II. La isla.

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Carlo aborrecía esa maldita isla con todo su ser. Desde pequeño lo criaron para tener el control de todo y todos, pero ese lugar le hacía sentirse constantemente como una presa desorientada y desvalida con la que jugaban antes de que los "dioses malos" le dieran caza.

Aunque le encerraran, vigilaran y golpearan, no iba a dejarse vencer tan fácilmente. Él era Carlo Gambino, un superviviente y manipulador nato, así que hizo lo que mejor sabía hacer: mintió.

Se dejó drogar y sobreactuó los efectos, usando la información que conseguía de los laboratorios para fingir la progresiva pérdida de memoria. Actuó con el resto de salvajes, haciéndoles creer que confiaba en ellos aunque tuviera sospechas de todos... menos de Yanai.

Él era el único que valía la pena allí. Era leal, sabía obedecer órdenes, había olvidado como era la vida más allá de allí y era amigo de sus amigos. En cierto modo, le recordaba a Igor... y eso hacía que quisiera llevárselo con él y ofrecerle una vida mejor.

Pero por mucho que tuviera a Yanai, no dejaba de sufrir alucinaciones sobre Igor. Por desgracia estaba jugando a algo muy peligroso y era su cordura la que estaba en juego. Aunque tuviera unas metas y unos objetivos, no era inmune a los juegos mentales y a veces no distinguía qué era real y qué no.

No sabía si era por las drogas o fruto de su desesperación por ver una cara conocida, pero tuvo varias visiones de Igor esos días y soñaba todas las noches con él. En sus sueños él lo rescataba y escapaban juntos, rumbo a la libertad. Siempre le dolía el pecho al despertar y darse cuenta de que no era real.

Pero aún así no desistió los diez días que estuvo allí encerrado. Mantuvo el tipo y dio la cara sin dejarse vencer, luchando con uñas y dientes por sobrevivir y escapar. Se negaba a quedarse el resto de su vida allí y ser un experimento más. Estaba por encima de eso.

Él era Carlo Gambino, leal hasta el extremo... y nunca se dejaba joder.

Por eso no le tembló el pulso a la hora de matar a los federales y dejar tirados a los demás salvajes, a excepción de Yanai. Y si era sincero, también era capaz de irse sin él si con eso conseguía la libertad. Él ya tenía su círculo cercano fuera de esa isla.

O eso pensó hasta que dispararon a Yanai. En ese momento entró en piloto automático y se convirtió en una precisa y eficaz máquina de matar, vengándolo. Pero la imagen de Yanai tirado en el suelo, sangrando y dedicándole sus últimas palabras lo atormentaría el resto de su vida.

Con las manos y el corazón temblándole, tuvo que dejarle atrás. Y una parte de él sintió que había vuelto a fallar, tal y como le falló a Igor cuando le prometió que lo compraría y le haría probar la pizza y la pasta carbonara. Fue saber que estaba vivo y con su familia lo que le dio las fuerzas para seguir.

Esa noche, estando en una ciudad que no conocía y durmiendo de nuevo en una cama después de días en la isla, volvió a soñar con Igor. Era él quien estaba muriendo en aquella base, agonizando frente a sus ojos y haciéndolo sentir impotente por no poder salvarlo.

Se despertó con un grito que le desgarró la garganta, presa del pánico y con los ojos húmedos por las lágrimas que no se permitía a sí mismo derramar. Era una pesadilla, Igor estaba bien en algún lugar. No podía llorar por algo así, no era un niño.

— No es real... no es real... no es real...

Repitió esas palabras como un mantra mientras se llevaba las manos a la cabeza y cerraba los ojos con fuerza, tratando de eliminar las imágenes remanentes de aquella horrible pesadilla que le había sacudido el alma.

Por primera vez, saber que algo no era real, lo alivió.

Carligor week IHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin