—. ¿Y cada tatuaje significa algo?

—Los lobos no, basta con tener uno para saber que eres de la Bratva, pero hay otros que sí, como los naipes de siete varas, o las calaveras.

Tomo su mano para observar mejor el tatuaje, no dice nada y yo tampoco, y no hablamos más hasta que llegamos al sitio predestinado, en el que me alza el mentón por un momento.

—¿Recuerdas que te dije que me harías generar?

—Sí —contesto al tener en cuenta que esto era el motivo para que me diera su confianza.

—Llegó la hora —me acaricia la mejilla—. Que empiece la diversión.

Me besa de nuevo tras darme una de esas sonrisas que no sé si me asustan, o me calientan porque me asustan.

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